Documento sin título
Buscar |
|
último Editorial |
|
Carta al director
|
|
Ediciones
Anteriores. |
|
En
Quioscos |
|
Archivo
Histórico |
|
Publicidad del Estado |
El fallo de la Fiscalia
 |
Regalo |
|
|
200 años de
pelucones
y pipiolos
“…la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición…” .
(C. Marx y F. Engels: “Manifiesto del Partido Comunista”).
Mateo de Toro y Zambrano, representaba al rey, el obispo José Antonio Martínez de Aldunate, a la Iglesia, Fernando Márquez de la Plata, a los españoles peninsulares, Juan Martínez de Rozas, a la aristocracia de Concepción, e Ignacio de la Carrera, a la aristocracia de Santiago. Esa fue en esencia la primera Junta de Gobierno creada hace 200 años, el 18 de septiembre de 1810. Representaba al 24 por ciento de la población. A los 20 mil peninsulares y 150 mil criollos, según cifras de Guillermo Feliú Cruz. No hubo en esa primera Junta ningún representante de los 400 mil mestizos, de los 100 mil mapuches ni de los 20 mil negros, zambos y mulatos que el mismo Feliú contabiliza. Pero, es necesario admitirlo, los criollos (o indianos) fueron, en el contexto de la época, ese “elemento revolucionario” al que se refirieron Marx y Engels. Se movilizaron por hacer más y mejores negocios; encarnaban al homo œconomicus, dirían los economistas neoclásicos. Al desarrollo de las fuerzas productivas, diría Marx: “En un estadio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes” (Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política).
Los peninsulares, según Guillermo Feliú Cruz, eran “una casta oficial, venida de la metrópoli, de escasa raigambre en el país, (que) reemplazó a la de los conquistadores. Era éste un grupo privilegiado: el gobier-no, la alta jerarquía administrativa, la justicia de segunda instancia, la preemi-nencia en el ejército y cuanta actividad administrativa de importancia remunerada, le pertenecían…”. Hacían parte de la sociedad feudal en descomposición. En su mayoría, fueron realistas. Eran los defensores de las relaciones de producción existentes.
Los criollos, “descendientes de los españoles de pura y limpia sangre blanca, mezclada a veces con el indíge-na, y no exenta, en otras, de ciertas gotas de la africana…”, eran su antítesis. “Poseían las tierras de cultivo, las minas, algunas pequeñas industrias, prosperaban en el comercio, en manera muy desigual; tenían acceso a las dignidades del clero, a las no muy encumbradas del ejército, y en los cabildos aprendían débilmente el arte del gobierno de las ciudades; servían en la Universidad de San Felipe y en otros colegios la docencia y la dirección de la enseñanza. Era la elite intelectual, por misérrima que fuera”.
Los criollos más ricos, descritos por Feliú Cruz como el “patriciado criollo, dueño de la tierra, y que buscaba, antes de innovar en el orden político existente, una mayor expansión comercial para sus productos agrícolas…”, eran reformistas y moderados. Los de la clase media, aquella “elite intelectual” a que hace referencia Feliú, se alzaron contra la primera Junta primero y el primer Congreso después, culminando con el golpe militar del 4 de septiembre de 1811, donde se hicieron efectivos los objetivos independentistas más radicales.
Los reformistas procuraban la continuidad del modelo político y social vigente durante la Colonia. Castellanos descendientes de los conquistadores, establecieron lazos matrimoniales con peninsulares vascos destinados a la administración colonial y constituyeron una oligarquía terrateniente y comercial: la aristocracia castellano-vasca. Se distinguían el conde de Quinta Alegre, los mayorazgos Larraín y Tagle, el marqués de Pica, y los Errázuriz, Eyzaguirre y Ovalle que usaban la peluca tradicional de la Colonia, por lo que fueron motejados pelucones, más tarde Partido Conservador. Hoy, fundamentalmente la Alianza por Chile.
Los criollos revolucionarios, llamados pipiolos por sus adversarios, tras su golpe de 1811 decretaron entre otras medidas la libertad de vientres, ley por la cual los hijos de esclavos nacerían libres. Sus líderes fueron Juan Martínez de Rozas, Manuel de Salas, Camilo Henríquez, Juan Enrique Rosales, José Gregorio Argomedo y Juan Miguel Benavente, entre otros. Su brazo militar lo encabezó José Miguel Carrera. En 1849, se agruparon en el Partido Liberal; algunos terminaron en la Sociedad de la Igualdad, de Francisco Bilbao, una de las raíces del Partido Radical, y estuvieron en el Frente Popular de Pedro Aguirre Cerda. Hoy, son pipiolos la Concertación y sus socialistas liberales.
Salvo las experiencias socialistas frustradas, que simbolizan los nombres de Marmaduke Grove y Salvador Allende, en estos 200 años hemos sido gobernados por pelucones y pipiolos, revolucionarios decimonónicos. ¿El pueblo? Ahí no más. Eso celebramos con el Bicentenario.
JUAN JORGE FAUNDES
(Publicado en Punto Final, año 45, edición Nº 718, 16 de septiembre, 2010
punto@interaccess.cl
www.puntofinal.la
www.pf-memoriahistorica.org |
Punto Final
|