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Trump: ¿retroceso táctico o derrota estratégica?
El de Trump, es (o era) un proyecto que en términos gruesos pretendía rescatar al capitalismo de EE.UU. de la crisis estructural por la que viene reptando. En su discurso inaugural apuntaba que “hoy no estamos ante una mera entrega de poder de una administración a otra, o de un partido a otro, sino que vamos a transferir el poder de Washington D.C. y os lo vamos a entregar a vosotros, al pueblo estadounidense. Durante demasiado tiempo un pequeño grupo de la capital de nuestra nación ha cosechado las recompensas del Estado mientras la gente soportaba los costes. Washington floreció, pero la gente no compartía su riqueza. Los políticos prosperaron pero los puestos de trabajo se fueron y las fábricas cerraron (…) Lo que realmente importa no es el partido que controla nuestro gobierno, sino si nuestro gobierno está bajo el control del pueblo”. ¿Contra quiénes iba Trump?
• Primero, contra el gran capital financiero especulativo anclado en Wall Street, que se beneficia de una alta tasa de plusvalía asociada a baja inversión industrial y bajos ritmos de crecimiento. Intereses de los cuales el mejor representante político ha llegado a ser el Partido Demócrata. Este partido (subordinado a Wall Street como denunciara Sanders) se ha ido desligando de los grandes sindicatos (que de hecho apoyaron a Trump), distanciado de la herencia del Roosevelt del “New Deal” y ha buscado legitimar al neoliberalismo. Ciertamente en el equipo de Trump hay gente ligada a Wall Street, pero el programa económico que se ha delineado hasta ahora no responde sensu-stricto a esos intereses. Y precisemos: no se trata, ni remotamente, de destruir al capital financiero-especulativo. El punto es otro: que se mueva en términos que no dañen el desarrollo del capital industrial.
El programa de Trump también perjudica (en términos muy relativos) al gran capital transnacional de EE.UU. Este, buscando maximizar sus ganancias, fracciona y desmenuza el proceso de producción conjunta y traslada buena parte de sus actividades al extranjero para luego vender el producto final en EE.UU. Incluso traslada su casa matriz a países donde paga menores (o ningún) impuesto. Se trata de una artimaña jurídica, pero eficaz para reducir costos. Todo lo cual confirma el aforismo “El capital no tiene patria sino intereses”. Pero lo que es bueno para esos capitales no lo es para el país. Este pierde producción, pierde empleo, pierde ingresos fiscales y ve deteriorarse más y más su balanza de pagos.
Trump, para el caso, pretende repatriar esos capitales. Su gran problema: “Hacer de nuevo grande a América” no siempre o necesariamente, al menos en un plazo mediano o corto, favorece a ese gran capital transnacional. Es decir, se delinea una contradicción a subrayar entre los intereses de la nación, en cuanto tal, y los intereses del gran capital. Muy asociada está la contradicción de fondo, la que se puede plantear así: conflicto entre los intereses del capital en su conjunto y de largo plazo, versus los intereses parciales y de corto plazo. El problema no es nuevo: en diversas circunstancias históricas, para salvar al capitalismo, hay que afectar a buena parte de los capitalistas particulares, algo que Keynes señaló con bastante clarividencia. Esta situación suele dar lugar a muchas confusiones. Algunos creen que se ataca al capitalismo (a Roosevelt se le acusó de “comunista”) y otros piensan que todo sigue igual, que nada cambia. Por lo mismo, no perciben la novedad de los tiempos.
• Segundo, iba contra el establishment. Decía en voz alta lo que los “políticos” consideraban “incorrecto” (aunque sí verdadero). Y en una sociedad agotada por el estancamiento, la regresividad distributiva y por los políticos tradicionales, logró una audiencia impresionante. De hecho, Trump no sólo fue contra los demócratas del tipo Hillary Clinton. También, contra los grandes “barones” del Partido Republicano. El sistema, como se sabe, tiende a ser inercial y en términos casi espontáneos se niega incluso a las reformas que buscan salvarlo.
• Tercero, en el plano internacional, Trump apuntaba a un reajuste profundo de la política de EE.UU. Lo central: recuperar la gran supremacía económica que se ha empezado a perder desde los 80 del siglo pasado. Con ello, también avanzar a una redefinición de la política internacional. Para el plazo largo, el gran contrincante es China, que ya hoy, en lo económico, empieza a dominar en algunos rubros importantes. Y en lo político-militar, se puede pronosticar que en un cuarto de siglo (un poco menos o un poco más) llegue a ser la gran potencia dominante (si EE.UU. no reacciona). El desafío es económico y militar, pero en el corto y mediano plazo no implica un conflicto militar abierto. Algo que, por el lado chino, hay voluntad y plena conciencia de que se debe evitar: hoy, una guerra no les conviene.
Esta línea política central se debe traducir en políticas regionales congruentes. En Europa, obligar a las grandes potencias a pagar los costos de la OTAN y distender la relación con Rusia. En vez de apoyar militarmente a los nazis de Ucrania, buscar integrar a Rusia en lo económico con Europa y el mismo EE.UU. De paso, evitar que se unifique con China. No olvidemos que Rusia mantiene hoy un gran poderío militar pero su peso económico es bajo. Arriesgar una guerra (como era el propósito de Hillary Clinton, una señora muy histérica) es un sinsentido con un costo elevadísimo. Algunos se manejan con reflejos del anticomunismo antiguo y cerril y ven en Rusia a la antigua URSS. Pero la Rusia de hoy es un país capitalista en reconstrucción (fase de acumulación originaria ya muy avanzada) y cuyo único problema es que no se deja mangonear. Es decir, al revés de buena parte de los otros países europeos (hoy tan olvidados del viejo De Gaulle) que con EE.UU. aplican la línea del yes man, Rusia se maneja con alguna independencia respecto al gran patrón. Con todo, la histeria anti Rusia que han provocado la CIA y los medios, es altísima.
El otro gran eje apunta al Medio Oriente. Ejemplifiquemos con Siria: en vez de buscar derrocar al régimen de Bashar al-Assad (Partido Baath) y de hecho apoyar al Estado Islámico (el yihad) que rebasó muy rápidamente a la oposición no radical, no ir más allá de presiones no militares. Es decir, repetir las aventuras de Bush y Clinton-Obama en Libia (Kadafi) e Irak (Sadam Hussein), sólo destapa un avispero incontrolable (el radicalismo musulmán de Al Kaeda, de los yihadistas y otros).
En el Medio Oriente, Estados Unidos está metido en un lío feroz. Algunos hablan de esquizofrenia. Por ejemplo, en Irak combate al yihad y a los de Al Kaeda. De paso bombardea y asesina sin asco a miles de civiles. Pero en Siria, apoya militarmente a la oposición, donde están Al-Kaeda y el Estado Islámico (ISIS). Fuerzas que en los últimos años sí han utilizado gases tóxicos. Y no está de más recordar: luego de la llamada “primavera árabe”, la que en Egipto dio lugar al gobierno de los Hermanos Musulmanes, este movimiento fue reprimido o derrocado con cargo a dictaduras militares apoyadas por EE.UU. En breve, como siempre, la cacareada defensa de los valores democráticos no se ve por ningún lado, salvo por el lado de la dictadura mediática.
Las propuestas de Trump no son menores. Implican un reordenamiento estructural (de derecha nacionalista) del capitalismo estadounidense. Pero tiene un talón de Aquiles mayor: la falta de una organización política propia y de una articulación ideológica bien estructurada. El apoyo que ha recibido, por lo mismo, no se traduce en una fuerza política alta y puede ser volátil. Su programa tiene componentes fascistas, pero por su misma debilidad orgánica (no es Jean Marie Le Pen, tampoco Hitler o Mussolini), puede ser más preciso hablar de “protofascismo”.
El problema quizá mayor radica en la oposición interna. Esta controla al grueso de los medios de comunicación y, sobremanera, ha puesto en evidencia que el Estado profundo (deep State) responde casi del todo a la vieja coalición en el poder. Por ejemplo, caso a subrayar, la CIA y el FBI han desplegado actitudes prácticamente golpistas contra el nuevo mandatario. La campaña contra Trump ha sido despiadada, lo ha arrinconado, y ha cuasi asimilado a parte de sus aliados más inseguros (incluso entre los mismos republicanos). Se ha llegado a hablar de impeachment y hasta de golpe. Situación que pone en evidencia que el Estado no solamente responde con absoluta violencia cuando es amenazado por la Izquierda socialista: caso de Chile, con Allende. También, aunque con un tono obviamente menor, cuando el bloque de poder vigente es amenazado con una reestructuración.
Con Roosevelt hubo una campaña feroz. Con Trump también. Aunque Roosevelt encarnaba un capitalismo progresista y Trump responde a una línea de derecha nacionalista. Roosevelt salió adelante y Trump, a juzgar por los últimos acontecimientos, parece haber sufrido un “golpe blanco”. Es decir, para no ser derrocado, se ha visto obligado a ensayar una política que responde al ultraneoliberalismo. El reciente bombardeo a bases sirias (con justificaciones tan falsas como las esgrimidas por Bush en contra de Hussein) y que es también un fuerte desafío a Rusia, el bombardeo a los cerros de Afganistán, más las amenazas de guerra contra Corea del Norte y el riesgo de una conflagración incluso atómica, son muestras de lo dicho. Al hacerlo, Trump nos ha mostrado lo que habría hecho Hillary Clinton y, a la vez, ha tirado a la basura buena parte de su diseño político. Algunos opinan que es sólo un “paso táctico”: retroceder para luego mejor atacar. Después de todo, los disparos han sido calculados para no provocar daños mayores. Pero en el contexto actual, tal retroceso puede ser irreversible. Amén de que estas volteretas causadas por la política interna, pueden desembocar incluso en una debacle nuclear.
Para el pueblo norteamericano, la situación es bastante oscura. La posible alternativa de un capitalismo progresista y democrático (del tipo esbozado por B. Sanders) no ha prendido, en parte por las propias inconsecuencias de Sanders. Y la posibilidad de una ruta socialista está aún muy verde.
JOSÉ C. VALENZUELA FEIJÓO
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 875, 12 de mayo 2017).
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