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Acto Miguel Enríquez |

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México impredecible
Cuando llegas aquí, después de tres meses te dices: “Ya entendí a México y a los mexicanos, ya entendí todo”. Pero cuando llevas veinte o treinta años viviendo aquí, piensas: “No entiendo nada, cada día entiendo menos”. Pero sabes una verdad: que México está muy cerca de Estados Unidos y muy lejos de Dios.
Este no es un país sino muchos países: más de 120 millones de habitantes, más de 50 etnias indígenas con diferentes culturas e idiomas; un arte, una artesanía, una gastronomía distintos en cada lugar. El mexicano con sombrero sentado bajo un cactus no existe.
Casi el 40% de los habitantes está bajo los límites de la pobreza y un 10% en pobreza extrema. Estas cifras son muy discutibles, pero aun reducidas a la mitad, permiten darse una idea del trasfondo.
Ha habido muchos muertos y desaparecidos, muchas matanzas: para mencionar sólo algunas, la de Tlatlaya, la de Acteal, la del jueves de Corpus, la de Tlatelolco, los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, en fin, sería de nunca acabar. Muchas pasaban casi inadvertidas, sobre todo si ocurrían en el norte, donde el narcotráfico manda. “Es el narco”, se decía y se aceptaba como algo inevitable. Otras masacres, como la de Acteal, causaron más revuelo, pero finalmente se las fue olvidando. Es la impunidad, es la impotencia y es el dolor que campean en México. Antes, los narcotraficantes se asentaban en el norte: Nuevo León, Coahuila, Sinaloa, Sonora, lugares tan lejanos… Ahora dominan Estados muy próximos a la capital. El Michoacán de la familia Cárdenas está muy cerca, y uno iba fácilmente allá: es un lugar de maravilla. Ahora no se puede. Tampoco conviene viajar a Cuernavaca, que era como ir a Viña pero sin mar: allí secuestran a medio mundo.
Pero ahora parece que se les pasó la mano. El 26 de septiembre fueron “desaparecidos” y probablemente asesinados, 43 estudiantes -más seis muertos en el acto-, en Iguala, Estado de Guerrero. Es donde está Acapulco, el de María Bonita, las estrellitas y todo eso. Iguala es una ciudad clave en el tráfico de drogas. Está en un valle rodeado de montañas en el norte de Guerrero, y es el punto de entrada a la Tierra Caliente, donde los carteleselaboran drogas sintéticas y cultivan marihuana.
La reacción de indignación se demoró: las primeras marchas multitudinarias fueron el 8 de octubre. Las protestas comenzaron en el extranjero, en la ONU, la OEA, el Departamento de Estado norteamericano. La opinión pública y la prensa mundial se conmocionaron. Nunca antes había pasado. El New York Times editorializó: “43 estudiantes desaparecidos, una fosa común y un sospechoso”. Y el inglés Financial Times: “¿Por qué los policías desaparecen a estudiantes en México? Porque pueden”. Es verdad, le acertó el diario inglés: pueden porque saben que no va a pasar nada, que van a quedar impunes, que les está permitido matar sin consecuencias.
Pero ahora sí que se ha difundido la noticia y el horror. Un sacerdote muy prestigioso, el padre Solalinde, dijo que sabía que a los muchachos los mataron y que a algunos los quemaron vivos.
Ha habido marchas de protesta en todas las ciudades del país. La del Distrito Federal, por la Avenida Reforma, fue enorme. Y un dato interesante: no había ni un solo policía, ni un solo elemento de uniforme. Así se logró que la marcha hasta el Zócalo fuera bastante tranquila.
El alcalde de Iguala y el gobernador de Guerrero militan en el PRD, el partido de Izquierda. Se podría decir que es el equivalente al Partido Socialista chileno, pero sería injusto. Nada en Chile y en México se parece, salvo quizás la corrupción.
¿Quién perpetró la masacre? Policías municipales de Iguala coludidos con el narcotráfico. ¿Quién la ordenó? El alcalde “perredista” de Iguala. ¿Por qué? Nadie lo entendía, porque eran chicos de una escuela rural del pueblo de Ayotzinapa, que habían ido a Iguala a reclamar por problemas escolares. Pero ya se sabe más: los mataron para que no perturbaran el informe anual que debía dar ese día la esposa del alcalde, presidenta del DIF-Municipal, una organización asistencial llamada Desarrollo Integral de la Familia. ¿Es posible semejante crimen por causa tan nimia? Sí, porque pueden y están acostumbrados.
El alcalde de Iguala y su mujer están prófugos y el gobernador, un mes después, ni siquiera ha renunciado, sólo ha pedido licencia. Los políticos se dedican a oscuras trapisondas para ver quién lo va a suceder. Las instituciones de procuración de justicia se muestran completamente inoperantes, como siempre.
Los maestros incendiaron el local del PRD en Chilpancingo, capital de Guerrero. Las dos principales universidades públicas, la UNAM y la UAM, declararon huelgas de 48 horas.
México se va incendiando de a poco, como esos incendios soterrados de bosques que se deslizan implacablemente por los pastos y la materia orgánica y que de pronto estallan en la arboleda.
¿Qué va a pasar? Hay tres posibilidades: 1. Que despierte el México bronco, ese pueblo oprimido, hambriento, silencioso, que de repente saca las armas enterradas y arrasa con todo. Ya pasó hace sólo cien años en la revolución mexicana, en la que murió cerca del 10% de la población. 2. Que los yanquis hagan algo, no mandar tropas pero sí meter mano para controlar las cosas, porque no van a permitir que su vecino sea manejado por el narcotráfico o por el México bronco. 3. Que no pase nada.
Yo no sé qué va a suceder, ya les dije que este es un país impredecible. Pero todo el mundo está asustado, todos estamos esperando algo…
Margarita Labarca G.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 816, 31 de octubre, 2014)
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