Edición 702 - Desde el 8 al 21 de enero de 2010
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Chile es un país
Soñado

Autor: Ricardo Candia Cares

Antes de ser lo que es ahora, Chile fue la idea loca de un grupo de personas que, en algún cómodo lugar, a principios de la década de los setenta, imaginaron cómo sería su país soñado. El que legarían a sus descendientes.
Un puñado de poderosos con imaginación se detuvo a pensar cómo debiera ser ese país en que las ganancias manaran de la tierra como el agua, un paraíso en el que el dinero cayera del cielo, como el maná de la Biblia. En que la riqueza fuera la meta de todos y no tuviera límites. Esos exóticos sueños previeron autovías en las que había que pagar para desplazarse, las riquezas del subsuelo gratuitas y plena disposición de los mares, ríos y lagos. Y hacer fortunas estratosféricas con los ahorros previsionales de los trabajadores, esos tontos que viven de un sueldo. Se imaginaron, y para algunos sería un delirio estrafalario, hacer riqueza con la necesidad de educación de los niños, con las camas de los hospitales, con el agua y con las cárceles. Y que los pobres no afearan sus horizontes, y que hubiera leyes que todo lo permitieran, hechas a imagen y semejanza de su más exótica imaginación.
También soñaron que los llamados a enfrentar la avalancha inevitable que trae como consecuencia la riqueza ilimitada en los pobres de siempre, fueran suficientemente amaestrados y que con el tiempo desaparecieran los estandartes, las banderas rebeldes y los trabajadores ya no marcharan por sus derechos, transformados en números contados como votos cada dos años.
Y con ese mismo empuje de soñadores de temple, se dieron a la tarea de construir ese país, con la férrea decisión de hacerlo realidad al costo que fuera necesario.
Este país fue soñado al amparo tranquilizador de los uniformes, los tanques, los aviones y fusiles. Bajo esa sombra fue posible instalar sus primeras piedras.
No costó mucho definir el rumbo y encontrar quienes pusieran la parte sucia de esa decisión que ameritaba segar, también al costo que fuera, los otros sueños que el pueblo se había propuesto y que eran un delirio de la misma magnitud, pero con un sentido contrario: construir el socialismo por una tal vía chilena, con empanadas y vino tinto.
El resto es historia que conocemos. Se limpió de incómodos sujetos el país y se lanzaron a concretar esos sueños. Y he aquí que en treinta años de delicada labor, esos sueños, estrafalarios, delirantes, hoy son una realidad que abisma. Esos soñadores idealistas fueron capaces de fundar un país distinto al que conocíamos y que muestra todo su esplendor en los días en que la fruición que genera el comprar, lo invade todo. Al amparo de la dictadura, guardadora eficiente, se construyó el país que soñaron los dueños de todo.
La Concertación, con un zurrón lleno de promesas, tomó el relevo. En cuestión de veinte años superó las marcas dejadas por sus antecesores. En este lapso nunca hubo tantos millonarios en Chile. Tampoco hubo antes tanta diferencia entre los que tienen y los que no. Sólo en tiempos de la dictadura hubo tantos abusos contra los trabajadores como los que hay ahora. Y el ejemplo privatizador de los fundadores siguió su curso con la educación, la salud, y todo lo demás.
Este es un país que alguna vez fue soñado por algunos que tuvieron la gracia de construir ese sueño. Es cierto que lo hicieron con ayuda de los fusiles. Pero también con los que han gobernado durante los últimos veinte años.
La Izquierda ha dejado de soñar. El sonambulismo que sufre hace años la mantiene caminando en sentidos erráticos. ¡Con la falta que hace soñar un país y proponerse construirlo! Han faltado los sueños colectivos como precursores necesarios para la idea de un país que contenga las esperanzas de la mayoría. Los programas de gobierno, las buenas intenciones y las promesas son inútiles si antes no se sueñan.
Si soñaran, los trabajadores dirán con qué sueldos, salud, previsión y viviendas dignas se hace un país ideal. Un profesor y un padre soñarán con educación de calidad, gratuita y para todos. Muchos con poblaciones limpias del flagelo de la delincuencia y la contaminación. Otros, con mares, lagos y ríos limpios y dispuestos para que todos disfruten de sus recursos. Y que la salud no pueda ser un negocio, sino el modo en que los habitantes obtienen una vida con calidad humana.
Algunos soñarán con un país hecho por todos y para todos. Habrá quienes dirán que sin solidaridad se construye un país de egoístas. Y que el arte no será para el que pueda pagarlo, sino para el que quiera gozarlo. Y que toda riqueza que exista en el territorio es para todos los chilenos.
La Izquierda ha sido derrotada al nivel de los sueños. Nos han hecho creer, y hemos aceptado, que los sueños no sirven y que no tenemos derecho a tal irresponsabilidad. Preferimos los programas de gobierno, las promesas de los mentirosos de siempre. En la Izquierda hacen falta quienes tengan la suficiente locura para construir un país distinto y la necesaria valentía para soñarlo.

(Publicado en Punto Final, edición Nº 702, 8 de enero, 2010. Suscríbase a PF)
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