Punto Final, 761 – Desde el 06 al 19 de julio de 2012.
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TV digital neoliberal

El cambio tecnológico en la televisión toma forma como cambio en el mercado, como una expansión hacia un nuevo espa­cio de negocios desregulado. No importará mucho si se trata de televisión analógica o digital, mientras continúe en manos del sector privado y sea el lucro la primera y última inspiración para la generación de contenidos. Lo que comenzó como un salto tecnológico con pretensiones de mayor inclusión y participación social, hoy se modela como una nueva área de negocios.
En 2008 ingresó al Congreso el proyecto de ley de televisión digital, una tecnología que básicamente aumentará varias veces el número de señales. Si hoy en la tele­visión las señales no llegan a una docena, con el sistema digital se amplificarán a varias decenas. Por ello, sobre la base de las potencialidades de la nueva tecnología, que permitiría más diversidad y pluralismo informativo, el proyecto inicial acotaba la participación de las grandes corporaciones para abrir un espacio a las comunidades.
Tras un largo proceso con centenares de indicaciones, tachaduras, añadiduras y fuertes presiones de lobbystas y mercachifles, el proyecto es una nueva expresión del Chile neoliberal. Las concesiones, que son como un traje a la medida para las grandes corporaciones, tal como en otras áreas de la economía, en este caso ya están adjudicadas.
Los actuales operadores de la televisión analógica, por cierto la TV pública pero también los canales de Luksic, Falabella y Time Warner, serán premiados con una amplificación de sus señales y de sus negocios. La ley se diseña para ellos. El proyecto está en el Senado y probablemente siga un sendero comercial ya trazado: como la ambición no tiene techo, la idea de estas corporaciones es cobrar, del mismo modo como lo hace la televisión por cable, por contenidos especiales como el fútbol y otros eventos de alta convocatoria.
Pese a la presión de organizaciones sociales y televisiones comunitarias, el proyecto parece seguir hacia el mismo objetivo que otros tantos sectores poten­cialmente comercializables, como la salud, educación, juegos de azar, transporte, banca, carreteras, acceso al agua o explotación de recursos naturales. El lucro y el mercado, tal como en esas áreas, no permite el ingreso de pequeñas empresas y tiende a la concentración del negocio en dos o tres actores dominantes. No harán una excepción con la televisión.
Lo que tenemos en vista es una amplificación del escenario actual: unos pocos que compiten con los productos de mayor venta. No habrá ni más diversidad ni plu­ralismo, sólo lo que permite el lucro y el mercado. Los actuales operadores tenderán a ser más poderosos y a producir más contenidos a través de sus nuevas señales, pero los productos serán diferentes sólo en apariencia. Como los diversos productos de la cadena El Mercurio o los variados detergentes de la misma transnacional. Al final, el contenido es el mismo, desinformación y alienación bajo la forma de un informativo o de entretención.
Los parlamentarios nuevamente legislarán en contra de la ciudadanía. Un acto tan errado o pervertido como la privatización del acceso al agua, la salud y la educación. Las comunicaciones, sea cual sea su formato, no son sólo un espacio de negocios. Son acceso a la información, al conocimiento, a las múltiples visiones del mundo. Eso sólo lo permite la diversidad y pluralidad en los contenidos y en los emisores. La égida del mercado, que concentra la propiedad y los mensajes, atenta contra estas libertades básicas.
Se ha pervertido esta nueva tecnología antes de debutar. En marzo de 2008 escri­bíamos en estas páginas un comentario que hoy parece ingenuo por su optimismo. La realidad del país se ha encargado de hacernos perder toda la confianza en las elites. Entonces dijimos que la televisión digital, al ampliar el número de señales e incorporar otros cambios, como la interactividad, es una tecnología potencialmente más participativa porque podrían ingresar nuevos actores en un modelo de negocio que está aún por hacerse. “Como efecto, podría construirse un nuevo tipo de tele­visión, en la que el factor entretención, espectáculo y negocio no sean los únicos, sino que se amplíen todas las posibilidades de la comunicación”.
Pese a nuestros buenos deseos, también trazamos el peor de los panoramas: “Pero también puede suceder lo contrario, que es reproducir lo que hay bajo las manos e intereses de los actuales operadores y financistas de la televisión. Bajo este esquema hay cuatro informativos, a la misma hora, que trasmiten la misma basura”.
Optimismo fue creer que la discusión sería abierta y participativa. “El debate de la TV digital será necesariamente una discusión política, en la que debiera partici­par toda la ciudadanía. Que el debate no sólo lo copen los operadores, financistas, avisadores y todo tipo de proveedores. Tampoco sus lobbystas ni aquel ciudadano-espectador-consumista que observa el mundo amodorrado en un sillón frente a la pantalla”.
Lamentablemente, el debate ha quedado acotado al negocio y sus operadores con una escasa participación ciudadana. Con unos parlamentarios absolutamente escindidos de sus electores, el curso que ha seguido este proyecto ha sido hacia el peor de todos los escenarios: la amplificación de un instrumento de dominación y alienación.

Paul Walder

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 761, 6 de julio, 2012)

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