Edición 718 desde 17 al 30 de septiembre de 2010
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Los poderosos exterminarán el planeta

Autor: Ricardo Candia Cares

Un día de estos nos despertaremos con la noticia de que un cataclismo viene volando sobre la Tierra y los minutos de todo lo que existe, estarán contados. Será cuando nos preguntemos, entre sollozos y alaridos, de qué habrá valido que tan pocos hayan tenido -en el leve lapso en que se pobló la Tierra- tanto acaparado, escondido debajo de sus garras, oculto de la necesidad de tantos.
Un día de estos un meteorito del tamaño de La Moneda tuerce su rumbo errático y cae como un castigo celestial sobre la desgastada Tierra nuestra. Y de qué habrá servido en estos dos últimos siglos un sistema que hizo increíblemente ricos a tan pocos de los seis mil millones de seres humanos que pueblan el planeta.
Pero no es sólo un pedazo de hielo flotando en la vastedad oscura del cosmos lo que amenaza a la Tierra. En oscuros agujeros, miles de cohetes mortales están a punto de ser lanzados. Hechos para asustar al enemigo, terminaron crispando los nervios de todos en un demente sistema que vincula a compañías fabricantes de armas con gobiernos más dementes aún.
¿De qué van a servir entonces la clave secreta de Fort Knox o los créditos del BID? ¿De qué les valdrán a los magnates sus mansiones rodeadas de muros inexpugnables y de cámaras que ven en la noche si el destello fulminante de solo un par de armas nucleares, salidas de manos dementes, puede hacer polvo todo su ingenio de seguridad y cada uno de las celdas fotosensibles de sus artilugios secretos?
El mundo está en manos de locos sin control, cuyos representantes más adelantados se disponen a dejar la Tierra, con suerte, en manos de las cucarachas que, al cabo de centenares de miles de años, quizás formen una sociedad de cucarachas y en otro millón de años, una de ellas escriba la canción de las cucarachas.
Los poderosos son un hato de ignorantes enemigos de la vida. Quien haya visto a alguno de cerca, le parecerán máquinas programadas por cerebros estrafalarios, amebas del fondo marino, o subhumanos sin corazón. La pesadilla para la sobrevivencia de la Humanidad, y del planeta, son estos poderosos que no sucumben ante nada, que no les tiembla la mano, ni los afectan sus mentiras con tal de sumar más millones donde ya no caben más, donde ya no es posible saber para qué.
Para estos enemigos de la vida, instalar una termoeléctrica y sus venenos en un lugar donde viven peces, mamíferos, anfibios y plantas, importa un comino. Se trata de bichos que no reportan ganancia alguna.
Este rincón del mundo ve con distancia la eventualidad de un desastre de carácter planetario. Alejados del resto, defendidos por la cordillera, el desierto y el mar, pareciera que vivimos en los extramuros de la fatalidad y las malas noticias. Y no es así. Con esos depredadores que mandan en todo, vamos camino al desierto salado de la extinción.
Lo que puede ser visto como un ataque de pesimismo, en efecto, lo es. Cuesta ser optimista en un mundo en que las buenas noticias son una excepción, en que la risa es una manera de esconderse y el miedo la posibilidad a la vuelta de la esquina.
De vez en cuando nos encandila, menos mal, algún destello de lucidez y belleza salido de lo más humano. La finta de un centrodelantero, el calor de un verso de amor, una canción que hincha el pecho, un atardecer en el mar, una fruta que aún conserva su olor. Tanto como hacernos felices por un segundo, también deberían advertirnos del peligro inminente.
De vez en cuando nos toca reír. Chile tronó en un cehacheí, al momento de hacer contacto con 33 mineros atrapados. Pero antes de la desgracia, ¿había una razón para la alegría en ese pique abominable?
Ricos, millonarios, poderosos, prepotentes, gentes de malvivir y de mucho matar, son quienes llevan esta cáscara de nuez al abismo. Ser optimistas es una irresponsabilidad. Hoy se juega la supervivencia del planeta y no hay tiempo para ubicar otra locación vecina en la cual esconderse de lo que se avizora.
Doce termoeléctricas deberían afear las costas chilenas llenas pájaros, peces, florcitas y caracoles. Tarde o temprano, por el abuso de la mentira y la fuerza bruta, la ambición triunfará sobre los restos de razón que se dejan ver entre tanto silencio, y los penachos venenosos de esas fábricas de energía mala nos advertirán que por ahí ya nada crecerá saludable.
Estaremos entonces más cerca del destello final, de la lluvia eterna de ceniza brillante, de un fulgor de colores increíbles, tras un zumbido inexplicable que vendrá del cielo. Y no habrá poeta capaz de contar a nadie de esas visiones, ni músicos que reproduzcan esas notas celestiales.
Quizás habrá millones de cucarachas que no escucharán ni serán capaces de ver la enorme vastedad de sus absolutos dominios por los siguientes millones de años.

(Publicado en Punto Final, año 45, edición Nº 718, 16 de septiembre, 2010
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