¿Maquillar o cambiar
el modelo neoliberal?
Autor: MANUEL SALAZAR SALVO
A cinco meses de los comicios del 13 de diciembre los candidatos presidenciales, salvo Jorge Arrate, representante del Juntos Podemos, han optado por postergar sus propuestas programáticas privilegiando el trabajo territorial y la exposición pública de las “yayas” de sus rivales. Así, por ejemplo, Sebastián Piñera enrostra a Eduardo Frei el indulto de un narcotraficante, mientras Frei recuerda a Piñera el confuso affaire del Banco de Talca de hace casi treinta años. Mientras, aún se desconocen cuáles son las ideas, los planes y los proyectos que pretenden llevar a la práctica si son elegidos para ocupar La Moneda. Lo poco que han señalado al respecto no difiere mucho entre uno y otro y carece de la profundidad necesaria para un análisis adecuado, revelando un escaso respeto por los electores, a los cuales se les atribuye poca capacidad de discernimiento sobre los temas de fondo que importan al país.
A la hora de figurar en los medios, sin embargo, todos bailan al compás del que pone la música. Así, acudieron de uno en fondo (salvo Piñera, que estaba fuera de Chile) a la convocatoria que Agustín Edwards hizo para debatir sobre seguridad pública al alero de la Fundación Paz Ciudadana, que determina sin contrapeso las pautas y agendas nacionales sobre el tema. Reunidos en CasaPiedra, casi en familia, expositores y asistentes coincidieron en lo de siempre: más policías, más recursos, más y mejores leyes, mejores cárceles, etc.
En muchos otros ámbitos las posiciones de Frei y Piñera tampoco difieren mayormente. En educación, por mencionar otro aspecto, uno de los expertos más requeridos en el tema, José Joaquín Brunner, escribió en El Mercurio (5/7/09): “No debe sorprender que ellos sean coincidentes; a fin de cuentas, no hacen sino expresar el sentido común contemporáneo en torno a los asuntos de la educación: que ella ha de ser de calidad y equitativa; provista con acuerdo a estándares internacionales; a través de colegios efectivos y con profesores altamente competentes; orientada a desarrollar al máximo las capacidades de niños y jóvenes, y puesta al servicio de la igualdad de oportunidades y el desarrollo del país. ¿Quién podría no coincidir con tan nobles como retóricos objetivos?”, ironizó el ex ministro.
Sobre economía y modelo de desarrollo, Frei y Piñera han sido aún más herméticos. El candidato del oficialismo ha dicho que en su eventual gobierno el Estado tendrá un papel más relevante, que extenderá la red de protección social creada por la presidenta Michelle Bachelet, que se debatirán algunas reformas laborales, se creará una AFP pública y se reformará el Ministerio de Economía. Eso y casi nada más, sin mayores explicaciones.
¿Cuáles son las verdaderas diferencias, entonces, entre Frei y Piñera? Hasta ahora los chilenos no lo saben; lo suponen. De allí que parece necesario y urgente que den a conocer lo antes posible sus programas de gobierno y expliquen, con detalles, cómo piensan implementarlos.
El primero, es un ingeniero civil que llegó a la política desde el mundo empresarial; el segundo, un ingeniero comercial que llegó a la política sin dejar el mundo empresarial. Los padres de ambos fueron fundadores de la Falange Nacional y amigos de toda la vida. Frei y Piñera, en resumen, tienen un domicilio social semejante. Y muy parecido, además, al que posee el candidato que ocupa el tercer lugar en las encuestas: el “díscolo” Marco Enríquez-Ominami Gumucio, cuyo abuelo materno -Rafael Agustín Gumucio- fue también fundador de la Falange, amigo entrañable, a su vez, de los padres de Frei y Piñera.
Mezclar origen y asuntos familiares con temas políticos es cada vez más común en el medio nacional. A los de esta nueva estirpe se deben agregar los hombres de negocios, el clero, la judicatura, los propietarios de medios de comunicación y, últimamente, los lobbistas, e incluso, los dueños de los equipos de fútbol. Todos ellos, que no son muchos, conforman la nueva elite que rige los destinos del país, y en la cual casi todos son amigos o conocidos.
Es por eso que en los partidos políticos y, por extensión, entre los aspirantes al Parlamento, se repiten cada vez más los lazos sanguíneos y de parentesco. Esta costumbre provoca desconfianza creciente de los electores y de los ciudadanos en general.
Nuevas renuncias
Víctima de lo que calificó como una “traición” partidaria, Marcelo Trivelli, el mediático ex intendente de Santiago miembro de una familia identificada con el Partido Demócrata Cristiano, renunció a su militancia y declaró que estudia la posibilidad de integrarse a la candidatura de Marco Enríquez-Ominami y sumarse a una lista parlamentaria independiente. Trivelli fue desplazado por Andrés Zaldívar en el cupo senatorial por la Séptima Región Norte y no pudo postularse por el Distrito 21, Providencia y Ñuñoa, donde ratificó su candidatura el actual diputado Jorge Burgos, encargado territorial de la campaña de Frei.
El presidente del PDC, diputado Juan Carlos Latorre, comentando la partida de Trivelli dijo que no provocó “ni el más mínimo ruido” en la tienda. En tanto, la esposa de Latorre, Ximena Rincón, también ex intendenta de la capital, decidió renunciar a la mesa directiva del partido y trasladar su postulación al Senado desde la Región de Aisén a la Séptima Región Sur, debido, según indicó, a la cerrada oposición de sus camaradas Baldemar Carrasco, Gabriel Ascencio e Iván Gutiérrez.
Otro que renunció a su militancia es Roberto Muñoz Barra, senador del PPD en la circunscripción norte de la Región de La Araucanía. Su partido acordó efectuar primarias locales abiertas el 19 de julio. Muñoz competiría con el diputado Jaime Quintana y el resultado debería ser ratificado por las directivas regional y nacional, a lo que el actual senador se opuso de manera terminante.
En el Partido Socialista también renunció un grupo de 300 militantes, encabezado por Esteban Silva Lastra, uno de los principales asesores de Jorge Arrate. Su objetivo es avanzar a través del Juntos Podemos y de otros sectores socialistas en la construcción de un Frente Amplio de Izquierda más allá de las elecciones de diciembre.
Así, pese a la popularidad en las encuestas de la presidenta Bachelet y de algunos de sus ministros, y a la constante insistencia de las directivas de los partidos oficialistas en el sentido de que la gente premia la lealtad, lo cierto es que, como nunca antes en los gobiernos de la Concertación, en este período la sangría ha sido mayor. Hasta ahora han (…)
(Este artículo se publicó completo en Punto Final, edición Nº 689, del 10 al 23 de julio, 2009. Suscríbase a PF, punto@interaccess.cl) |