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Cuba con ojos de cubanos
Qué cambios esperan
los cubanos
Autor: Eliades Acosta Matos
En La Habana
Después de los reiterados aciertos del pulpo Paul en los pronósticos futbolísticos -el oráculo del acuario de Oberhausen-, ha decaído sensiblemente el prestigio de pitonisas, adivinos y agoreros bípedos. Pero si hay un terreno de especulación donde aún todo se admite, desde el disparate hasta las ensoñaciones, es en el de los pronósticos sobre el futuro de la Revolución Cubana.
Los sicoanalistas del futuro estudiarán cómo y por qué fue posible que los amores y esperanzas, y también los odios y las fobias de la Humanidad, se concentraran de manera consciente o inconsciente alrededor de esta pequeña islita del Caribe. Lo cierto es que Cuba es de los pocos países del mundo que ocupa un lugar desproporcionado en el imaginario popular y en el interés cotidiano de la gente, más allá de su población, su peso económico o militar. Puede que lo que en ella ocurre no afecte directamente a millones de personas en todo el mundo, y sin embargo, no deja de estar en los titulares. Lo que sucede en Cuba, tanto como lo que no sucede, siempre es noticia, despierta enconadas pasiones, jamás provoca indiferencia.
No es de extrañar que las cábalas se hayan desbocado, de cara a los sucesos cubanos de los últimos tiempos, desde la enfermedad y el retiro parcial de Fidel, hasta la reciente liberación de 52 presos por motivos políticos, pasando por el efímero fulgor de logreros y personajillos carnavalescos aupados en la ola de la propaganda (y el dinero) de sucesivos gobiernos norteamericanos, sin excluir al de Obama. Hoy las preguntas claves que nos hacemos todos, desde quienes creemos en la Revolución y la defendemos hasta aquellos que trabajan por destruirla, con o sin desembarco de la 82ª División Aerotransportada del Ejército de Estados Unidos, son: ¿Hacia dónde va el proceso revolucionario? ¿Cuáles son los cambios que desean y necesitan los cubanos?
¿Cuántas Cuba existen?
Responder estas interrogantes es harto complicado, en primer lugar porque habría tantas respuestas como “intérpretes” de la voluntad y las aspiraciones de la nación. Cuba, a pesar de su homogeneidad social interna y su ejemplar unidad nacional, es una sociedad dividida en clases, sólo que la clase explotadora, la burguesía nacional de verdad, se halla fuera de las fronteras del país y en estrecho contubernio con el imperialismo norteamericano, por lo tanto, ocupando posiciones antinacionales y entreguistas. Y en tanto sociedad clasista, no puede tener un solo discurso legitimador, sino tantos como grupos de intereses existan. Desde este ángulo, existen tantas Cuba y tantos cubanos como posicionamientos con respecto a la propiedad, los medios de producción y el poder. Y no debe extrañarnos que las respuestas a las cardinales interrogantes ya formuladas dependan de este mismo posicionamiento.
Si partimos de esta precisión inicial, surgirán nuevas preguntas. Por ejemplo: ¿Qué esperanzas tienen en el futuro y qué cambios esperan los cubanos trabajadores de la isla, incluso aquellos que en el exilio se ganan el pan con el sudor de su frente, y cuáles los que sueñan con entrar a saco a la economía nacional, atándola para siempre al capitalismo global y sin parar mientes en su costo social, siempre que esto les permita maximizar sus ganancias?
No puedo hablar a nombre de la burguesía derrotada y clientelista cubana, esa que rumia en sus noches de Miami hecatombes vengativas y ejemplarizantes contra el pueblo rebelde y pide “tres días con licencia para matar”. A ella le sobran comilitones y plumíferos de alquiler que han diseñado minuciosamente el plan de “reconstrucción de una Cuba post-Castro”, que incluye desde qué monumentos dinamitar (por ejemplo, el Mausoleo del Che en Santa Clara), hasta qué rascacielos y casinos construir en el Malecón habanero. Sólo podría intentar responder a las interrogantes desde el cubano sencillo de la isla, desde el hombre de la calle, desde ese que lucha cada día por lo que cree, con denuedo y obstinación, a pesar del acoso del enemigo y de nuestras propias cortedades y errores, y carga sobre sus hombros los mayores sacrificios.
Las expectativas de cambio en Cuba, desde la Revolución y por la Revolución, han sido refrendadas por aquel discurso del presidente Raúl Castro hace ya dos años, donde reconoció la necesidad de “cambios estructurales” en el país. Los cambios de que se habla aquí son los cambios para fortalecer la Revolución y el socialismo, no para entregarlos a sus enemigos, en tanto una Revolución y un socialismo fortalecidos son la única garantía de un presente y un futuro mejor para el pueblo cubano y no sólo para un reducido grupo de explotadores. El reto está en hacer estos cambios con suficiente sabiduría y serenidad, y a la vez, con la necesaria audacia y celeridad, algo realmente difícil en las condiciones de constante hostilidad exterior y de fabricación y fomento de la disidencia interior. Pero nadie ha dicho nunca que una revolución auténtica, y mucho menos una revolución socialista, es un baño de rosas ni un bucólico paseo por el prado.
Puede que andar sea riesgoso y que el camino esté astutamente minado por el enemigo. Es verdad que a los revolucionarios cubanos no les perdonará el imperio ni un solo yerro, ni una sola debilidad, ni el más mínimo error estratégico o concesión de principios. Pero también entran en los planes del enemigo la parálisis, la inercia y el exceso de cautela que ralentizan procesos impostergables, y que generan, automáticamente, erosión del consenso interno, fatiga y pérdida de fe.
Andar es peligroso, pero no existe otra manera de llegar a la meta.
¿Quo vadis?
Un listado provisional de los anhelos del cubano revolucionario de a pie, que dicho sea de paso constituye la inmensa mayoría del pueblo de la isla y no sólo de la capital, es el listado de soluciones a sus problemas cotidianos más acuciantes, algunos de ellos que se han arrastrado por décadas sin soluciones definitivas. Ninguno es ajeno a la voluntad del gobierno revolucionario, ni escapa a su conocimiento detallado. Pero la gente pide soluciones concretas, no sólo palabras ni comprensión a los problemas. Y como suele ocurrir durante las revoluciones, tocará hacer en días y meses lo que no se ha hecho en años y décadas, por uno u otro motivo.
El cubano promedio es una persona culta, con un elevado nivel de conocimientos históricos y políticos, con mucha curiosidad e información, y que ha madurado extraordinariamente inmerso en un proceso tan vital como el que protagoniza desde hace más de medio siglo. Por estas razones sus apetencias son racionales, alejadas del delirio del consumo y las ambiciones desmedidas que se fomentan cuando la sociedad se divide arteramente en perdedores y triunfadores y el hombre es convertido en lobo del hombre. Hoy por hoy, los cambios anhelados pasan por resolver problemas esenciales para la vida de la familia cubana, como son eliminar la doble moneda y lograr que con el fruto de su trabajo honrado los cubanos puedan no sólo mantener a sus seres queridos, sino garantizarles un nivel de vida en ascenso, con acceso a todos los bienes y servicios que el avance de la civilización y la vida moderna proveen. Cada persona tiene derecho, y más en el socialismo, que se ha de basar en la justicia social y el fomento de formas de propiedad solidarias unidas al desarrollo de la ciencia y la técnica, a disfrutar de los avances de nuestra época, precisamente lo que el capitalismo ha vetado a millones de humillados y ofendidos de la periferia.
Claro que sin (...)
El autor
Nacido en 1959 en Santiago de Cuba, Eliades Acosta es licenciado en filosofía y director de la Biblioteca Nacional José Martí. Colabora en numerosos medios, entre ellos Punto Final. Vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cuba, es autor de varios libros, entre ellos El Apocalipsis según San George, Los colores secretos del Imperio, etc.
(Este artículo se publicó completo en Punto Final, edición Nº 714, 23 de julio, 2010)
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