La Torre de Papel
La rabia y
su contagio global
Autor: Paul Walder
Alexandros Grigoropoulos era el nombre del chico muerto por una bala de la policía griega el sábado 6 de diciembre. Y tras su muerte, la revuelta, la insurrección, el repudio general, no sólo a la policía sino al gobierno, a la injusticia, a la corrupción. Al sistema. Grecia tambalea y expande su rabia por Europa, la filtra a través del mundo.
Las intensas imágenes han ido de Atenas al mundo. Y han conmovido principalmente a Europa. Mientras las embajadas griegas amanecían rodeadas por decenas de policías en las principales capitales europeas, centenares de jóvenes se reunían y protestaban en Madrid, Barcelona. Y en Francia quemaban coches y contenedores de basura frente a los consulados griegos. La rabia profunda, pero llevada también en la superficie, emerge con facilidad y se expresa como un múltiple y sentido enlace social. Lo hace como acción simbiótica estimulada a través de los medios de comunicación. Y no sólo por los blogs, no sólo por Youtube, no por la web 2.0. El torrente avanza, se filtra por la porosidad de todos los grandes medios, por las cadenas de televisión más conservadoras, los periódicos más establecidos. La rabia fluye contra el establishment de derecha, contra los gobiernos neoliberales y sus injusticias a través de sus propias herramientas.
La Haine, el gran filme de 1995 sobre las revueltas juveniles en las barriadas francesas, tiene una breve pero muy intensa escena con los medios. Cuando se acerca un camión de la televisión a grabar a los chicos, éstos responden a pedradas. Sin más.
Ni hablar. La televisión, los periodistas, son una extensión más de los mismos poderes que oprimen. Una facción más del poder económico, del poder político, de la densidad ideológica. Los medios son -y los jóvenes no tienen duda alguna-, una herramienta para el control social. Como la policía, como los jueces.
Pero, pese a todo, pese a sí mismos, con todos los matices, tendencias y manipulaciones posibles, la información más dura, aquella que cruza los propios intereses de aquellos medios, no resiste ni matices ni hormas. Finalmente, gotea y salpica al resto de la comunidad. Cuando los trabajadores sindicalizados de Republic Doors and Windows de Chicago decidieron tomarse la empresa y reclamar al Bank of America -uno de los favorecidos por los billonarios rescates- reanudar las líneas de créditos para mantener la producción, esta acción colectiva que fue noticia, convirtió la toma en un hecho simbólico de los tiempos que corren. Fue, dijo alguna prensa, como en los años 30. El acto de la comunidad de trabajadores afiliados en el sindicato nacional independiente United Electrical, Radio and Machine Workers of America (UE), uno de los más radicales y combativos de EE.UU., puso en la agenda un tema clave para estos días: el rescate al sector financiero no se ha traducido en un apoyo para las mayorías.
Las protestas de los estudiantes secundarios chilenos es otro ejemplo de cómo una acción colectiva, pese a la manipulación y omisión concertada de los medios, logra filtrarse en diferentes sectores de la sociedad. En una conversación con Jaime Díaz Lavanchy, el documentalista autor de La revolución de los pingüinos, comentó cómo la prensa desplegó todos sus esfuerzos para quebrar el movimiento. Y recuerda: “El 3 de junio de 2006 la prensa dejó de apoyar a los estudiantes secundarios cuando percibió que la protesta no iba sólo contra el gobierno de Bachelet sino contra el sistema educacional. Aquel día Las Ultimas Noticias tituló “Cabros, no se suban por el chorro”. ¿Qué clase de noticia era ésa? Es un acto de lenguaje, que, según entiendo, es una orden, un imperativo. Al día siguiente, El Mercurio tituló “Con quiebre, los estudiantes enfrentan el paro de mañana”.
Un esfuerzo que sin embargo ha resultado inútil. El movimiento de los secundarios, pese a no haber obtenido sus objetivos, ha logrado tal vez algo mucho más relevante: generar un movimiento estudiantil ampliado y traspasar el espíritu de combate hacia los trabajadores. El triunfo de la Anef el mes pasado, con decenas de miles de manifestantes en las calles de Santiago y Valparaíso, no puede ser más claro.
Todos estos casos podrían ser acciones acumulativas. No necesariamente como una fuerza combativa, pero sí como un antecedente, como parte de la memoria colectiva de los sectores más atentos, conscientes y sensibles políticamente. Ha quedado inscrito en la superficie. Y basta una chispa, como en Grecia, para estimular el malestar, detonar la rabia.
La creación de este fenómeno global inmediato hay que agradecerlo, incluso, a la prensa más conservadora, aquella relacionada en la intimidad con los intereses económicos, con la consolidación del actual orden político. La amplificación de los medios, los recursos espectaculares, la magnificación de la violencia, son su propia trampa.
(Este artículo se publicó en la edición Nº 677 de “Punto Final”, 19 de diciembre, 2008. Suscríbase a Punto Final) |