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“Punto Final” en Irán
Cartas persas
Charles Louis de Secondat, barón de la Breda, más conocido como Montesquieu (1689-1755) escribió El espíritu de las leyes en que clasifica los regímenes políticos e introduce la idea de separación de los poderes. Más de treinta años antes, en 1721, había publicado en forma anónima, en Amsterdam, sus Cartas persas, donde narra la odisea de dos viajeros persas -Usbek y su amigo Rica- quienes efectúan un largo viaje desde Ispahán hasta París, y describe con una mirada de viajero falsamente ingenuo la vida en las monarquías europeas del siglo XVIII.
Con “mirada de viajero extranjero”, esperamos exenta de ingenuidad, narraremos el viaje por las legendarias tierras de Irán, sobre el cual hoy se ciernen amenazas no veladas.
La historia de Irán, una de las cunas de la civilización, se remonta a varios milenios. Irán proviene de la antigua voz Ârya, que quiere decir noble, honorable. En el Avesta, la recopilación de textos e himnos sagrados -ghatas- de los zoroástricos, están las primeras noticias sobre dicho pueblo; también Heródoto y Xanthos, su contemporáneo, escriben sobre ellos.
Ciro II (siglo VI a.C.), fundador de la dinastía aqueménida, fue el primer Shâhansha, (rey de los reyes) y unificó a medos y persas, estableciendo la base de lo que sería el imperio medo-persa. El zoroastrismo fue desde Darío (550-485 a.C.), el derrotado de Maratón, la religión del imperio. Sus sucesores Jerjes y Artajerjes, portaron las armas en Egipto y Grecia. Y luego de la penetración griega en Oriente por Alejandro Magno (356-323 a.C.), se estableció en el territorio persa un imperio con Seleucos I (355-280 a.C.). Persia, tierra de continuas invasiones, fue sometida a los partos, provenientes del norte del Mar Caspio, que se apoderaron del imperio seléucida (141 a.C.). Luego Partia resistió con éxito a Roma y sólo en 224 de nuestra era, el persa Ardachir, hijo de Sassán, vencerá al parto Artabán cerca de Ispahán, fundando la dinastía sasánida, potencia durante la antigüedad cuyos monarcas vencieron a varios emperadores romanos, entre ellos, a Gordiano y Valeriano. El apogeo de los sasánidas se sitúa en el siglo VI de nuestra era, cuando dicho imperio invadió el imperio bizantino y ocupó Jerusalén, Egipto y Anatolia, en la Turquía actual.
El gran imperio sasánida fue sometido por los árabes islamizados luego de varios combates, siendo la batalla de Qasidiya (635) el hecho de armas decisivo. Abdul Abás fundó el califato abasí, cuya capital fue Bagdad (762). Durante varios siglos, el Irán actual fue teatro de invasiones y guerras y durante los siglos XIII y XIV, fue fundada una dinastía mongola por Hulagan Khan y sus descendientes que se convirtieron al islam. Fue sólo en el siglo XVI que los persas safavides (de la orden religiosa seféviya) dominaron Irán e Ismael I retomó el título de “Sha”. Durante el reinado de esta dinastía fue adoptado definitivamente el islam chií. Reinarán hasta el siglo XVIII, siendo remplazados en 1779 por la dinastía Qâjar, cuyos representantes permanecerán en el poder hasta 1925.
Esta milenaria y extraordinaria historia está presente en el inconsciente colectivo de los iraníes, orgullosos de saberse una de las cunas de la civilización. Dicho orgullo es perceptible al hablar tanto con el hombre de la calle como con intelectuales y dirigentes.
IRAN Y OCCIDENTE
Las riquezas petrolíferas de Irán habían atizado desde fines del siglo XIX el apetito insaciable de Occidente. Las primeras concesiones para el rastreo y posterior explotación de petróleo datan de 1872, y le fueron atribuidas por el Sha de la época a Julius von Reuter, israelita alemán, luego británico, fundador de la agencia de prensa que lleva su nombre. Dicha concesión hizo aumentar el apetito de ingleses, alemanes, suecos, austríacos y posteriormente, estadounidenses.
En los siglos XVII y XVIII, Irán había estado constreñido a otorgar a súbditos europeos -particularmente rusos- privilegios de extraterritorialidad, las llamadas “capitulaciones”, algo parecido a lo que EE.UU. impone hoy cada vez que invade o se instala en un país: Afganistán, Pakistán, Colombia y quién sabe mañana, Chile o cualquier otro Estado complaciente.
En 1906 tuvo lugar la “revolución constitucionalista” iraní y se creó el primer Parlamento (Majlis), que promulgó la primera Constitución. Desde las primeras décadas del siglo XX, Irán había sido descuartizado: el tratado de San Petesburgo entregó a Rusia el norte y a Gran Bretaña el sur del país. Ese mismo año fue creada la Anglo Persian Oil Company (APOC), cuyo accionista mayoritario era el Almirantazgo británico, y todos los servicios estatales estaban en manos de europeos: bancos, correo, ejército, gendarmería, enseñanza superior.
A pesar de la neutralidad de Teherán durante la primera guerra mundial, la Rusia zarista mantenía tropas en territorio iraní, como resultado de sucesivas guerras entre ambos países durante el siglo XVIII y XIX. Turquía invadió luego Azerbaiyán. Las potencias europeas habían firmado un acuerdo secreto, revelado por los bolcheviques en 1917, que luego repatriaron sus tropas. Alemania, gracias a la acción de sus agentes (Guillermo Wassmuss, el “Lawrence alemán”), como Londres y el nuevo poder bolchevique buscaban preservar o apoderarse de las líneas de comunicación Bagdad-Bakú, esenciales para el aprovisionamiento de petróleo. Por su lado Francia e Inglaterra, al finalizar la guerra, se repartieron mediante el tratado Sykes-Picot los restos del imperio otomano, echando por la borda las promesas a árabes y kurdos.
Luego de la guerra, el estallido de diversas sublevaciones nacionalistas y la influencia de la revolución de octubre desembocaron en la fundación del Partido Comunista (1920) y la proclamación de la República Socialista de Gilân, en la región de Azerbaiyán, que fue aplastada pero permanecerá grabada en la memoria de los azerbaiyanos.
En 1925 el último representante de la dinastía Qâjar, fue derrocado por el jefe de los cosacos iraníes, Reza Khan, un militar nacionalista que instauró la dinastía de la familia Pahlavi y que decidió, en 1935, que Persia se llamaría Irán.
Como Mustafá Kemal, su vecino turco, Reza Khan se esforzó en llevar a cabo la modernización del país. Empezó por reprimir a la población nómade y prohibió el velo femenino. Construyó, gracias a capitales alemanes, el Transiraní, ferrocarril que unió el Mar Caspio al Golfo Pérsico. A pesar de que Irán proclamó en 1939 su neutralidad, Reza Pahlavi era considerado pro germano y en 1941, Irán fue invadido y ocupado por Gran Bretaña y la URSS. Reza fue deportado por los ingleses a la isla Mauricio y más tarde a Johannesburgo, donde murió luego de abdicar en favor de su hijo Mohamed Reza Pahlavi.
Durante la segunda guerra mundial fue fundado un nuevo partido comunista -Tudeh-, muy activo en Azerbaiyán y en Kurdistán. En 1946 fue proclamada la República Autónoma de Azerbaiyán y la República Kurda de Mahabad. Se iniciaba el primer conflicto de la guerra fría y a fines de ese año, la URSS cedió a las presiones occidentales y a la ONU y retiró su apoyo a ambas repúblicas.
En el marco de la guerra fría, Irán era un Estado importante en el dispositivo de Washington. Mohamed Reza Pahlavi, fue un fiel aliado de los occidentales y adhirió al Pacto de Bagdad junto a Turquía, Pakistán e Iraq. Mediante él, Washington quería constituir un cordón “sanitario” alrededor de la URSS.
NACIONALIZACION DEL PETROLEO
La nacionalización del petróleo decidida por el gobierno del Frente Nacional de Mossadegh, en 1952, no resistió la colusión de los intereses británicos, estadounidenses y de las elites iraníes occidentalizadas. Un golpe de Estado realizado con el concurso de Londres y Washington en agosto de 1953, instauró un régimen autoritario bajo la férula de Mohamed Reza Pahlavi hasta 1979. Durante su reinado, escapó a varios atentados y reprimió duramente tanto a los nacionalistas chiís como a los comunistas del Tudeh y a otros movimientos de Izquierda. El célebre imán Khomeini fue detenido y exiliado en 1963, por haber criticado públicamente los privilegios de extraterritorialidad jurídica otorgados al personal estadounidense, que consideraba como una nueva forma de “capitulación”. También denunció la connivencia del Sha con Tel Aviv. El exilio del imán Khomeini traería cola y dio lugar a incesantes revueltas de los chiís, mayoritarios en Irán e Iraq. El Sha Mohamed Reza Pahlavi se había enajenado el apoyo del clero chií y buena parte de la población, contribuyendo de esta manera a fomentar el desarrollo del islam político. En el plano interno propugnó la llamada “revolución blanca” y quiso poner en práctica las “seis modernizaciones”: régimen de tenencia de la tierra, nacionalización de bosques, reforma de la ley electoral, privatización de empresas estatales, participación de los asalariados en los beneficios de las empresas, alfabetización.
En los años 60, sectores de las capas medias y altas antidictatoriales fundaron el MLI (Movimiento por la Libertad en Irán), cuyo líder Mehdi Barzagán, jugó un papel importante como primer ministro en el momento de la caída del Sha, en 1979. Barzagán había alentado la creación de un frente nacional siguiendo los pasos del ex primer ministro Mossadegh. En esta nebulosa fueron fundados diversos movimientos, algunos islamo-liberales-nacionalistas, otros que trataron de conciliar marxismo e islam y algunos que optaron claramente por el marxismo y el antimperialismo. En 1965, en la nebulosa del MLI, grupos de estudiantes inspirados por el chiísmo y el marxismo fundaron el movimiento armado Muyaidines del Pueblo, que realizaba acciones contra funcionarios estadounidenses y dirigentes del régimen del Sha, contando con el discreto apoyo del MLI y del clero de la ciudad santa de Qom. Tres años antes de la revolución islámica, se produjo una escisión entre la tendencia religiosa chií y otra marxista. La consecuencia fue una lucha fratricida luego del triunfo de la revolución. Otro grupo, los Fedayines del Pueblo, fundado en 1963 por el disidente comunista Bijan Jazani, propiciaba la lucha armada y tenía como inspiradores a Mao, Che Guevara y Giap. Jazani fue ejecutado en 1975 por la Savak, la policía del Sha. El Tudeh, por su parte, realizaba desde hacía años una labor de infiltración en las fuerzas armadas. Células con más de 450 suboficiales habían sido descubiertas en los años 50.
Estos grupos y partidos jugaron un papel importante en el derrocamiento de la monarquía de los Pahlavi, pero como tantas veces se ha verificado en la historia, “la revolución devoró a sus propios hijos”. A todos ellos hay que agregar las características de su principal dirigente, el imán Khomeini, que encabezaba la potente corriente que quería reencontrar la identidad musulmana chiíta. En foros, debates, coloquios y entrevistas de prensa, radio y TV en que participamos durante nuestra estancia en Irán esta sería la pregunta recurrente: ¿Qué opinión le merece el imán Khomeini?
IRAN NUEVAMENTE ACOSADO
Lo primero que hay que salvar al viajar a Irán son las innumerables trabas puestas por la UE y EE.UU. A los aviones de Iran Air no se les suministra gasolina en territorio de los países europeos que han aprobado las sanciones aplicadas bajo presión de EE.UU. Reciben un trato discriminatorio, a pesar de que la línea aérea iraní es miembro de IATA y cumple con las obligaciones de seguridad y otras normas de esta organización internacional. El avión que hace el trayecto París-Teherán, está obligado a hacer una escala en Ljubjana (Eslovenia), para reabastecerse de combustible lo que alarga en dos horas el trayecto.
En la cabina de la nave, lo que resalta es la indumentaria femenina: jóvenes y menos jóvenes que han embarcado vestidas a la usanza occidental, se transforman y cubren sus cuerpos con la capa y el velo iraní característicos.
Sobrevolamos los Balcanes y luego entramos en territorio turco. En la pantalla de la nave los nombres de ciudades y regiones nos indican que penetramos en Oriente, donde todo es tan complicado. He hecho buenas migas con una azafata de grandes ojazos negros y me contesta en inglés: “Estamos entre las montañas de Kurdistán, sobre el lago Van… hacia el norte está la montaña Ararat (5.185 m)…”. Efectivamente, muy lejos, borrosas, se divisan montañas, tal vez entre ellas el monte Ararat, donde según la Biblia se posó el arca de Noé. Es aquí en Turquía oriental donde nacen los grandes ríos Tigris y Eufrates, que luego atraviesan Siria, Iraq y se juntan al sur de este país, en Chat-el-Arab, cerca de Basora. En la pantalla desfilan los nombres evocadores de Erevan, Armenia, Azerbaiyán y luego Tabriz. “Ya estamos en el espacio aéreo de la República Islámica de Irán”, me dice con una sheherezadiana sonrisa la azafata iraní.
Mientras la nave inicia su descenso por sobre los picachos nevados de los montes Alborz que separan por el norte el Mar Caspio de la meseta de Teherán, observo un mapa que permite constatar el cerco militar tendido por EE.UU.: al oeste bases militares en Turquía, Iraq, Bahrein, Qatar, Emiratos; al este Afganistán, Pakistán, al noreste Turkmenistán y Uzbekistán; al noroeste, Azerbaiyán y más al norte, Georgia. Cerrando el cinturón por el sur, en el estrecho de Ormuz, Omán. Es la readecuación de la famosa doctrina político-militar de Truman, el containment, utilizada contra la URSS después de la segunda guerra mundial para “contener” el avance comunista, aplicada a Irán desde 1979. Efectivamente, desde el triunfo de la revolución encabezada por el extinto imán Khomeini, Washington y sus aliados europeos se dieron a la tarea de terminar con la experiencia iraní.
En el curso de los años 80 la naciente República Islámica enfrentó tres grandes desafíos: las relaciones con EE.UU., que se agravaron a raíz de la toma de la embajada norteamericana por los estudiantes iraníes, toma destinada a asentar el poder chiíta e impedir toda vuelta atrás; el cordón “sanitario” internacional que aisló a Irán y la consiguiente guerra desatada en septiembre de 1980 por Iraq, con la complicidad tácita de Occidente y que duró hasta 1988 arrojando un saldo de cerca de un millón de muertos. En tercer lugar lo que ya hemos mencionado: una verdadera guerra civil entre el poder islámico y los Muyaidines y otros grupos marxistas, entre ellos el Tudeh, que fue descabezado -más de 1.500 cuadros detenidos y diez miembros de la comisión militar ejecutados-.
Pero lo que no estaba en los cálculos de EE.UU. fue el sobresalto patriótico de los iraníes, que en meses revirtieron una inicial situación militar desfavorable y lograron repeler a las tropas iraquíes, pasando a la contraofensiva.
Reflexionando en los avatares de la reciente historia iraní estrecho la mano de mis anfitriones, que me esperan en el aeropuerto de Teherán y que me anuncian un nutrido programa en torno al vigésimo tercer aniversario del fallecimiento del imán Khomeini. En el trayecto al hotel en un Teherán desierto y de noche, uno de ellos, Emmadi, me hace la pregunta consabida. Como es tarde considero que hay que dejar la respuesta para mañana durante la intervención que haré en el coloquio y le digo todo lo que sé del islam y del cisma entre chiítas y sunitas. Están sorprendidos. Mañana veré también a mi colega de la Universidad de Qom, para reanudar una plática que quedó suspendida hace algunas semanas en los jardines del Palacio de Luxemburgo, de París. Miro el cielo desde la ventana del hotel y hacia el norte avizoro las nieves del Alborz. Vuelvo a escudriñar el cielo desde la ventana del hotel y ninguna alfombra voladora se percibe en la penumbra.
PACO PEÑA
En Teherán
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 761, 6 de julio, 2012)
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