Edición 671 - Desde el 25 de septiembre al 9 de octubre de 2008
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Nadie sabe con claridad qué pasará en el futuro. Tampoco en el mediano plazo, que es un horizonte que podría perfilarse hacia los inicios del año entrante. Pero hay algunas certezas respecto al corto plazo: las cosas empeorarán. Y también respecto al presente: estamos presenciando la gran implosión; lo que estaba arriba está en el suelo; los que pregonaban el “libre mercado” hoy “nacionalizan”; miles de millones de dólares se esfuman. ¡Es la historia económica narrada por los neoliberales! Es el caos, la ruina. Es el final de un ciclo.
Hoy resulta increíble, por usar una suave y ambigua expresión, recordar lo que han dicho los economistas neoliberales, aquellos que manejan las finanzas privadas y los recursos públicos: que aquello que hoy es este desastre, lo arreglaba el mismo mercado. Pura fe neoliberal. Credo para obstinados y codiciosos. La catástrofe, porque no hay expresión más suave, hoy sabemos que no la arregla el mercado, y tampoco sabemos con claridad si la arreglarán los 700 mil millones de dólares que colocará el banco central estadounidense.
Los cientos de miles de millones de dólares que ha colocado y continuará colocando la Federal Reserve, o FED, dinero del erario público para apuntalar a los gigantes hipotecarios Freddie Mac y Fannie Mae y a la mega aseguradora American Internacional Group (AIG) en agosto, y que continuará en septiembre con el resto en problemas, es una demostración palmaria sobre los límites e incapacidades del libre mercado. Miles de millones que tampoco han logrado calmar la ferocidad -mixtura de ambición, avaricia y perversidad- del ente denominado mercado. Pese a las ingentes inyecciones de capitales, los mercados, ahora extenuados, continúan su proceso de repliegue. La burbuja inmobiliaria, también financiera, ha sido pinchada, cien veces perforada.
Vale citar al columnista Ilán Semo, que escribió en La Jornada, de México, un texto titulado “Caída libre”: “En general, lo espectacular en la historia acontece cuando lo imposible y lo inconcebible se tornan de la noche a la mañana en lo inevitable, cuando lo que se proclamaba como inaceptable e inadmisible se vuelve repentinamente lo único posible y lo necesario. En este sentido, la implosión del mundo financiero estadounidense era, hace tan sólo unos días, un fenómeno tan inimaginable como lo fue en su momento la caída del Muro de Berlín”.
Hace meses, no pocos economistas habían venido pregonando la magnitud ciclópea, monstruosa, de esta crisis. Habían advertido, no sin el riesgo de caer en el ridículo, que se trataba de la mayor crisis desde 1929-1930, el trance financiero que de una u otra manera cambió el destino económico y también político-social del siglo pasado. Sin esa crisis el surgimiento del keynesianismo y del wellfare state no hubiera sido posible. Una mirada histórica que es hoy una esperanza en la pesadilla neoliberal.
Pero los neoliberales en la Casa Blanca y en la FED, que son hoy una extensión del sector privado, no buscan esta vez un cambio en la economía, en el modelo. Simplemente inyectan capital público de todos los contribuyentes para sostener al sector privado, a los grandes conglomerados. Estatizan, o “socializan”, sólo los problemas, las pérdidas de los privados. Ese es el programa de rescate, que el sector público se haga cargo de la cartera incobrable, riesgosa, de los bancos. Una vieja fórmula que sólo favorece a los millonarios en problemas. Y es por ello que tras los anuncios, Wall Street celebró como en meses no lo había hecho. Pero esto sólo cambia las cosas para ese grupo de especuladores. La economía es abstracta, pero también ha de tener un pie en tierra.

Arreglos entre  neoliberales

En marzo había quebrado Bear Sterns, uno de los grandes bancos estadounidenses. Y a comienzos de septiembre vino el colapso de Lehman Brothers, otro de los grandes bancos de inversión. Importantes, grandes, con cifras en activos por cientos de miles de millones de dólares. Pero con deudas también siderales. En ambos casos, no hubo intervención, rescate. La Reserva Federal, la FED, los dejó caer, actitud que algunos   economistas incluso consideraron positiva. ¿Los recursos públicos están allí para ayudar a los bancos privados? ¿Se trata de tapar y tapar? ¿Es así de fácil? ¿Sólo faltaba la voluntad? En una crisis que es sistémica -ya hay consenso en este punto- los agujeros se han multiplicado por todas partes en una reacción en cadena. Ante esta anomalía sistémica la solución hallada por la Casa Blanca y la FED ha sido una solución también “sistémica”: tapar todos los agujeros. Pero surge una pregunta: ¿Es posible hacer esta operación, que podría ascender a un billón de dólares (un millón de millones), sin costos para los equilibrios no sólo macroeconómico, sino político y social?
Lo que ha hecho el banco central estadounidense es estatizar, nacionalizar algunas firmas. Así inyecta liquidez, el capital que escasea. No por una convicción política, sino por simple pragmatismo. Lo hace para salvar el trance y posteriormente privatizar, en lo que ha sido y es un clásico ejercicio: el capitalismo, el “libre” mercado, patrocinado por el mismo Estado. Refuerza la economía desde la base -o desde la cabeza, como se quiera mirar- pero no resuelve el problema en su conjunto. Apuntala al banco, pero ¿qué pasa con la insolvencia de los deudores de aquel banco? Cuando la crisis se ha extendido por todo el sistema financiero, desde los grandes bancos a los deudores hipotecarios, la solución hallada es sólo parcial. Porque salva sólo a los amigos y deja en la estacada al resto de la población, a todos los deudores hipotecarios que están perdiendo sus casas, a todos los desempleados (ver págs. 24 y 25 de esta edición).
Joseph Stiglitz, el Premio Nobel de Economía que asesora a Barack Obama, se ha escandalizado tras saber de este mega rescate. Para Stiglitz, esto es el principio de otra enorme crisis, porque no responde al verdadero problema, que es la crisis inmobiliaria. En lugar de comprar la deuda tóxica, el gobierno y la FED debieron haber ayudado a las personas con hipotecas, ha dicho el economista. Mientras ayuda a Wall Street, aumenta también la deuda pública, que, sumada a la guerra de Iraq, ha pasado a ser la mayor de la historia. ¡Estados Unidos tiene el mayor déficit presupuestario de su historia!
Es una medida de emergencia. No cabe duda. Pero la pregunta que cabe hacerse es por qué proteger al gran capital. ¿Será más fácil, más rápido? ¿Está más a mano que apuntalar a los cientos de miles de deudores? Es lo que ha pasado con la crisis inmobiliaria. Mientras la FED resguarda a las grandes firmas del colapso, deja en la ruina, literalmente en la calle, a cientos de miles de deudores hipotecarios. Será un asunto de estadísticas, de números que arman la economía. ¿Pero qué sucede cuando aquellos miles de pequeños números se transforman en una acción social y política? Probablemente no es el área de los economistas ni de la economía, sin embargo es el factor que posiblemente haga cambiar en el futuro la misma economía. Lo fue a partir de 1930. ¿Por qué no en el siglo XXI?
Porque pese a los cientos de miles de millones de dólares, el problema real no está resuelto. Lo explica Stiglitz: “Nos dirigimos lentamente hacia un descarrilamiento económico que exacerbará los problemas financieros. A medida que los ingresos caigan, los precios de la vivienda bajarán más y habrá más desahucios, así que estamos dentro de una espiral y nadie hace nada para pararla”.
El ex director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, comentaba este tema el 21 de septiembre al presidente Hugo Chávez en una conversación telefónica. Ramonet se asombraba con el famoso “rescate”, el voluminoso paquete de 700 mil millones: “Para recuperar activos que no tienen ningún valor, que no les sirven para nada a los ciudadanos, que no le sirven a la nación. En definitiva, se está salvando a los capitalistas que han especulado con el dinero, han jugado con él y han perdido”.
Ante esta catástrofe, Ramonet expresó lo que hoy todo el mundo está observando. Porque este derrumbe es tan evidente como la caída del Muro de Berlín en 1989. Pero se trata de un colapso cuyas soluciones serán peores que la misma enfermedad. “Por una parte tenemos un fracaso del neoliberalismo y por otra un fracaso moral y ético, porque una vez más todo esto consiste en aplicar una ley del capitalismo que consiste en privatizar los beneficios, es decir, cuando hay ganancias van para personas concretas y se socializan las pérdidas, las pagan todos los ciudadanos, hasta los más modestos”.

¡El “crack” de 1929 está otra vez aquí!

El economista neokeynesiano Paul Krugman en una columna publicada a comienzos de septiembre establece la relación entre la actual crisis y el gran crack del siglo pasado. Krugman dice un par de cosas: el capitalismo desregulado ha inducido todo tipo de abusos. Los bancos han escondido los riesgos, no hay transparencia, nadie sabe con claridad qué pasa. “Había demasiados inversores que no tenían idea de lo expuestos que estaban. Y conforme las incógnitas desconocidas se fueron transformando en incógnitas conocidas, el sistema comenzó a experimentar corridas bancarias posmodernas. Estas no se parecen a la versión tradicional: con pocas excepciones, no estamos hablando de multitudes de depositantes enloquecidos que corren a golpear las puertas cerradas de los bancos. Hablamos de actores financieros que con frenéticas llamadas telefónicas y clics de los mouse cierran una línea de crédito o tratan de reducir el riesgo de incumplimiento de pago”.
No hace falta estar en el ruedo, gritar, llevarse las manos a la cabeza. La histeria se transmite hoy por Internet. ¿Qué dice Krugman? Que todas las medidas tomadas hasta ahora por el banco central estadounidense y por otras autoridades monetarias no sirven de nada. Lo que está pasando es una corrida bancaria, una reacción en cadena. “Las defensas que se han creado para impedir la repetición de esas corridas bancarias -seguros de depósitos y acceso a líneas de créditos de la Reserva Federal- sólo protegen a los habitantes de los edificios de mármol de los bancos a la manera más clásica, que no son parte central de la actual crisis. Esto abre la puerta a la posibilidad real de que 2008 sea una repetición de 1931”. Una crisis a la manera y a la medida de 1931, esta vez por Internet.
Lo que tenemos es una corrida. Una caída histórica (e histérica) de las Bolsas. Desde que comenzó la crisis hipotecaria en Estados Unidos, la llamada crisis subprimes, las Bolsas mundiales han caído más de 20 por ciento. Han llegado al menor nivel en dos años. Ello como promedio, porque China, Francia, España han caído a una tasa en torno al 30 por ciento. Según información de prensa, Wall Street ha perdido 3,5 billones (millones de millones) de dólares. Y así ha seguido. La semana del rescate de AIG, tras la caída de Lehman Brothers, Wall Street cayó y cayó. Y después se levantó. Les gusta la inyección de dinero, pero es simple especulación. Es el alimento, el día a día, que no tiene nada que ver con los problemas. Los cientos de miles de millones de dólares, los billones que traspasa el Estado a la banca privada, no son gratis ni magia. Se trata de la mayor entrega de capital de la historia de la economía para apuntalar lo que se ha calificado como la mayor destrucción de riqueza en la historia de Wall Street. Dinero, capital, que recaerá en la economía en su conjunto, y en todos los contribuyentes. “Lo que estamos atestiguando podría ser la destrucción más grande de riqueza financiera que el mundo jamás ha visto, pérdidas en papel medidas en miles de millones de dólares, riqueza empresarial, petrolera, de bienes raíces, de bancos, pensiones y más”, escribe Steven Pearlstein, del Washington Post.
Ante esta debacle, lo que hace la Reserva Federal es alimentar los mismos vicios que llevaron a esta crisis. Stiglitz no puede ser más gráfico: “Hemos aprendido que no se puede dejar a los bancos de inversión regularse a sí mismos. No se puede dejar a la Reserva Federal, que está aliada estrechamente con los banqueros, a cargo de toda la regulación del sistema financiero. Se suponía que la Reserva se llevaba el ponche cuando la fiesta se vuelve escandalosa, pero en su lugar echó más alcohol”.
El director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, dijo, tras el derrumbe de Lehman Brothers, que la peor parte de la crisis financiera estaría en ciernes. En los próximos meses, dijo, más instituciones financieras enfrentarán graves problemas. Y si lo dice alguien que está allí para calmar las aguas y los ánimos, podemos esperar cualquier cosa. Como, por ejemplo, lo que Strauss-Kahn esbozó: que la crisis financiera se trasladará en algún momento a la economía denominada real. A la producción, la venta, la exportación, el consumo. Y, por cierto, al empleo. La crisis, dijo, podría afectar a la economía mundial. “Es importante ver que esto tiene influencia sobre la economía real, pero la economía real es muy resistente tanto en los países desarrollados como en los emergentes”.
No sabemos qué tan resistente sea. Lo que sabemos es que la crisis ya está afectando a los diferentes países. Tras la inflación de los precios de las materias primas ha venido en las últimas semanas una caída abrupta. El petróleo bajó desde el techo de 147 dólares a cerca de 90 en pocas semanas, y lo mismo el cobre, que ha pasado de 407 centavos de dólar el 7 de julio a 310 el 10 de septiembre. Casi un dólar menos en sólo dos meses. Y así con otras materias primas, que son el sustento de los países en desarrollo.

PAUL WALDER

 

(Publicado en”Punto Final”  edición Nº 671, 26 de septiembre, 2008)

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