Edición 689 - Desde el 10 al 23 de julio de 2009
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Autor: Marcelo Mellado
En Llo-Lleo

En algún momento de mi vida en provincia una de mis obsesiones como operador de escrituras -para no denominarme escritor- fue convertirme en una especie de “representante literario” de mi localidad o pueblo, algo así como un escritor del territorio. Algo tan tradicional como “el cura de mi pueblo”, un representante genuino del espíritu de una comunidad, es decir, un patético líder que cree que representa algo. Obviamente, era una pretensión y una ficción sin asidero, porque ningún pueblo, por pequeño que sea, es una unidad o una entidad homogénea. Todo lo contrario. A lo más, uno logra alguna sintonía con un pequeño sector de la ciudadanía, con el que establece ciertas complicidades ya sean políticas, culturales o sociales; el resto de la población, si te conoce, te desprecia. Yo me imaginaba que algo análogo pretendían los líderes sociales y políticos, encarnar los ideales de su pueblo, y aunque uno desde la escritura no tenga esa convocatoria, sí cuenta con la ficción de que la cultura algo puede contribuir a resolver nuestro problema de crisis de esperanza, crisis que hasta hace poco parecía terminal.
La Izquierda desapareció en Chile, no sólo como alternativa electoral, sino también como sistema cultural; lo que no es ni bueno ni malo: es pésimo. Pero ni importa tanto. El modo de rearmarse es soportar y respetar a una nueva generación -que estaría surgiendo- que no parece gustar de la grandilocuencia épica ni de la jerga de los juegos de guerra, y que tampoco se plantea el tema de poder como lo planteó tradicionalmente la Izquierda. Y no estamos hablando del fraude pingüino ni de otras imposturas análogas. Aludimos a prácticas sociales, económicas, políticas y culturales que realizan algunos compañeros en la zona en que vivo (yo también me incluyo, humildemente, como colaborador), lo que supone pautas precisas de trabajo autónomo con la comunidad y el pueblo (territorialmente hablando), acciones que no tienen la visibilidad mediática ni la validación de una cúpula de macucos. En concreto fue lo que presencié el 14 de junio, en pleno día de lluvia, en la Escuela Nº 1 de San Antonio, en que había una reunión de ex alumnos, ex profesores y vecinos de la escuela para recordar y determinar caminos para el proyecto educativo que se está desarrollando en ese espacio, y que incluye a la comunidad. Aquí no hay visibilidad mediática y tampoco es lo que se persigue.
Todo esto está muy a distancia del sindicalismo patético, del electoralismo triste y del voluntarismo ideológico. Simplemente se trata de trabajar y de dar cuenta responsable de lo que se hace. Trabajar significa, en este caso, hacer funcionar las operaciones sociales, culturales, políticas y económicas que se practican en zonas que están a distancia del metropolitanismo que intenta regir los destinos del país, tareas que consisten en generar otras modalidades de organización y replantear nuestra relación con el Estado y con nosotros mismos.
El obstáculo, para no usar la expresión “enemigo”, no sólo es el gobierno y el municipio local, sino el ideologismo sicopático que aún subsiste en la cultura de Izquierda.
Nosotros tenemos claro que hay que dejar de pensar en la cosa electoral, al menos en la oferta que se nos hace. Se trata de una endemia absurda de la paradojal cultura cívica chilensis, que nos hace creer patológicamente en líderes imbéciles. ¿No podemos acaso olvidarnos de eso y generar responsablemente acciones políticas independientes?
Hay que insistir en “desantiaguinizar” Chile (disculpar neologismo), esa es una labor política que puede parecer delirante, pero que es una necesidad imperiosa de nuestra imaginación política. Pensamos que un nuevo modo de habitar el territorio nacional está surgiendo de estas prácticas locales.

 

(Publicado en Punto Final, edición Nº 689, del 10 al 23 de julio, 2009. Suscríbase a PF, punto@interaccess.cl)