Edición 668 - Desde el 8 al 21 de agosto de 2008
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Fernando Lugo, nuevo presidente del Paraguay:

“El capitalismo está
 llegando a su fin”

El 15 de agosto asumirá la Presidencia de la República del Paraguay el ex obispo católico Fernando Lugo Méndez. En las elecciones de abril de este año Lugo alcanzó el 41% de los votos, suficientes para poner fin a los 61 años de gobierno del corrupto Partido Colorado, oscuro período que incluye los 35 años de terrorismo de Estado del dictador Alfredo Stroessner.
Fernando Lugo, de 57 años, proviene de una familia humilde y su opción de vida ha sido servir a los pobres, primero como sacerdote (en 1975 hizo los votos religiosos en la Congregación Misioneros del Verbo Divino y en 1994 fue promovido a obispo de San Pedro, una región de Paraguay azotada por la miseria). Más tarde, como dirigente político (el 28 de diciembre de 2006 renunció al obispado y se puso a la cabeza del movimiento opositor). En pocos meses su tenacidad logró formar un movimiento político y social -en el cual hay tanto sectores de derecha como de Izquierda- que pudo lo que parecía imposible en Paraguay: derrotar los fraudes electorales, los millonarios recursos económicos y el control de la propaganda que hacían invencible al Partido Colorado.
Sin embargo, la tarea que espera al presidente Fernando Lugo -construir un nuevo Paraguay, libre de lacras como la corrupción, el narcotráfico y la injusticia social- no será fácil. La coalición que lo apoya, Alianza Patriótica para el Cambio         -creada hace un año- agrupa a once partidos y movimientos, con perfiles propios en lo ideológico y programático. El de mayor significación es el Partido Liberal Radical Auténtico, de derecha, al que pertenece el vicepresidente electo, Federico Franco Gómez. Otras 20 agrupaciones populares -entre ellas los partidos Socialista y Comunista- respaldan a Lugo pero también tienen particulares demandas sectoriales.
No obstante las dificultades y peligros que le esperan, el presidente Fernando Lugo derrocha optimismo. Ha demostrado poseer recia voluntad para cumplir su misión y esto le ha permitido acumular el considerable respaldo popular con que iniciará su gobierno.
Esta entrevista fue realizada a través del correo electrónico. Queremos agradecer la excelente disposición mostrada hacia Punto Final por el presidente electo del Paraguay, así como la fraternal intermediación -que hizo posible la entrevista- del periodista y amigo Ausberto Rodríguez Jara, asesor de prensa y comunicación del presidente y autor del libro Fernando Lugo, el Obispo Presidente. Las fotografías que ilustran esta edición de PF pertenecen a ese libro, cedidas gentilmente por sus autores, los italianos Renato Droghetti y Pier Luigi Alberici.
(Otros artículos de interés sobre Paraguay y el ex obispo Fernando Lugo, escritos por Claudia Korol, pueden consultarse en PF 659 y 661)

MANUEL CABIESES DONOSO

 

¿Cómo caracteriza la situación económica, social y política de Paraguay, al momento de hacerse cargo del país?
“Desde el punto de vista económico, estamos ante una situación contradictoria muy común en nuestros países: un crecimiento económico aceptable, de casi seis por ciento del PIB, pero que no se traduce en mejores condiciones de vida de la población. En otras palabras: crecemos pero no nos desarrollamos. O, mejor, crece y se desarrolla un minúsculo sector social que acumula la mayor parte de la riqueza del país, y la mayoría de la población permanece en la pobreza y la extrema pobreza.
En consecuencia, estamos ante una situación muy grave y, hasta diría, explosiva. Hay desigualdades sociales inaceptables, que hacen imperiosas las medidas correctivas. Un pequeño sector agroexportador, que constituye el siete por ciento de la población total de un país de seis millones y medio de habitantes, es dueño del 93 por ciento de la superficie cultivable, mientras que el 93 por ciento de la población vive en el siete por ciento de dicha superficie. Hay más de 300 mil familias campesinas sin tierra, lo que, multiplicado por seis integrantes cada una, hace un total de casi dos millones de seres empobrecidos en el sector rural.
El índice de pobreza asciende al 42 por ciento, del cual, aproximadamente el 20 por ciento es de pobreza extrema. Los cuadros de educación, salud, vivienda, seguridad social y otros derechos humanos elementales son desoladores. Y, políticamente, vivimos, desde hace tiempo, en medio de una ausencia de institucionalidad, que ha hecho de la paraguaya una sociedad descreída de los políticos, de las instituciones y, lo que es peor, de la justicia”.

¿Cuáles serán las primeras medidas que tomará su gobierno para afrontar esa situación?
“En primer lugar, poner en marcha un plan de emergencia nacional, que atienda las necesidades básicas de la población más desposeída. Este plan no consistirá sólo en brindar asistencias urgentes, sino también en crear formas organizativas, de capacitación y convivencia, en los sectores más postergados. Es decir, no se trata de simple asistencialismo, sino de preparar a los hombres y mujeres de esos sectores para acceder a las fuentes laborales que serán creadas, e incorporarlos, paulatinamente, a la vida económica y social del país. Con esto daremos solución a las penurias materiales en que viven y, al mismo tiempo, trataremos de sacarlos de la marginación, caldo de cultivo de la delincuencia que se siente cada vez más en nuestro país.
Por otra parte, pondremos en marcha un Programa Mínimo de Acción, base de lo que constituirá, en el mediano y largo plazo, el verdadero crecimiento y desarrollo equitativo de Paraguay: una reforma agraria integral, una reactivación económica con equidad social, una institucionalización seria de la República (sobre todo, un Poder Judicial independiente), un plan de industrialización de nuestras materias primas para añadirles valor agregado, y una recuperación total de nuestra soberanía nacional, fundamentalmente en el plano energético. Concretamente vamos a iniciar un proceso de negociaciones con nuestros grandes vecinos, Brasil y Argentina, para un beneficio justo y equitativo de la energía producida por las represas de Itaipú y Yacyretä, respectivamente. Así tendremos una fuente de divisas extraordinaria, para emprender obras de desarrollo que generarán empleo para la población”.

Se dice que la heterogénea coalición política que lo apoya pondría en riesgo la unidad de acción y efectividad de su gobierno. ¿Cómo se propone evitar que las diferencias hagan estéril la tarea de gobernar?
“Contrariamente a lo que se cree y se piensa fuera y dentro de nuestro país, la diversidad de organizaciones que conforman la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), que me llevó a la Presidencia, será la fuente de mayor fuerza de mi gobierno. Además, no hace mucho, después de la victoria, sus integrantes han firmado un Pacto de Acción Parlamentaria y han ratificado la vigencia de la APC. Tampoco descartamos diálogos con otras fuerzas del Congreso Nacional, para lograr mejor gobernabilidad y la aprobación de medidas urgentes para sacar al país de la situación en que se encuentra.
Somos una fuerza diversa y abierta. Nuestra consigna es sumar, sumar, sumar. El sectarismo no tiene espacio entre nosotros. Nadie creía que con dicha coalición pudiéramos triunfar en las elecciones. Sin embargo, lo logramos. La unidad en la diversidad es nuestra mayor riqueza, y será, tal vez, el aporte más importante del proceso paraguayo al momento actual de América Latina”.

¿Qué iniciativas cree que deberían tomarse para agilizar el proceso de integración de América Latina?
“En primer lugar, hay que consolidar la integración interna de cada país. Esto significa, en términos sencillos, fortalecer las instituciones democráticas y la integridad nacional. La vocación integracionista latinoamericana deberá ser la expresión de los Estados y de los pueblos del continente, no sólo de los gobiernos. En todo caso, esta vocación integracionista deberá ser una política de Estado que no esté supeditada a los vaivenes de los acontecimientos o circunstancias políticas internas de cada miembro del bloque en cuestión, llámese Mercosur, CAN, Unasur, etc.
Por otro lado, ya en el terreno de la integración o de los bloques regionales existentes, es fundamental superar asimetrías injustas, pretensiones hegemónicas inaceptables. Trato justo, respetuoso y fraterno entre los miembros, y un extraordinario espíritu de solidaridad. Hay vicios internos que dejar de lado, y hay desafíos externos que afectan a todos. Hay que enfrentarlos de manera mancomunada. Ninguna integración será real sin el cumplimiento de estas bases, y tal vez otras, que escapan hoy a mi consideración. Paraguay, con su nuevo gobierno, trabajará seriamente en esta dirección, de forma de contribuir a lo que usted llama ‘agilizar el proceso de integración de América Latina’”.

Cuál debe ser la actitud de una América Latina unida respecto de las grandes potencias mundiales?
“Precisamente a eso me refería cuando hablaba de los desafíos externos. Somos plenamente conscientes que estamos en un mundo en que, en nombre de la ‘globalización’, se intentó la ‘deglución’ de nuestros países por parte de las grandes potencias mundiales. Estas hablan de ‘libertad de comercio’ y, sin embargo, levantan barreras proteccionistas y aduaneras que impiden un trato y una remuneración justos a nuestros productos primarios. Nuestras propias relaciones bilaterales están afectadas, muchas veces, por esa tendencia dominante y dominadora. Pero, afortunadamente, en todas partes se ven signos que revelan un despertar y una rebelión de los pueblos, de los gobiernos y Estados contra estas tendencias prepotentes. Y las grandes potencias mundiales, como usted las llama, van tomando conciencia de estos cambios. Los foros internacionales sirven para remarcar este nuevo contexto.
Estando aislados, los países de América Latina, y los otros del llamado Tercer Mundo o, eufemísticamente, países en vías de desarrollo de Asia y Africa, seguiremos sufriendo estas inequidades. Unidos, en cambio, estaremos en mejores condiciones de tratar de igual a igual a las potencias hegemónicas mundiales, por fuertes que sean”.

En su opinión, ¿qué motiva la irrupción en nuestro continente de gobiernos que cuestionan el capitalismo y replantean una vía socialista de desarrollo?
“Llevamos más de dos siglos de dominio capitalista del mundo. Se han ensayado muchas formas de desarrollo dentro de dicho sistema. Sin embargo, las grandes inequidades sociales generadas por dicho sistema nunca han sido resueltas; por el contrario, se agudizan y profundizan. Hemos llegado a un punto de saturación que no tiene vuelta atrás. La expresión máxima del sistema ha sido el neoliberalismo, que el propio Papa Juan Pablo II ha calificado de ‘capitalismo salvaje’, porque ha condenado al ser humano a las condiciones más humillantes.
Creemos, sinceramente, que este sistema está llegando a su fin. Tampoco el socialismo, en su expresión ortodoxa, ha sido la solución. Lo hemos visto a fines de los 80 e inicios de los 90. Pero si tuviéramos que hablar de socialismo como respuesta al capitalismo, diríamos que nos inclinamos hacia un socialismo con alto contenido humanista. Tal vez no podremos desprendernos totalmente de ciertas expresiones del capitalismo. La iniciativa privada juega y jugará un papel muy importante en el desarrollo económico-social de nuestros pueblos, y hay que estimularla. De lo que se trata aquí es de una fuerte presencia del Estado, no sólo como ente regulador sino, por sobre todas las cosas, como motor principal del desarrollo y del crecimiento económico nacional con equidad”.

¿Cree que la Teología de la Liberación agotó sus posibilidades de representar a una vasta corriente del cristianismo latinoamericano? ¿O tendrá una nueva oportunidad, si se hermana con el socialismo del siglo XXI y otras corrientes progresistas?
“No, la Teología de la Liberación no agotó sus posibilidades de representación. Sigue vigente, y esta vigencia se aprecia en el pensamiento político emergente de América Latina. Su contribución en la conformación de este nuevo pensamiento es muy grande, aunque no se lo reconozca. Usted recordará que, en las décadas de 1960 y 70, según los pensamientos o expresiones político-ideológicas imperantes, las teorías revolucionarias y progresistas latinoamericana y universal estaban prácticamente ‘adosadas’ a la idea del ateísmo. Para muchos creyentes, era un dilema muy serio pretender ser revolucionario en aquellos tiempos. Había una suerte de condicionamiento insalvable para el revolucionario de entonces. ¿Cuántas voluntades se habrá perdido la lucha liberadora del continente y del mundo por este absurdo condicionamiento? Es decir, voluntades que querían sumarse a la lucha transformadora pero que no querían ni podían renunciar a sus creencias religiosas. Hubo un absurda asociación, casi indisoluble, entre lo que Sartre llamó en su momento Materialismo y revolución, título de uno de sus libros.
Creo que la Teología de la Liberación ha contribuido sustancialmente para que este absurdo desaparezca de la prédica revolucionaria. Se puede ser creyente y ser un excelente militante de la liberación y el progreso de nuestros pueblos. Como, también, se puede ser ateo o materialista, y formar parte de las fuerzas que se oponen a mejores y más dignas condiciones de vida. Creo que el socialismo del siglo XXI, cuando culmine su proceso de elaboración o, por lo menos, alcance un grado importante de desarrollo teórico, será la síntesis de todas estas corrientes de pensamiento que han estado pujando por abrirse camino en nuestro continente, a la luz de las experiencias mundiales de las últimas dos décadas”.

¿Por cuáles realizaciones le gustaría que fuera recordado su gobierno por las futuras generaciones de paraguayos?
“En primer lugar, por haber restaurado la dignidad nacional paraguaya, es decir, que Paraguay recupere los valores de su propia identidad y su prestigio internacional, bastante deteriorado en las últimas décadas debido a los regímenes dictatoriales sufridos por nuestro pueblo, así como por la corrupción y repudiables vicios instalados en la administración pública.
Me gustaría igualmente dejar un país consolidado institucionalmente, donde los ciudadanos y ciudadanas recuperen su fe en las instituciones y organismos estatales, a los que se acceda con la idoneidad, la honestidad y el patriotismo, y no, como hasta ahora, a través del amiguismo, del prebendarismo y el clientelismo político. Y, por supuesto, me gustaría dejar un país que haya sentado las bases de un desarrollo sostenible, de un crecimiento económico con equidad social, con alto nivel educacional y cultural a tono con los tiempos modernos, y con el ejercicio pleno de su soberanía territorial y política.
En este último sentido, déjeme reiterarle nuestra voluntad de poner todo el empeño en la recuperación de nuestra soberanía energética. Con esa finalidad, hemos formado equipos técnico-político-jurídicos que ya han iniciado conversaciones con Brasil y Argentina, países vecinos con los que compartimos la explotación de las centrales hidroeléctricas de Itaipú y Yacyretä, respectivamente. Estamos convencidos que, a través de negociaciones serias y fraternales, lograremos el objetivo de obtener una administración y beneficios más justos y equitativos de esas dos grandes fuentes energéticas de la región”.

Una última pregunta, sobre un hecho muy actual. El Vaticano, que lo había suspendido “a divinis” cuando usted decidió renunciar a su condición de obispo, acaba de otorgarle la dispensa papal que le permite pasar al estado laical. ¿Cómo se siente ante esta decisión del Papa Benedicto XVI?
“Muy feliz, con un gran alivio espiritual. No era fácil para mí sobrellevar aquella sanción, como no ha sido fácil para mí renunciar a 30 años de vida religiosa para volcarme a la actividad política. Creo, también, que esta decisión de Su Santidad es una demostración del gran amor que siente hacia el pueblo paraguayo y de respeto hacia la elección que este pueblo hizo el 20 de abril pasado.
Pero quiero decirle que nunca me he arrepentido del paso dado en diciembre del año antepasado, cuando decidí plegarme a esta gesta política encabezada por la Alianza Patriótica para el Cambio. Frente a aquella sanción, me inspiré en dos pensamientos esenciales: ‘De ahora en más, mi Gran Catedral es todo un país’, me dije y, al mismo tiempo, recordé al Papa Pío XI, quien dijo que ‘la política es la expresión más sublime del amor’. Estas reflexiones, que siguen siendo válidas para mí, sumadas a la última decisión del Papa Benedicto XVI, y al cariño de mi gente, me darán fuerza suficiente para llevar adelante los cometidos propuestos”.

(Publicado en “Punto Final” Nº 668, 8 de agosto, 2008)

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