El mundo irreal
de la política
Autor: MANUEL SALAZAR SALVO
A lo menos tres planos de la realidad nacional se han hecho visibles en las primeras semanas del invierno, deslizándose cada uno por carriles propios y circunstanciales, como si el país se estuviera fracturando en mundos distintos, ajenos y cada vez más diferenciados entre sí. Por un lado, los partidos políticos, preocupados de afianzar sus orgánicas internas para el prolongado período de elecciones que se inicia en agosto y que concluirá en diciembre del próximo año. En segundo lugar, el empresariado, irritado por un frenazo económico que le impide seguir lucrando como lo venía haciendo en los últimos tiempos. Y, en tercer lugar, los ciudadanos de a pie, inquietos por la educación de sus hijos, los costos de la salud y de los medicamentos, la falta de trabajos seguros y remuneraciones dignas, los problemas del transporte, la contaminación, los precios del combustible hogareño, el incremento de la delincuencia y, lo principal, la falta de esperanzas y de confianza en el futuro cercano.
Sobre el primer plano, Eduardo Engel, un analista respetado por todos los sectores políticos, profesor en la Universidad de Yale, fue categórico en una de sus columnas dominicales: “Los partidos políticos están en crisis. Todos. Falta transparencia en cómo eligen las autoridades en su interior, y falta un sistema electoral que motive a los jóvenes a participar. Los equipos políticos durante los primeros dos años de la actual administración fueron poco eficaces. La teoría del desalojo que se impuso en la derecha, dificultó (y sigue dificultando) la buena gestión política. La teoría del todo vale para seguir en el poder, que cada día es más popular en la Concertación, tampoco ayuda”.
La reflexión de Engel es compartida por prácticamente todos los cientistas políticos. Sin embargo, los dirigentes políticos, parlamentarios incluidos, parece que fueran sordos y ciegos ante una realidad que en todas las encuestas los sitúan en los últimos lugares de credibilidad ciudadana. Hace unos días la empresa de encuestas Imaginacción, propiedad del ex ministro Enrique Correa, aseguró que casi un 63% de la población desea un cambio drástico en la conducción del país.
Los empresarios, en tanto, parece que ya percibieron que el sistema político imperante no les sirve para seguir creciendo, ni a ellos ni a nadie. A través de algunos voceros y asesores informales han empezado a manifestar disconformidad con la conducción económica y con el nulo aporte de los partidos a la creación de condiciones para el desarrollo del país. Sólo un pequeño núcleo de grandes conglomerados -incluidos entre ellos los bancos- que se benefician más con la usura que con producción y ventas reales, parecen satisfechos con el actual Estado. La mayoría de los empresarios e industriales -grandes, medianos y pequeños- se ha visto afectada por la escasa iniciativa del gobierno, y de los partidos que lo apoyan, para elaborar planes de desarrollo a mediano y largo plazo que incluyan a todos los sectores productivos.
Las actuales condiciones de los mercados internacionales y la crisis energética requieren de estrategias claras, novedosas, incluso audaces, que hoy no están presentes. A ello se agregaron las inquietantes cifras de inflación y de bajo crecimiento que obligaron al ministro del Interior, Edmundo Pérez Yoma, a pedir a la gente que “apriete los dientes”.
Un ámbito de crisis, como es la educación, exhibe nítidamente la falta de previsión tanto de las autoridades como de los principales actores involucrados en el negocio en que se transformó la educación mediante las “modernizaciones” de la dictadura militar. Miles de profesionales de las más diversas disciplinas egresan de las universidades sin encontrar trabajo; si tienen la suerte de conseguirlo, las remuneraciones están muy por debajo de sus expectativas. En la enseñanza media, los alumnos sufren la angustia y la frustración de no saber si sus padres podrán pagar los costos de la enseñanza superior; la mayoría de las veces, la alternativa es sólo algún cursillo que más tarde no les garantizan ni el ingreso mínimo.
Es en estas circunstancias donde se nutre la delincuencia que tanto parece preocupar a los dirigentes políticos. El tráfico de drogas, el aumento del comercio ilegal, de los robos, hurtos e incluso de los asaltos, son resultado de la incapacidad de los gobernantes y de las dirigencias políticas para crear mejores posibilidades de desarrollo a esas personas, casi todas muy jóvenes, que optan por la economía informal o por el delito como método de supervivencia o de progreso social.
Los “narcos” de los suburbios más pobres también quieren vestirse con ropa de marca, conducir vehículos de lujo, comer en los mejores restaurantes y divertirse en la calle Suecia. Ellos, sin embargo, tienen otras escuelas y otros postgrados; otros caminos y otras leyes; están viviendo en un mundo paralelo.
¿Un problema estructural?
Los partidos políticos han experimentado en los últimos 18 años una tendencia a reproducirse en forma endógena, aumentando levemente el número de militantes activos a través de la inscripción de hijos, sobrinos, familiares y amigos de confianza, elegidos con pinzas. De ese modo, las diversas tendencias que conviven en su interior aseguran el control de sus cuotas de poder y garantizan el acceso a cupos, cargos y prebendas diversas. Muchos dirigentes se han transformado en verdaderos “maestros chasquillas” de la gestión pública: pueden ser embajadores, ministros, subsecretarios, asesores de confianza, jefes de departamento o redactores de papers de los más diversos temas. Sin arrugarse pueden asumir un cargo en Educación, mañana una representación diplomática en Europa y pasado, nuevas funciones en el ámbito minero. Pueden saltar de un cargo de representación popular a cumplir responsabilidades administrativas en Codelco o desempeñarse en el Ministerio de la Cultura. Muchos no han pasado por la universidad e, incluso, para ser alcaldes o concejales, no requieren ni licencia secundaria. En cambio, en casi todas las esferas laborales, desde la academia al artesanado, se exigen cada vez más grados y posgrados. ¿Es que la gestión pública y el desempeño en los sillones parlamentarios se aprende por osmosis?
La ciudadanía, mientras, observa la práctica de la política con creciente malestar, consciente de la incapacidad de cambiar esta situación a través del voto. A la hora de acudir a las urnas debe optar entre un estrecho margen de alternativas; en caso contrario, puede sufragar nulo o en blanco, que es como tirar el voto a la basura. El sistema binominal hace posible la existencia de este traje electoral confeccionado a la medida de la Concertación y de la Alianza por Chile. De casi nadie más. De proseguir este abuso, se corre el riesgo de que el sistema político se transforme en una asociación de clanes, con “barones”, “condes”, “coroneles” y “capitanes”, como está ocurriendo. Y con ello, se termine desatando la cuerda completa de la corrupción, cuyos síntomas se están presentando con excesiva frecuencia en todo el espectro partidario.
Una de las razones del desprestigio de los políticos (no de la política) es el autoconvencimiento de que la figuración pública -sobre todo en los medios de comunicación- es soporte principal del prestigio. Empresas como El Mercurio y Copesa captaron hace tiempo la enorme vanidad que está presente en la práctica política, y han sabido administrarla aplicando modernas técnicas de marketing. Se han visto ministros haciendo piruetas y candidatos vestidos con las más estrafalarias indumentarias; se ha sabido de habituales pataletas en las oficinas palaciegas y en el Congreso por algunos titulares o entrevistas. De cara a la prensa, se organizaron batallones de periodistas en los ministerios que se dedican, exclusivamente, a lo que aparece o no aparece en los diarios y noticiarios televisivos; se supo hace algunos meses que los mayores gastos los realizan los parlamentarios en asesorías de prensa; y, como si no bastara, muchos recurren casi diariamente a las cada vez más grandes empresas de comunicaciones estratégicas para conseguir “presencia” en los medios.
Mucha figuración es la consigna, no importa cómo se logre. Hasta el ridículo, en ocasiones, es un medio válido. Así, entre la farándula más desbocada y los políticos vanguardistas, no hay mucha diferencia. Y eso, la gente lo nota.
Parece urgente, entonces, que los dirigentes políticos más lúcidos (que los hay) se aboquen a la tarea de reencantar a los ciudadanos con ideas, programas y doctrina. Hasta ahora, salvo una que otra iniciativa, la gente no distingue diferencias entre los proyectos que ofrecen los distintos partidos. ¿Cuáles son las ideas que tiene la UDI para desarrollar la minería del cobre? ¿Qué piensa el Partido Socialista en torno a los nuevos recursos energéticos que el país requiere? ¿Cómo cree el PDC que se debe asumir el tema del matrimonio entre homosexuales? ¿Qué dicen los radicales acerca del transporte de carga en Chile? ¿Cuál es la política pesquera que quiere impulsar RN?
Los partidos deben empeñarse en la (...)
(Este artículo se publicó completo en la edición Nº 666 de “Punto Final”, 11 de julio, 2008. Suscríbase a Punto Final) |