Edición 706 - desde el 2 al 15 de abril de 2010
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Neruda versus
la historia oficial

Será éste un extraño Bicentenario. Por primera vez en cincuenta y seis años, la derecha llega al gobierno de Chile mediante elecciones. Hace tan sólo veinte que terminó la dictadura en que participó y ahora, volverá con el neopinochetismo disfrazado de demócrata en busca de impunidad.
Casi todas las celebraciones tienen un propósito legitimador de lo establecido y ahora con mayor razón, la historia oficial será aprovechada a fondo. Poco o nada interesan los cuestionamientos y las miradas críticas. La parafernalia de las ceremonias militares y el boato de las inauguraciones ayudarán.

La historia oficial
y la “otra” historia

En las miradas sobre el Bicentenario se produce una aguda contradicción entre la historia oficial, engrandecida para las efemérides, y la “otra historia” que casi siempre se opone a la oficial con más coherencia y verdad: la alternativa, diversa, que busca la verdad más allá de las conveniencias del poder. Esta historia alternativa se ha ido abriendo camino y reviste el mayor interés, pero aquí no nos referiremos a ella. Hablaremos de un notable antecedente, de una invención poética que a juicio de Gwen Kirpatrick, de la Universidad de California, Berkeley, “ha sido extraordinariamente influyente y poderosa en la formación del sentido de identidad latinoamericana en las últimas décadas”. No es una historia académica, ajustada a normas científicas pero ha sido tanto o más importante que si lo fuera. Se trata del Canto General, de Pablo Neruda.
Esta enorme obra poética de varios miles de versos, considerada por muchos como un gran poema épico, comenzó a escribirlo en 1937 como un “Canto a Chile”, pero al poco tiempo debió ampliarlo y profundizarlo de manera medularmente latinoamericana en una decisión que explicaría así: “Muy pronto me sentí complicado, porque las raíces de todos los chilenos se extendían debajo de la tierra y salían en otros territorios. O’Higgins tenía raíces en Miranda. Lautaro emparentaba en Cuautéhmoc. La alfarería de Oaxaca tenía el mismo fulgor negro de las gredas de Chillán”. Y agregaba: “1810 era una fecha mágica. Fue una fecha común a todos. Un año general de las insurrecciones. Un año como un gran poncho rojo ondulando en todas las tierras de América”.
De Canto General ha dicho el mexicano Carlos Monsiváis: “…es una visión concentrada de América Latina, el viaje regido soberanamente por el idioma, ese método de nombrar que transforma lo nombrado y se distribuye en la flora, la fauna, la orografía, la hidrografía, las bestias, los ríos, los pájaros, los minerales. Machu Picchu (la parte más extraordinaria del Canto), los conquistadores, los libertadores, los verdugos, las historias del presente, Chile (...), los trabajadores del pueblo, Norteamérica, las experiencias del exiliado político, los amigos, la patria en tinieblas, el océano y la magnífica parte final, la mezcla de autobiografía y recapitulación lírica y partidista”.
Neruda se acerca al Canto General luego de su experiencia en España. Se compromete con la causa de la República agredida por el fascismo y llega hasta a organizar el viaje del Winnipeg, con dos mil refugiados españoles acogidos por el gobierno del presidente Pedro Aguirre Cerda, elegido por el Frente Popular. Hay un profundo cambio en su poesía y en su vida. Aparece ya en la Tercera Residencia, con “España en el corazón”, el “Canto a Bolívar” y el poema “Reunión bajo las nuevas banderas”. Se ocupa en tareas antifascistas durante la segunda guerra mundial y ejerce un cargo consular en México. Allí comienza a ahondar en las raíces del continente y su historia. Machu Picchu lo deslumbra. En 1945 ingresa al Partido Comunista y es elegido senador por Tarapacá y Antofagasta, zona de fuerte y combativa tradición proletaria. Reflexiona, estudia, discute. Encabeza la propaganda de la candidatura presidencial de Gabriel González Videla, apoyado por los comunistas, y cuando éste traiciona sus promesas electorales y desencadena la represión antipopular, Neruda lo denuncia en el Senado con discursos que producen incluso revuelo internacional.
Es desaforado y acusado ante los tribunales, pasa a la clandestinidad y a comienzos de 1949 se evade a Argentina a través de la cordillera y desde allí, viaja a Europa. En medio de esos trajines y peligros escribe la mayor parte de Canto General. Tiene la experiencia de vida, el conocimiento de la política de pasillos y apariencias que encubre con ropajes democráticos las traiciones y la explotación. Neruda ya tiene una ideología que lo orienta. Coloca su genio al servicio del pueblo.
 
La lucha por la verdad

En la obra, que aparece clandestinamente en Chile en plena represión -1950-, hace un completo cuestionamiento a la historia oficial, esa que se enseñaba y aún se enseña en los colegios, elaborada por los sectores dominantes que esconden los intereses de clase y borran así la explotación y la violencia con que se han apoderado y mantienen el control de la sociedad. Esa historia oficial que muestra a los indios como salvajes, que fueron salvados de su barbarie por la evangelización y la encomienda; que enaltece a los poderosos como benefactores, al igual que a los capitalistas extranjeros que se llevan las riquezas; que reniega del latinoamericanismo y fortalece el nacionalismo excluyente.
Hace diez años Eugenia Neves, escritora y académica de la Universidad de Chile, profundizó agudamente en este tema en el libro Pablo Neruda, la invención poética de la Historia, que es interesante destacar tanto por su importancia como también en homenaje a su autora, fallecida en 2003. Sus planteamientos centrales son los siguientes:
“Para Neruda, la imagen de la Historia de América se presenta dividida en dos grandes períodos separados por el ‘Descubrimiento’. Para el poeta, ese acontecimiento, a diferencia de lo que sostiene la historia tradicional, fue una catástrofe que termina con el período de identidad natural de los pueblos indígenas. El Descubrimiento y la Conquista… es un tiempo de arbitrariedad histórica durante la cual se lleva a cabo un genocidio que cubre de sangre y destruye la vida que se había generado y desarrollado de modo natural hasta entonces en el continente”. Neruda remueve la historia y la convierte en objeto poético, instrumento de la verdad profunda. Lo que se destaca como “descubrimiento del Nuevo Mundo” y gesta evangelizadora se convierte en una mentira tendida sobre la codicia, la crueldad y el ansia de dominación. La libertad de los indígenas es arrebatada y de ahí en adelante “el continente americano se ha enfrentado a una misma lucha por recuperar la libertad, lucha que opone a opresores y oprimidos a través de la historia”.
El relato poético no es continuo ni se ajusta a una cronología precisa. Los conquistadores, primero, los amos coloniales después, son los mismos oligarcas que traicionan los ideales de la lucha por la libertad y de nuevo se entienden con los extranjeros que llegan a hacer negocios y a apoderarse de las minas, las tierras y otras riquezas. Es una lucha que se prolonga hasta hoy. “Podríamos decir -sostiene Eugenia Neves- que esta obra poética que nace a la vida hace cincuenta años, en 1950, bajo circunstancias muy específicas de la posguerra mundial y la guerra fría en nuestro país, es una proposición de deconstrucción de nuestro imaginario histórico antes que de su propia construcción. Quiero decir con esto que esta obra poética dejó en evidencia una suerte de ‘malformación’ en el relato de la historia de los países latinoamericanos, evidencia de ciertos equívocos en la imagen de la elaboración de la ‘realidad de los latinoamericanos’”. A continuación señala: “La imagen de la libertad en Canto General tiene la forma de un árbol cuya fuerza emana de la tierra para darle vida a los héroes que luchan por ella, incesantemente renovados. En esta imagen, éstos son sus hojas. Los héroes se nutren de la fuerza renovadora de la savia, que desde la tierra genera la vida de nuevos héroes”: “Este es el árbol / del pueblo, de todos los pueblos / de la libertad, de la lucha. / De la tierra suben sus héroes / como las hojas por la savia / y el viento estrella los follajes / de una muchedumbre rumorosa, / hasta que cae la semilla / de pan otra vez a la tierra”. (...) “Aquí viene el árbol, el árbol / cuyas raíces están vivas,/ sacó salitre del martirio, / sus raíces comieron sangre / y extrajo lágrimas del suelo: / las elevó por sus ramajes / las repartió en su arquitectura. / Fueron flores invisibles / a veces flores enterradas, / otras veces iluminaron / sus pétalos como planetas”.
Desde los versos iniciales, en que el poeta habla de las tierras y los hombres “antes de América”, hay un claro cuestionamiento a lo establecido, a lo consabido.
“Antes de la peluca y la casaca, / fueron los ríos, ríos arteriales; / fueron las cordilleras. En cuya onda raída / el cóndor o la nieve parecían inmóviles; / fue la humedad y la espesura, el trueno / sin nombre todavía, las pampas planetarias./ El hombre tierra fue, vasija, párpado del barro trémulo / forma de la arcilla, / fue cántaro caribe, piedra chibcha, / copa imperial o sílice araucana. / Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura / de su arma de cristal humedecido / las iniciales de la tierra estaban / escritas”.
El asombro permanente que provoca la naturaleza no hace que el poeta se olvide del hombre y sus dolores, de sus esperanzas y sueños. Recorre Machu Picchu, sus escalinatas infinitas, escudriña sus rincones y contempla desde la altura “la plata torrencial del Urubamba”. No idealiza y se pregunta, “¿dónde está el hombre que construyó todo eso?”. Y de allí convoca: “Sube a nacer conmigo, hermano./ Dame la mano desde la profunda / zona de tu dolor diseminado”. Y el grito “Acudid a mis venas y a mi boca./ Hablad por mis palabras y mi sangre”, brota natural y decidido.

El ejemplo y la rebeldía inextinguible

Pasan los siglos. La rebeldía de los pobres no ha cesado. El huracán de la Independencia recorre América. Surgen los héroes. Desde los precursores -como Túpac Amaru y los comuneros de Colombia-, de Francisco de Miranda hasta Balmaceda, Recabarren, Sandino y Prestes, pasando por San Martín, Artigas, Sucre, O’Higgins y muchos otros. El tiempo avanza y retrocede. El triunfo liberador caerá en manos de la oligarquía: “No, aún no se secaban las banderas / aún no dormían los soldados / cuando la libertad cambió de traje / se transformó en hacienda: / de las tierras recién sembradas / salió una casta, una cuadrilla, / de nuevos ricos con escudo, / con policía y con prisiones”. Aparecerán los abogados de la libra esterlina y los gestores del dólar, los plumarios que enaltecen los crímenes de los tiranos. En todas partes imperará la ley del embudo, cuya vigencia desnuda la democracia pregonada por la historia oficial: “y al fin llevaron al Congreso / la Ley Suprema la famosa / la respetada, la intocable / Ley del Embudo. Fue aprobada / Para el rico la buena mesa / la basura para los pobres / El dinero para los ricos, / Para los pobres, el trabajo / Para los ricos la casa grande / El tugurio para los pobres / El fuero para el gran ladrón / La cárcel para el que roba / París, París para los señoritos / El pobre a la mina, al desierto”.
Y no se libra del repudio el mito de la imparcialidad de los jueces, cultivado siempre por los defensores del statu quo: “Dice tu sangre, cómo entretejieron / al rico y a la ley? Con qué tejido / de hierro sulfuroso, cómo fueron cayendo pobres al juzgado?”.
El poeta marca con fuego. No perdona a los españoles que huyendo de la cárcel, “del hambre y de los piojos”, se convirtieron en América en implacables explotadores de indios para hacerse ricos. Fray Bartolomé de Las Casas emerge como personaje nobilísimo y el poeta agradece, a pesar de todo, a los españoles por habernos entregado el idioma. Neruda invita a Las Casas a ver con sus ojos cómo se persigue en Chile a los luchadores populares: “Hoy a esta casa, Padre, entra conmigo / Te mostraré las cartas, el tormento / de mi pueblo, del hombre perseguido / Te mostraré los antiguos dolores”.
Se entrecruzan los tiempos. El campo de lucha se extiende a todas partes. El poeta convoca a los norteamericanos sencillos, a esos que aún creen en Lincoln, a unirse a la causa de los pueblos y a defender la paz. Los soldados soviéticos derrotan a los nazis y la luz encendida toda la noche en el Kremlin, indica que Stalin trabaja para su pueblo. Los héroes son ahora colectivos, descubren la organización y la disciplina. “De combate en combate, / su esperanza / se convirtió en precisas herramientas / la solidaridad se hizo rama / el llanto inútil se agrupó en partido”.
Pueden multiplicarse los ejemplos y las citas. La lucha es ya de todos, en el mundo entero.
Canto General es una poderosa muestra de la pugna entre historia alternativa, plasmada en invención poética, y la historia oficial. Triunfa en definitiva la primera, porque capta la verdad de lo que ha pasado y su sentido real, como los recuerdos que atesora el pueblo de la historia no escrita de sus luchas.
En el Bicentenario popular, Canto General tendrá un lugar destacado. Pablo Neruda, seguramente, será revalorado como combatiente por la verdad en una lucha que exige constancia y fuego, esa “ardiente paciencia” que invocaba el poeta para vencer.

HERNAN SOTO

 

 (Publicado en “Punto Final”, edición Nº 706, 2 de abril, 2010)
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