Archivo de Allende vuelve del exilio
Autor: PATRICIA BRAVO
PATRICIA Espejo Brain, secretaria ejecutiva de la Fundación Salvador Allende, trabajó en la secretaría privada de la Presidencia de la República hasta el golpe de Estado de 1973.
Entre los numerosos homenajes y celebraciones con los que se conmemoró el centenario del natalicio de Salvador Allende, la Fundación que lleva su nombre recibió oficialmente, para su resguardo, valiosos documentos y cartas personales del ex presidente de la República que se mantuvieron en custodia en Cuba durante 35 años.
Entre esos documentos, originales y en su mayoría inéditos, destaca la carta de renuncia del general Carlos Prats, comandante en jefe del ejército, dirigida al presidente Allende con fecha 23 de agosto de 1973. Allí le expone las razones de su dimisión indeclinable a la jefatura del ejército y a las labores de gobierno que desempeñaba hasta ese momento. Son tres hojas escritas a máquina en excelente estado de conservación. Sólo un leve color amarillento delata la antigüedad de esta carta, firmada por el militar que después del golpe de Estado sería vilmente asesinado por militares en Buenos Aires junto a su esposa, Sofía Cuthbert.
En su carta, Prats hace un breve recuento de las circunstancias en que asumió la jefatura del ejército y los motivos que lo llevaron a aceptar integrar el gobierno, primero como ministro del Interior y luego como titular de Defensa, “convencido de que era un deber patriótico contribuir a su clara y firme decisión de ordenar el proceso de cambios y continuarlo enmarcado en definidos cauces constitucionales y legales”. Alude en seguida a los “ataques injuriosos, calumniosos e infamantes” que tuvo que soportar, “provenientes de quienes se empeñan en enervar o derrocar al gobierno constitucional que V. E. dirige”. Y agrega más adelante: “Al apreciar -en estos últimos días- que quienes me denigraban habían logrado perturbar el criterio de un sector de la oficialidad del ejército, he estimado un deber de soldado, de sólidos principios, no constituirme en factor de quiebre de la disciplina institucional y de dislocación del Estado de derecho, ni de servir de pretexto a quienes buscan el derrocamiento del gobierno constitucional”.
Así, con la dignidad y profesionalismo que lo caracterizó, el general Carlos Prats decidió hacerse a un lado pensando que con eso podría evitar el golpe militar. No sólo no lo logró, sino que tampoco consiguió aplacar el odio que gatilló el brutal atentado de la Dina que le costó la vida el 30 de septiembre de 1974. El general Prats incluyó su carta-renuncia en sus Memorias. Testimonio de un soldado (Editorial Pehuén, página 487, 1985).
Entre los documentos recobrados por la Fundación Salvador Allende, se encuentran también varias cartas enviadas a Allende por Fidel Castro, del ex presidente peruano Juan Velasco Alvarado y de Pablo Neruda. También está la carta del líder de la Unidad Popular a su amigo, el periodista Augusto Olivares, que se publicó por primera vez en Punto Final Nº 665.
Operación salvataje
La directora ejecutiva de la Fundación Salvador Allende, Patricia Espejo Brain, no oculta su satisfacción. Y con razón, porque ella fue parte de la sigilosa maniobra que impidió que estos testimonios históricos fueran destruidos en el bombardeo de La Moneda. Durante el gobierno de la Unidad Popular ella integró la secretaría privada de la Presidencia de la República, junto a Miria Contreras (Payita) y Beatriz (Tati) Allende, la hija menor del presidente, a quien la unía una gran amistad.
“La secretaría era algo así como el actual ‘segundo piso’ de La Moneda, pero el grupo era muy pequeño, de bajo perfil y tan pobre que ni siquiera teníamos una fotocopiadora”, recuerda Patricia Espejo. Conoció a Beatriz Allende a fines de los 60, cuando ambas trabajaban en salud pública, Beatriz como médica y Patricia como socióloga. Fue una amistad entrañable, fortalecida por actividades políticas compartidas. Apenas Salvador Allende asumió la Presidencia de la República, la llamaron a La Moneda. Patricia rememora esos años de compromiso y trabajo intenso como “tiempos en que había que entregarlo todo”.
Después del “tanquetazo” de junio de 1973, en una conversación de Salvador Allende y las tres integrantes de la Secretaría de la Presidencia se decidió sacar de La Moneda los documentos personales del presidente para ponerlos a salvo...
“Todo lo que allí había era de gran valor y se podía perder si ocurría un golpe militar o un atentado. Vivíamos en un ambiente demasiado amenazante como para exponer cosas que eran historia. El presidente nos dio carta blanca y nosotras seleccionamos los documentos, los archivamos y pensamos que lo mejor era llevarlos a la embajada de Cuba. Allí había compañeros a toda prueba, podíamos contar con las condiciones de seguridad necesarias y era terreno diplomático y no podía entrar nadie. Les pedimos a los cubanos que nos ayudaran a guardar este archivo porque no era conveniente mantenerlo en La Moneda. Y como esperábamos, nos dieron apoyo”.
¿Cómo hicieron el traslado de los materiales?
“A mí me tocó la tarea de transportarlos en secreto. Hice varios viajes de La Moneda a la embajada, porque era mucho material. Iba sola, de noche, más o menos una vez por semana, y llevaba los documentos en un maletín. Todavía no sentíamos una gran presión pero sabíamos que había que cuidarse. Ni la Tati andaba con guardaespaldas, ni Isabel (Allende), ni la Tencha (Hortensia Bussi de Allende). El único que tenía escolta era el presidente. Como al mes de estar llevando estos materiales a la embajada de Cuba, Augusto Olivares me preguntó si no me había dado cuenta que me estaba siguiendo un auto amarillo. El ‘Perro’ nos enseñó muchas cosas, para mí era el hombre más claro del gobierno. A partir de ese momento no fui nunca más sola. Me acompañaba el ‘Perro’ o alguien del GAP. El asunto es que llegaron las cosas a la embajada y quedaron bajo su custodia. Fue un secreto muy bien guardado, porque ni siquiera se lo contamos a otros miembros de la familia Allende para no alarmarlos”.
¿Con qué criterios seleccionaron los documentos?
“Eran las cartas más personales del presidente Allende, las que tenían más valor histórico y emotivo. Al principio él participó directamente, pero luego nos dejó la tarea a la Tati y a mí, confiando en nuestro criterio. Pero tuvimos que parar poco antes del golpe, ya no había tiempo… Aunque creo que guardamos la mayor parte de las cosas. Nunca se sacó un documento de Estado. Todos eran para la persona de Allende”.
¿Qué pasó después del 11 de septiembre de 1973?
“Después del golpe, sabíamos que los cubanos tenían que destruir mucha documentación porque no se podrían llevar todo lo que había en la embajada. El 12 de septiembre, la Tati -con un embarazo de siete meses- y su hija Maya, de dos años; yo con mis dos hijos y otra compañera, que trabajó en la secretaría privada de la Presidencia, partimos a Cuba en un avión soviético, cuya tripulación no hablaba una palabra de español. Fue un viaje muy tenso, el avión iba con las luces apagadas y dio muchas vueltas. Nadie entendía lo que estaba pasando. Después supimos que fueron maniobras del piloto, que era un experto, para escabullir a cazabombarderos de la Fuerza Aérea que nos siguieron hasta Perú. Aterrizamos en Lima y recién entonces supimos del seguimiento y (..)
(Este artículo se publicó completo en la edición Nº 666 de “Punto Final”, 11 de julio, 2008. Suscríbase a Punto Final)
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