Edición 683 - Desde el 17 al 30 de abril de 2009
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Autor: PAUL WALDER

La prensa escrita está en crisis. Un trance que se arrastra por décadas hoy parece terminal: los despidos masivos, quiebras y cierres de periódicos aparecen cual esquelas fúnebres en la prensa que aún sobrevive. Y no hay piedad: la acumulación de deudas, las amenazas de los acreedores, la caída en las ventas y en la publicidad no dan tregua. Emblemas de la prensa escrita, medios que fueron señalados como bases fundamentales de las democracias y de la libertad de expresión, bajan las cortinas tras haber sido testigos diarios de la historia.
Ya antes del estallido inmobiliario la prensa escrita venía cuesta abajo. Venía apuntalada con prótesis tan artificiales como las del mismo sector inmobiliario, como las de cualquier rubro de consumo masivo. Su gran puntal fue la publicidad, que desde hacía décadas había amortiguado la caída en las ventas diarias. Levantados cual grandes soportes para la publicidad, la contracción del avisaje ha derivado de forma amplificada en la reducción de sí mismos: de sus contenidos, sus páginas, de sus corresponsales, de sus periodistas. La falta de avisos significa, en muchos casos, la muerte.
Y está también la tragedia tecnológica. La prensa escrita no ha conseguido convivir armónica o complementariamente con Internet. La creación de páginas web para reproducir los contenidos del diario les ha hecho ganar lectores, pero perder ventas. Y la publicidad, que tanto luce en las páginas de papel couché y hasta en el papel periódico, no lo hace tan bien en Internet. La inversión publicitaria en Internet es aún irrelevante, si la comparamos con cualquier otro medio.
Internet no es sólo un soporte de reproducción de contenidos escritos. Es una tecnología diferente de principio a fin, y para no pocos periódicos será a partir de ahora su único referente. Apurado por la crisis, el debate sobre la relevancia de Internet o de la prensa escrita ha comenzado a desvanecerse. Muchos tendrán que rehacerse, que replantearse a partir de lo digital. Solamente desde lo digital. Lo que es el fin para algunos, ha de ser el inicio para otros. Sabemos lo que se acaba, porque aquellos diarios que desaparecen no volverán a revivir, pero no sabemos en qué cosa mutarán. ¿Qué es un diario en Internet? ¿Cómo lo leemos? ¿Podemos creerles? ¿Pueden ser influyentes? ¿Podemos temerles?
Una encuesta realizada hace unas semanas a los lectores de diarios por The New York Times exhibe la poca lealtad hacia la prensa escrita. El 61 por ciento de los consultados confía que, de seguir desapareciendo los medios tradicionales, hallará la información en Internet. Es cierto que la gente en la red tiende a buscar la información en los medios de mayor prestigio o fama, pero también es cierto que tiende a la dispersión. En un universo que tiene unos 150 millones de sitios, unos 70 millones de blogs, que crece a un ritmo de diez mil por hora, es imposible no ceder a las fuerzas centrífugas de la información.
Internet es un universo. Una noticia aparecida en un periódico puede ser desmentida casi al instante por las fuentes. Y también puede ser contrastada con otras versiones. Y ser sometida a evaluaciones, a interpretaciones, a reflexiones y opiniones. Todo casi al instante. Ante esta nueva manera de circular que ha adoptado la información, a través de redes (laberínticas e infinitas), ¿cuál será, o dónde queda, la importancia del periódico?
Se debate sobre la desaparición de los periódicos. Especialistas lamentan la muerte de instituciones de interés público que tienen responsabilidad, dicen, en la salud social de las naciones. Pero todo ello es pura retórica. Sólo en teoría, el gran periódico ha sido observado como aquel ente que representa la realidad social, nacional y política. Obviamente como teoría, como una forma de representación condicionada, también supuestamente, a una responsabilidad social. Decimos que es un supuesto porque los grandes medios han demostrado ser sectarios, manipuladores, mentirosos. Demos hoy un vistazo a los venezolanos, a los bolivianos, a los peruanos. Y, por nuestras latitudes, han sido fascistas, pinochetistas, golpistas. El periódico, como aquella institución que ha de integrar a todas las fuerzas de la sociedad como aglutinante de la democracia, perdió hace muchas décadas aquella impronta, si alguna vez la tuvo. Porque nunca tuvo realidad. Ha sido mera representación.
El interés que podemos tener en un periódico es por la capacidad representativa. El mundo según El Mercurio, o La Tercera, La Cuarta o La Segunda. Pero en otras épocas, también según Clarín, El Siglo, Puro Chile. Es una puesta en escena de lo que habita en el imaginario de un grupo social (hoy, por cierto, burgués y también reaccionario), algo que ha podido mantenerse moldeado en el papel pero que se fragmenta en mil astillas en la red. Porque aquí la información circula en medio de otras informaciones y se reproduce en cientos o millares de espejos. En este universo digital, en el que pueden participar decenas de miles de voces para un solo evento -que se le llama noticia- la palabra del gran diario aún podría ser respetada por su capacidad logística, pero no por su opinión. En este nuevo mundo perderán influencia y capacidad de crear agenda. Para el caso nuestro, la neutralización del duopolio sería una bendición.

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 683, 17 de abril, 2009  ¡¡Suscríbase a Punto Final!!)