Punto Final, Nº 888 – Desde el 10 hasta el 23 de noviembre de 2017.
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Las últimas horas del combate electoral



Aunque a muchos nos gustaría que la política fuera deliberar sobre ideas y proyectos de vida común, en esencia es un proceso de lucha de poder. Esa es la naturaleza más profunda de lo político, y por eso vale recordar la frase de Carl von Clausewitz, quién dijo que “la guerra es la prolongación de la política por otros medios, pero sin dejar de ser parte de ella. Es un medio, y su finalidad es siempre política”. Por eso podemos invertir la frase y decir que la política es la prolongación de la guerra por otros medios, pero sin dejar de ser parte de ella. Guerra y política se interconectan siempre, aunque sus armas y las estrategias no sean estrictamente bélicas.
Las guerras se pueden dividir en dos tipos: guerras de trincheras, también llamadas guerras de posición. Y las guerras de movimientos. En las guerras de trincheras los contendientes plantan su bandera, se atrincheran y combaten por un largo tiempo a distancia, sin salir de su refugio. Lo importante es mantener la fortaleza y asediar al enemigo por cansancio. En cambio, la guerra de movimientos es la guerra rápida, donde las fuerzas se despliegan, salen de conquista, y por medio de audaces campañas conquistan nuevos campos y territorios.
En la política encontramos los dos tipos de guerra. La política cotidiana es una guerra de trincheras, donde cada actor político se refugia en la suya, para defender ciertas posturas y atacar a los contendientes. Es una lucha donde no hay nunca roce directo. La batalla se da por los medios de comunicación, con litigios judiciales, debates parlamentarios o de consejos municipales, y en el hacer diario de una gestión de gobierno u oposición. En cambio, la guerra de movimientos es la fase propia de las campañas electorales. Es el momento en que los soldados abandonan la trinchera, salen a campo abierto, se exponen, despliegan sus tropas de asalto, y caen sobre el enemigo. Es la fase decisiva, pero su desarrollo depende de cómo llegaron a ese momento luego de haber pasado el agotador periodo de las trincheras. Usando esta metáfora vamos a analizar cómo han llegado a la fase final del combate cada uno de los contendientes de esta elección presidencial.

SEBASTIÁN PIÑERA, BLINDADO POR DINERO Y ALGO MÁS
Piñera ha sido al gran ganador de la guerra de trincheras. Para ganar no ha escatimado usar armas químicas y bacteriológicas de enorme poder: la más brutal fue el caso Caval, que dinamitó la imagen presidencial y con ella la capacidad política de impulsar las reformas propuestas en el programa de la Nueva Mayoría (NM). A la vez, Piñera logró mantenerse a salvo en su trinchera: para su tropa las acusaciones de incompetencia, corrupción, falta de criterio, no parecen hacer mella. La moral de sus huestes sigue al tope porque lo que esperan de su general es simplemente que incremente el crecimiento, baje los impuestos, y estabilice la sociedad de cara a la inversión. Y en ese flanco no le ha tocado ninguna bala. Por este motivo Piñera llegó a la campaña, a la guerra de movimientos, muy bien situado. Logró unificar su campo de alianzas, disciplinando a los díscolos de la derecha liberal de Evopoli y Amplitud, sin dejar de poner a la UDI al frente del comando central de la batalla.
El blindaje de Piñera, basado en un muro comunicacional a toda prueba, es de extraordinaria dureza, y sólo se explica por el grado de dinero e influencia que maneja la derecha. Otra característica es que no posee escrúpulos a la hora de atacar. Puede prometer que construirá carreteras ya construidas, que dará gratuidad en los jardines infantiles de Junji, o que va a alargar las vacaciones, pero sin decir que eliminará el número de días feriados en el año. Es despiadado a la hora de atacar, usando incluso armas prohibidas, como lo demostró ante José Manuel Ossandón, al que demolió por medio de las acusaciones, demostradamente falsas, de la “periodista” Pilar Molina. En síntesis, Piñera es un combatiente entrenado, que logró aglutinar sus fuerzas, dividir a sus adversarios, mantener su posición a pesar de todos los ataques, y a la vez, dañar de forma estratégica a sus enemigos. Para eso ha contado con recursos financieros casi ilimitados, y con estrategas que le han preparado para saber combatir.
Las guerras no las ganan los primeros que disparan, sino los que saben esperar, y buscan que sus contrincantes se maten entre ellos, se mueran solos o deserten del combate. Es necesario descifrar esta estrategia porque esa es la única forma de entender porqué cuando más se empeñan en matarlo, más vivo parece. ¿Cómo es posible que un político sin elocuencia, carisma, prudencia, espontaneidad, carente en buena medida de todas esas virtudes y méritos que se suponen claves e imprescindibles para alcanzar el éxito, esté a punto de completar una de las carreras políticas más exitosas de la historia política chilena? Algo más que dinero tiene detrás de él.

RESCATANDO AL SOLDADO GUILLIER
Alejandro Guillier no es un general de alto rango. Ha sido un coronel en tareas específicas, en las comunicaciones y en el Senado, pero nunca ha comandado un ejército. Y no parece que tenga talento para hacerlo. Llegó al frente de batalla casi por accidente, porque todos los adversarios internos en la Nueva Mayoría se aniquilaron entre sí. Y en medio de esa matanza colectiva quedó como el único disponible. A su favor jugó su imagen inocua, que no crea resistencias y rechazos de nadie en particular. Pero tampoco despierta adhesiones. Y en política más vale ser temido que ser amado. Y Guillier no logró despertar pasiones porque no supo tomar una postura clara y concreta en ningún tema central. De hecho, hoy la discusión pública pasa por descifrar si este candidato tiene un programa o sólo un conjunto de buenas intenciones y medidas parciales.
Más que críticas por lo que promete, se le critica por no asumir compromisos evaluables. Tampoco supo generar una estrategia de alianzas. Pensando en que la presidenta estaba muy debilitada por el desgaste en la guerra de trincheras, se trató de alejar del bacheletismo. Pero a la larga Bachelet va a terminar con una adhesión mucho más alta que la que él va a lograr como candidato. El cúmulo de debilidades parece abrumador, por lo que en la guerra de movimientos no ha logrado desplegar a su tropa, que parece muy desmoralizada.

BEATRIZ SÁNCHEZ, APRENDIZ DE GUERRERA
El Frente Amplio y su candidata están viviendo su bautismo de fuego en esta campaña. La inexperiencia limita sus posibilidades. Ese era un dato de la causa, ya asumido. Pero parece que esta candidatura no logró capitalizar todo lo que acumuló en la larga guerra de trincheras que va desde 2011 hasta ahora. La guerra de movimientos les sacó de la dinámica habitual de esta coalición, muy centrada en resistir en la fortaleza de las propias convicciones, y les obligó a salir a conquistar nuevos territorios. Y ahí han fracasado. Una cosa es convencer a los convencidos, y otra es conquistar a los que hablan con otros lenguajes y con otras mentalidades. En ese momento también entraron a tañer otros factores. ¿Quiénes debían ser los generales de la campaña y quiénes los soldados? ¿Cómo se debía resolver el problema del mando? La democracia parece un sistema ideal, pero en la guerra no siempre votar es lo mejor, porque también hay que saber acatar decisiones, ceder poder, tener lo que los militares llaman “sentido de cuerpo”. Y esa no ha sido la tónica de esta coalición.

CAROLINA GOIC EN LA TRINCHERA
Para la DC lo ideal es que esta batalla pase lo antes posible. Saben que van hacia una sonada derrota. Pero al menos esperan sobrevivir. Por eso su campaña la han desplegado desde un bunker, tratando de defender posiciones, cautivar a sus votantes duros, y una vez que pase la guerra de movimientos, renegociar su política de alianzas. Para eso hay que quedar con vida y con algo de dignidad. ¿Lo lograrán? Esa es la clave de lo que vendrá cuando ofrezcan a diestra y siniestra sus cruciales votos parlamentarios.

MEO EL INMORTAL
La guerra de trincheras casi aniquiló a Marco Enriquez-Ominami. Pero sobrevivió. Muy dañado, casi desfalleciente. Pero sobrevivió. Y ha podido entrar en la guerra de movimientos con bastante más capacidad que lo que se esperaba de él. Ha jugado a su favor su experiencia en dos campañas anteriores. Y que su núcleo duro de incondicionales no le cuestiona en lo sustantivo. Va a ir con él hasta la muerte. Y MEO sobrevivirá esta batalla. La pregunta pasa por su futuro. ¿Sobrevivirá, pero para qué? ¿Qué hará con su menguado capital político en el nuevo escenario?

KAST, EL DESPIADADO SONRIENTE
José Antonio Kast es de aquellos combatientes que saben que no tienen nada que perder. Resistir es ya una victoria para él. Su proyecto es estratégico, a largo plazo: correr el umbral de lo posible en el ámbito de las ideas de la derecha. Relegitimar un pinochetismo de nuevo tipo, instalar los conceptos de una derecha confesional e integrista en los religioso, racista y xenófoba en lo cultural, desinhibida en el nacionalismo, descarada en todas las materias que la derecha empresarial no asume por incomodidad, más que por desacuerdo. Todos los votos que obtenga con este proyecto alimentan su causa.

NAVARRO Y ARTÉS, LOS FRANCOTIRADORES
Las candidaturas de Alejandro Navarro y Eduardo Artés se deben entender como ejercicios de francotiradores, que defienden un punto particular en el campo de batalla. Es difícil saber cuáles puntos. Parecen ser ciertas ortodoxias parecidas a las de Kast, pero en la Izquierda, en el caso de Artés. Pero también pueden ser ciertos territorios, como el arraigo de Navarro en la región del Bío Bío. El punto crucial es que para entrar en batalla hay que evaluar si la posición propia mejorará o empeorará después del combate. Si sus votaciones son muy bajas pueden salir de la guerra peor que como entraron.

ALVARO RAMIS

(Publicado en“Punto Final”, edición Nº 888, 10 de noviembre 2017).


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