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Reconstrucción
Autor: Ricardo Candia Cares
Un fantasma recorre Chile: el de la reconstrucción. Una duda es cómo se financiará y otra, qué quedará después de concluida. Los mal pensados auguran que las poblaciones de mediaguas de emergencia durarán mucho más de lo que dicen las buenas intenciones. Y que la idea es dejar las cosas como estaban antes del 27 de febrero. Es decir, mal hechas.
Podríamos reconstruirlo todo, aprovechando que gran parte está en el suelo o en franco deterioro. El estado calamitoso de la política y sus partidos, sin ir más lejos, que trizan la verdad en boca de los parlamentarios. Es un sistema que necesita ser demolido y cambiado por otro que dé más garantía a sus usuarios. Muchos habitantes han sido afectados por la farfolla que hace aparecer como democrático un ejercicio que se burla de la democracia.
Si bien el edificio del Congreso Nacional resistió el embate de las placas en su pelea milenaria, también es cierta la necesidad de construir otro Congreso que en verdad sea el lugar en que sesionen representantes de la gente, no sus reemplazantes amnésicos que se olvidan de sus promesas y discursos no más cobran sus primeras dietas.
Para nadie es un misterio lo que ha significado un sistema económico que mantiene a millones de personas al borde del pánico. Ese que, cuando deja ver una fisura en sus paredes y basamentos, hace que los giles de siempre se pongan con el sufrimiento. La gente buena y solidaria debería enfrentar una campaña definitiva para cambiar el modelo económico y sus réplicas. No encerrados en el teatro de la Teletón, ni con cámaras, luces y estrellitas, sino en la calle con bronca y decisión. Levantando la voz para decir que no hay obra humana que no sea posible revocar con otra obra humana, sobre todo si la última tiene el poder de muchos, de la mayoría.
Del mismo modo, debería reducirse a escombros el sistema educacional y hacer que sus usuarios tengan más que un pito que tocar en la elaboración de uno nuevo. Hace unos años, los estudiantes de enseñanza media, trastornados por la magia del desorden fecundo, quisieron hacerlo. Engañados por los mandamases de entonces, fueron traicionadas las ideas maravillosas de trasformarlo todo y el viento fresco de la rebelión fue escondido bajo la alfombra. Aún está ahí. A la espera que rebeldes nuevos lo saquen al aire limpio.
Habría que derrumbar un sistema que manda a los viejos a una vida de lamentos, colas interminables y salud de espanto. Y sobre las ruinas de ese sistema, levantar uno en que la dignidad sea pilar maestro. De qué vale un país y sus riquezas si condena a sus pensionados a una larga vejez de pena. Es una obligación demoler la sinvergüenzura que permite que un puñado de personas se haga millonario usufructuando con los dineros de la gente boba que trabaja por un sueldo al mes y que tiene la mala ocurrencia de pensionarse.
Otro edificio del que sale hedor a podredumbre es aquel que constituye el sistema de comunicaciones. Diarios, televisión y radios -en pocas manos ambiciosas-, despliegan sus verbos para manipularlo todo. Una dictadura mediática. Este sistema, levantado primorosamente por la Concertación, está a punto de dar una muestra más de su grandeza en la disputa por Chilevisión, señal que antes pertenecía a la Universidad de Chile.
Las huellas más dramáticas del terremoto de febrero han dejado en claro que el neoliberalismo no resuelve las necesidades de las personas sino que las deja al arbitrio del mercado, del monstruo compralotodo. Sin embargo, por más que se denuncian sus enormes contradicciones y fisuras, hasta ahora ha sido difícil proponer alternativas. El dominio casi planetario del neoliberalismo tiene a la Tierra en condiciones límites. Y parece que nadie escucha las voces que denuncian el advenimiento de tiempos peligrosos. La Tierra sabe lo que dice cuando habla. La consigna dice que otro mundo es posible, pero más parece necesario.
Otro país podría emerger de los escombros en que está medio Chile si hubiera, entre sus habitantes, millones dispuestos a hacerlo. Los que dejaron el gobierno hace tres semanas llegaron a él con esas promesas. Nadie las recuerda. Un país distinto sólo es posible si la fuerza de millones es capaz de levantarlo. Esa fuerza nace de la organización, de la movilización, de esa manera de hacer política en la calle que organiza y convence. Que seduce.
A propósito, bajo la picota o el buldózer debiéramos hacer caer las paredes enclenques, los pilares agotados y las estructuras veteranas de ese edificio extraño llamado Izquierda. Urge hace muchos años una renovación de ella. Condición necesaria para reconstruir otro país es una Izquierda con mayor capacidad de resistir los movimientos, tanto los de adentro como los embates externos.
Un país distinto, con tanto escombro inútil por desechar y tanta materia prima maravillosa como para construirlo, necesita hace rato de una Izquierda sabiendo lo que dice y diciendo lo que debe.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 706, 2 de abril, 2010)
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