La muerte de Mario Benedetti
Un paso a
la eternidad
Se sabía que estaba enfermo grave y que, a los 88 años, eso es algo más que serio. Por eso no fue sorpresa su fallecimiento. Tal vez para él lo fue, porque la vida resiste hasta el último. Uno de sus libros se titula La muerte y otras sorpresas, lo que puede haber sido anticipatorio.
Miles de personas siguieron sus funerales. Montevideanos en su mayoría, como los personajes de sus libros. Seguramente millones sintieron su muerte en América Latina y el mundo: sus libros se han traducido hasta ahora a veinte idiomas.
El presidente de la República del Uruguay, Tabaré Vázquez, dijo una verdad grande: “Hombres como Mario, seguirán viviendo con nosotros”. Benedetti, sencillo, modesto, ajeno a toda grandilocuencia, se debe haber sonrojado por considerarlo excesivo. Sin embargo, se convirtió en el más famoso y querido de los uruguayos. Los chilenos y muchos otros latinoamericanos lo sentíamos un compatriota. Un compañero que compartió nuestros sufrimientos en los años negros de las dictaduras militares.
A lo largo de sesenta años fue un escritor notable. Abordó todos los géneros: cuento, novela, teatro, ensayo, periodismo y sobre todo, poesía. Era lo que más le importaba, su instrumento para expresar sentimientos. Debió trabajar desde la adolescencia y por eso no pudo terminar la educación formal. Así conoció en carne propia la suerte -casi siempre mala- del trabajador. Fue hasta el final un hombre de Izquierda. No aflojó nunca a pesar de las derrotas y las deserciones. No fue sectario y no quiso oficiar de pontífice de la verdad y se mantuvo trabajando en su obra hasta poco antes de caer al hospital.
Mario Benedetti Farrugia nació en un pueblo pequeño del Uruguay, Paso de los Toros, en el departamento de Tacuarembó, el 14 de septiembre de 1920. De por ahí era también Alfredo Gravina, un novelista destacado de la generación que rompió con el elitismo aristocratizante que impregnaba la literatura uruguaya, ejemplificado en los libros de Carlos Reyles. Los escritores se acercaron al pueblo; la realidad cotidiana y la lucha social ocuparon el lugar que debían. Juan Carlos Onetti se alzó como figura mayor. Un novelista difícil, complejo, pesimista esencial que fue criticado por “construir templos de desesperación”.
Benedetti se instaló en la generación siguiente y en su obra hay, desde el comienzo, un cortante filo crítico, que no aplasta sin embargo la ternura, la risa ni el optimismo, “cuando procede”. Su vocación de escritor se evidenció temprano, luego de años de peripecias laborales en que fue mensajero, tenedor de libros, vendedor a domicilio, taquígrafo y oficinista, lo que le permitió conocer a fondo Montevideo y su gente, sus hábitos burocráticos, la pasión ancestral por el fútbol y la desmesurada afición por el tango y la tradición gardeliana. Sintió hasta muy adentro el dolor de la injusticia y el sin sentido de una sociedad aplastadora de las mejores virtudes humanas. Poco a poco advirtió que los uruguayos vivían una ficción, convencidos de habitar un país ideal, la “Suiza de América”, ejemplo de democracia y respeto por los derechos de todos. Ese país que se resquebrajaba por los embates del capitalismo foráneo y sus allegados criollos. “Falta pasión, ese es el secreto de este gran país democrático en que nos hemos convertido… El día que el uruguayo sienta asco de su propia pasividad, ese día se convertirá en algo útil”, reflexiona Martín Santomé, protagonista de La tregua, su principal novela junto a Gracias por el fuego.
En 1945 empezó a colaborar en el semanario Marcha, dirigido por Carlos Quijano, que marcó un hito en la prensa de Izquierda del continente. Ese año publicó también La víspera indeleble, libro que se considera el primero de la generación de 1945. Al año siguiente se casó con Luz López Alegre, su gran amor y compañera hasta el 13 de abril de 2006, cuando falleció.
Alrededor de una cincuentena de obras publicadas conforman su legado. Debe haber varias más inéditas. “Escribió demasiado”, se le reprocha, lo mis-mo que a Neruda. Pero es claro que sus lectores quisieran que hubiera publicado más.
La incorporación a la redacción de Marcha acentuó el compromiso político de Benedetti. En 1952 protestaba en la calle contra el pacto militar con Estados Unidos. Al mismo tiempo, la labor periodística ayudó a su crecimiento como escritor. Y le abrió horizontes nuevos. Recibió sus primeros premios literarios. Se convirtió, a fines de los cincuenta, en un escritor famoso. Como escribió Oscar Collazos, “para enjuiciar la obra de Benedetti en su esencia nacional, quizás haga falta volver sobre un país que hasta la década del 50 estaba más cerca de la vida privada que del acontecimiento colectivo”.
La revolución cubana lo llenó de júbilo y se comprometió para siempre en su defensa. Se vinculó a Casa de las Américas, en la que llegó a integrar su consejo de dirección y donde fundó el Centro de Investigaciones Literarias, que dirigió entre 1968 y 1971. Ese año regresó a Uruguay.
Ligado al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros fundó el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, que pasó a ser parte del Frente Amplio, que se preparaba para las elecciones presidenciales de 1973 llevando como candidato al general (r) Líber Seregni. Participó intensamente en la campaña y en ese tiempo fue elegido director del Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades y Ciencias, de la Universidad de la República, en Montevideo.
El golpe militar de 1973 terminó con la democracia en Uruguay y reprimió brutalmente a la Izquierda. Benedetti tuvo que exiliarse, primero en Argentina y luego en Perú, de donde fue expulsado. En 1976 llegó a Cuba, país en que permaneció entre 1976 y 1980, año en que se radicó en España. Fue un peregrinaje de diez años en que estuvo separado de su esposa, que se quedó en Uruguay para cuidar a las madres de ambos. En 1985 regresó a Uruguay y a partir de ese momento vivirá alternando Montevideo y Madrid, junto a su esposa.
Su libro Primavera con una esquina rota inmortalizó las peripecias de los exiliados y ha sido conocido en los más diversos países. El escritor buscó vivir su exilio en países de lengua española por razones políticas. Así podía ayudar mejor a la lucha democrática y también porque, como ha dicho Pedro Salinas, “necesitaba sentirse rodeado del mismo aire lingüístico, de nuestra manera de hablar” que “se nos entra en nuestra persona y cumple en ella una función vivificadora que nos ayuda a seguir viviendo”.
En su extensa obra, Mario Benedetti se encuentra retratado de cuerpo entero. Una de sus características es un optimismo recatado, sin estridencias ni alardes; un sentimiento penetrado del contenido del marxismo, del espíritu que aparece en los revolucionarios más eminentes. En su obra se materializa el compromiso social del escritor, que no puede ser ajeno a los temas y problemas de su tiempo. Recuerda con ello a Jean Paul Sartre: “El escritor no dispone de ningún modo de evadirse; queremos que abarque estrechamente toda su época; esa es su única oportunidad; ella está hecha para él y él para ella”.
Hay otra constante -que lo acerca al pensamiento del Che Guevara- que es la convicción de la importancia del amor. Lo dijo así: “La política es también una forma de amor (aunque no viceversa). Hay que aventar cierta mentirosa imagen que suele presentar el luchador político como un ser tan riguroso en su disciplina que es incapaz de amar como cualquier hijo de vecina, e incluso a la hija del vecino sobre todo si está bien de piernas e ideología. El amor no es un asunto suntuario sino una necesidad vital del ser humano. Y no pensamos avergonzarnos de semejante realismo”.
Resalta su sencillez y potencia comunicativa. Ellas provocan en el lector una empatía irresistible. La sencillez fraterna refleja su modestia natural y recuerda a Antonio Machado y su Juan de Mairena, y al muy cercano José Emilio Pacheco. Hay, además, un empeño para que el convencimiento o la complicidad se transmuten en conducta positiva. Ese es tal vez el sentido de esa “reforma anímica” a que convocaba, en el entendido que debía abarcar tanto “el ánimo como el ánima”
HERNAN SOTO
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 686, 29 de mayo, 2009, Suscríbase a PF) |