Edición 671 - Desde el 25 de septiembre al 9 de octubre de 2008
Inicio |   Favoritos | Recomendar Página | Cartas al Director | Translation |
Documento sin título
Buscar
Su opinión
Ediciones Anteriores.
En Quioscos
Archivo Histórico
Publicidad del Estado

El fallo de la Fiscalia

En esta edición

Escucha, yanqui

Gigante con pies de barro

Ejército de Alvaro Uribe
descuartiza prisioneros

Nacionalizar el agua nuestra de cada día

Los ricos
también lloran

En edición impresa

Obispo González

YO ACUSO

Convivencia
intercultural

Los días de
Boff en Chile

Pablo de Rokha
La ternura y la furia

Un “E-Ejército” glorioso

Visita
Pablo de Rokha

La ternura y la furia


Autor: NEDA BRKIC
Valparaíso

“Yo no me sujeto a reglas, y por eso no tengo estilo”.
Pablo Picasso

Las páginas centrales de una ya extinta revista chilena muestran unas fotografías en gris y negro que revelan una historia sombría: el éxodo de desplazados-refugiados llegando desde otras fronteras. Son desposeídos, arrojados de sus hogares por otros habitantes de sus pueblos. Llevan poco más que sus trajes raídos; muchos están enfermos y hambrientos. Otros ya murieron en los vagones del tren que los trajo a la estación de Anhalter, Berlín. Vienen de Polonia, Checoslovaquia, Hungría… Vagan de un lado a otro o se ocultan en las ruinas de la ciudad. La mayoría no tiene otra perspectiva que morir de hambre. Son alemanes de Europa Central que a su regreso son rechazados por sus compatriotas. Es 1945.
Se expande un escenario de incertidumbres mientras se avivan las pugnas entre los sobrevivientes -culpas, responsabilidades, razones, fracasos- que motivan, una vez más, un repensarse y cuestionarse en un lenguaje de efervescencias que ya se había presentado durante el interludio de pax precaria entreguerras. Ciudadanos y ciudadanas, artistas plásticos, escritores, músicos, políticos reaccionan frente a la desolación, que requiere urgentemente un reordenamiento humano; un acogimiento al clamor de una voz que pide respuestas porque “la tierra entera es huella de vagabundaje”.
 En Chile, gracias a su lejanía, el oprobio se sintió menos; tal vez pudo notarse el efecto en el comercio local y en las importaciones, o en el distanciamiento entre un arribo y otro de naves europeas a Valparaíso. Las voces de vencedores y vencidos no alteraban mayormente el sueño de nuestro país y aquella gran devastación era escuetamente referida en las noticias internacionales, tal como el detalle de invitados a un estreno en sociedad o matrimonio santiaguino y, desde luego, las reflexiones de Alone sobre, por ejemplo, Paul Valéry o Victoria Ocampo.
Sin embargo, aquí también hubo quienes acusaron la dimensión monstruosa de esa guerra terminada por segunda vez, el relato monocorde del exterminio sistemático y tecnificado en Mathausen, Bergen-Belsen o Treblinka, algunos de ellos agrupados en la denominada Alianza de Intelectuales creada por Pablo Neruda cuyo propósito era también acoger a los desterrados de España franquista. Hombres y mujeres chilenos pensaron, trabajaron, repensaron desde su taller, mesa o lienzo. Como, para nombrar algunos, Pedro Lobos, Stella Díaz Varín, Camilo Mori, Juvencio Valle, José Miguel Varas… y también Pablo de Rokha.
El poeta ya venía expresando la angustia del mundo desde su juventud, en el fértil período de la entreguerra, en su trinchera cavada con su fuego personal y desesperado, “hallando el olor y sabor del dolor del mundo”, enfrentando la sinrazón de un orden donde impera el progreso y el cientificismo. Su lenguaje da cuenta de los tiempos que, de alguna manera, se reflejan también en Chile. Es, además, una voz que se adelanta a su época en 30 o más años; luchando para lograr derramarse en el entramado espiritual de su patria. Durante mucho tiempo fue poco comprendido y aceptado aún menos.
El hombre que se autoproclama “capitán de conciencias” o “patriarca cósmico” es un ser que con su vida “va arañando el dolor del Hombre y las entrañas de Dios con las uñas”. Por cierto, un Dios que no es tal, porque le “envenenó la alegría de la existencia” y cuya desidia parece burlarse de las desgracias del ser humano; él incluido.
Aquellas fotografías negro-grises de seres famélicos y enfermos que emprenden un retorno a su tierra, autorizados para refugiarse en ella sólo durante 24 horas, son el espejo no sólo del paso de una generación y la tragedia de un continente durante un período de la historia, sino también la entronización de un ser y estar en el mundo: fisurados y lacerados. Ello conmueve entrañablemente al poeta, reconociendo, tal vez, su propia desesperación y la desdicha del Hombre contemporáneo. He ahí, entonces, sus textos caóticos y fragmentados, desbordantes y repetitivos... atacados y alabados:

“…mis pantalones continúan la raya quebrada del siglo;
semejante a una inmensa oficina de notario,
poblada de aburrimiento,
la tinaja ciega de la voluntad llena de moscas”.
“...escucho la muerte roncando por debajo del
mundo a la manera de las culebras, a la manera de las
 escopetas apuntándonos a la cabeza, a la
manera de Dios que no existió nunca”.

El poeta ruge en un juego de luces, contrastes y truenos, revelando una estética temeraria, alejada de los arneses tradicionales, que ensalza a “poetastros de salón recitando frente a gallinas perfumadas”. Es él quién “plantea la pelea a su época, reflejándola”; una época de Eros y Tánatos, tal como muestran las imágenes en sepia de los desterrados errantes o el lienzo de Guernica, con sus mujeres hechas jirones de piel y espanto. El mundo es una máscara torva de una existencia que no cree en su propia salvación ni en un lugar en el futuro, pero quiere desesperadamente recomponerse, a través de un común, mutuo y renacido lenguaje.
Nuestra propia historia, aún reciente, ofrece una imagen similar, cuya bruma aún nos ciega y extravía.
Guardando las proporciones, en el Chile pre y post guerra había una descomposición similar. Desorientación e incertidumbre; el descontento ciudadano y sus tumultuosas manifestaciones -consolidadas gracias a las movilizaciones de las primeras luchas sindicales a partir 1918-; los desaciertos económicos y desacuerdos políticos; las traiciones, los golpes de timón efectuados por gobiernos o caudillos; inflación, cesantía, bajos sueldos, pobreza… Todo esto hizo surgir en Pablo de Rokha una voz que buscaba rescatar la memoria individual y a la vez colectiva; un yo que “recuerda, añora, odia, ama, critica, nostalgia a través de su propia angustia frente a lo inexorable del tiempo, pero en el mismo gesto reconstruye su historia y la de la humanidad para poder seguir viviendo y proyectar las utopías del mañana”.(1)
Nuestro poeta habla, escribe, “canta” sobre esa realidad desde su remota y particular australidad latinoamericana que, a la vez, refleja un clamor universal. Inevitablemente, es insistente: el caos y la fragmentación en sus versos y prosa; el tejido deshilvanado de ciertos textos; la repetición a ratos intolerable y agobiante para clavar y traspasar de una vez el corazón recogido en sí mismo.

“Qué persigue Ud., caballero?… camina Ud., camina Ud. demasiado rápidamente hacia ninguna parte, hacia ninguna parte, hacia ninguna parte, hacia ninguna parte; poetas, comerciantes, suplementeros, rameras, invertidos, rameras, ¿qué significáis?, ¿qué?… ¿qué?… mendigo… no, tú ya eres algo, eres algo, mendigo, mendigo, porque tú, tú, tú jamás pretendiste orientar el universo andando, vais trashumantes máquinas sin sentido, y, ¿dónde, dónde radica vuestra razón de ser, vuestra razón de ser?… (2)

El historiador británico Eric Hobsbawm, afirma que “la destrucción del pasado o más bien, de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”. (3)
Pablo de Rokha, como un gran árbol hundiéndose a la orilla del Mataquito, intuye este fenómeno y lo deviene obsesión al dedicar casi toda su obra al clamor por la memoria que nace desde el ser; “cruce y puente de la crisis universal de su tiempo o de todos los tiempos, incluyendo el nuestro”.(1) Una memoria oscilante, lacerada entre el recuerdo y la incertidumbre. Entonces, como si abriese una ventana a su jardín privado, nos revela y canta las costumbres, dichos, y viñetas de su propio tiempo que la complicidad de la lectura deviene actuales; exquisitos, voluptuosos, sensuales bocados de palabras que son el lenguaje del cuerpo vivo, memoriado y sagrado de este, su país.

…“hundidos en la atmósfera espesa a fritanga, a sudor, a bestia, a ají, a chicha, a litriado, están los parroquianos consuetudinarios. No todos son maleantes o criminales; hay atorrantes, bolseros, huachucheros, logreros, vagabundos, afuerinos, chusconas, futres pobres, corteras, sacristanes que devienen informantes, es decir, espías, policías, sablistas, matones y corchetes”...

La afirmación de Eric Hobsbawm sobre la destrucción del pasado sigue ferozmente en pie. Este siglo se inició con muerte y destrucción, evaporando poblados y almas, memorias, historias. El horror se ha hecho cotidiano, cómodamente alcanzable in situ gracias a la fibra óptica, modificando nuestra perplejidad y nuestro lenguaje. Las palabras se han contraído en el absurdo y deformado en balbuceos desconexos de los slogans ideológicos y publicitarios o códigos de los medios al servicio del mercado omnívoro.
Como pasó antes, se escuchan ecos de este oleaje que arrastra hacia alguna parte lo que aún recordamos. Desde su desasosiego eterno, Pablo de Rokha ruge como un resplandor sobre la sombra.
Quisimos, porque necesitamos, rescatar desde el infinito, donde flota nuestro “patriarca cósmico”, algunos de sus grandes temas: el entrañable amor a su país; su valentía; la devoción y rigor por su oficio y su insobornable porfía.
 Las opiniones desfavorables desde o hacia él, que tanto han magnificado otros, como si fuera su mérito más destacado, palidecen frente al caudal de reflexiones, anhelos, enseñanzas, angustias, alegrías y dolores que dejó en miles de páginas, como un profeta telúrico e iracundo.
Leerlo nos acerca más a nosotros mismos, a los nuestros; es un murmullo que, intuimos, es el lenguaje de un Chile oceánico, lacustre, volcánico, valiente, contradictorio, persistente, atrabiliario, pícaro, hipócrita, cansado, imaginario, amable y profundo

Notas
(1) Nain Nómez, prólogo a Obras inéditas de Pablo de Rokha, LOM Editores, 1999.
(2) Pablo de Rokha, Epopeya del fuego, ediciones Universidad de Santiago, 1995.
(3) Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1999.

(Publicado en”Punto Final”  edición Nº 671, 26 de septiembre, 2008)

Google
Web www.puntofinal.la

[ Chile - Santiago ] Punto Final S.A. San Diego 31, of. 606   |    E-mails: Dirección | Webmaster