Editorial
Las armas de la inocencia
MARIA Música Sepúlveda
Crece la solidaridad con la estudiante María Música Sepúlveda, alumna del Liceo Darío Salas expulsada por lanzar agua a la ministra de Educación, Mónica Jiménez. Fue un acto de indignación porque la autoridad se negaba al diálogo publicitado como objeto de la reunión a que ésta había convocado.
Bajo fuerte presión de los medios y del municipio de Santiago, la mayoría de los profesores del liceo decidió la expulsión aunque cerca del cuarenta por ciento de los maestros se opuso. Argumentaron que no correspondía que un establecimiento educacional eligiera métodos represivos en vez de la persuasión y el convencimiento. La propia presidenta de la República se manifestó en desacuerdo con la medida.
Lo que pudo haber sido un hecho aislado en medio de relaciones crispadas entre el gobierno, los estudiantes y los profesores, se ha convertido en un tema de debate nacional. La magnificación proviene esencialmente de la derecha, que una vez más levanta el pendón del “principio de autoridad” e insiste en la “mano dura”, eludiendo el fondo de los problemas. En esa orientación conviene transformar a María Música Sepúlveda Cavieres en símbolo del irrespeto y hasta de la posible subversión de los hijos frente a la autoridad de los padres.
No olvidemos que se trata de una adolescente que comienza su maduración y se encuentra en una etapa en que la emotividad es con frecuencia el rasgo dominante, lo que configura un cuadro especialmente complejo. En ese período del desarrollo de la personalidad, la generosidad, la buena fe y la autenticidad son sentimientos que afloran con un ímpetu que, desgraciadamente, se va debilitando con los años. Inmediatamente de ejecutada su acción de protesta, la estudiante declaró que lo había hecho porque la autoridad la ignoraba al negarse al diálogo. Y sostuvo que eso le parecía más grave aún porque en días anteriores ella había sufrido la represión de Carabineros, con agua (mezclada con químicos), bombas lacrimógenas y golpes.
Hay obviamente un problema de fondo. Es la bancarrota del sistema educacional, que los estudiantes perciben directamente y los lleva a movilizarse. Tal como en su momento fueron los estudiantes los que iniciaron la reforma universitaria, han sido ahora los estudiantes de enseñanza media -y hasta los alumnos de básica- los que han encabeza-do las protestas ante la insensibilidad de las autoridades, ligadas por compromisos y arreglines con la derecha, frente a una situación educacional insostenible heredada de la dictadura.
Hace dos años, miles de estudiantes ocuparon los colegios municipalizados e hicieron manifestaciones callejeras en las principales ciudades, exigiendo la derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Educación (Loce). Un tema que ni siquiera estaba en la agenda de gobierno de la presidenta Michelle Bachelet y mucho menos en las preocupaciones de la derecha. A consecuencias de la llamada “revolución de los pingüinos” se inició el estudio de una reforma, que culminó en la propuesta de derogación de la Loce y su reemplazo por la Ley General de Educación (LGE), diseñada sin el necesario diálogo con profesores y estudiantes y que conserva elementos perversos de la Loce, como la visualización de la educación como un negocio y el debilitamiento de la educación pública.
¿Tiene sentido condenar a los adolescentes y a los jóvenes cuando reclaman y exigen cosas que los adultos no resuelven o se niegan a abordar? A los catorce años los jóvenes tienen responsabilidad penal porque diferencian el bien y el mal y saben orientar adecuadamente sus conductas.
A los catorce años, María Música es una muchacha que piensa y se da cuenta que es malo que la educación sea un negocio, y que cada día será peor para los pobres. En su propia experiencia lo ha aprendido, aunque seguramente ignora que hace años John Kenneth Galbraith, un gran economista norteamericano, sostuvo que la educación y la salud eran temas que nunca podría resolver el modelo neoliberal. María Música se da cuenta que la educación subvencionada es una fuente de lucro, defendida por la propia ministra de Educación que no ha estado alejada de esos intereses (ver págs. 10 y 11 de esta edición). Percibe que la municipalización ha fracasado y ha significado el deterioro de la educación pública, que debería ser el pilar de todo el sistema educativo como en casi todo el mundo.
Si merece críticas la impulsividad de María Música Sepúlveda y su poco control sobre la rabia que le produce la injusticia, mayor reproche merecen la ministra Mónica Jiménez, el gobierno, la Concertación y la derecha, y los “próceres” políticos que con indecente terquedad se aferran al poder. Con debilidades, confusiones y -si se quiere- con falta de modales, son los jóvenes los que están indicando el camino. Un camino que no debe ser cerrado por la represión, la torpeza ni, mucho menos, por la defensa de intereses lucrativos.
PF
(Editorial de “Punto Final” Nº 668, 8 de agosto, 2008)
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