Semana Santa
Retiro espiritual
para no creyentes
PRELUDIO
La Semana Santa es asunto de cristianos. Como la Navidad y el día de los fieles difuntos. Pero todas ellas son fechas que superan los límites de la feligresía creyente: la Navidad se la conquistaron los comerciantes chinos y judíos; el día de difuntos se lo apropiaron los yanquis (Halloween) y los vendedores de flores. La Semana Santa está ya en manos de las agencias que promueven viajes de placer a Reñaca o a Punta del Este y de los conejos que ponen huevos de chocolate. ¿Qué queda para los cristianos? ¿Qué mensaje queda para los no creyentes que escapan de la farándula comercial?
LO QUE SE RECUERDA
Lo que recordamos los cristianos es un misterio de amor. Creemos en la Palabra bíblica que señala: “Tanto amó Dios al mundo que para quebrarle las cadenas envió a su propio Hijo”. Jesús de Nazaret predica el mensaje de liberación, es consecuente con lo que anuncia, recibe la adhesión de unos cuantos y el rechazo de las autoridades civiles, militares y religiosas de su pueblo. Ellos no pueden tolerar que se subvierta el orden piramidal que han impuesto a la sociedad y que un campesino de tierra adentro, un “laico” sin pertenencia al clero israelita, un hombre sin medios ni influencias y que además se relaciona con todos los marginados sociales y religiosos, anuncie un Reino de Dios que les echa abajo toda la estantería: los ricos serán echados fuera con las manos vacías, los pobres heredarán la tierra, los últimos serán los primeros, las putas entrarán al Reino de Dios antes que las devotas, los pequeños y los humildes son declarados más importantes que los monseñores, los generales y los maestros de Israel. ¿Qué se cree ese nazareno? Entonces las autoridades decretan su muerte. Y lo asesinan clavándolo en una cruz, con el castigo para los criminales, por “estar alborotando al pueblo en contra del poder del imperio y por declararse hijo de Dios”.
La Semana Santa de los cristianos recuerda los días finales del drama. Y al mismo tiempo el primer día del triunfo. Creemos que Jesús de Nazaret no quedó encerrado en el sepulcro sino que Dios cumplió en él su promesa: lo levantó venciendo la muerte y lo declaró Mesías e Hijo y lo colocó a su lado como rey de la creación. Con Jesús de Nazaret Dios se hizo vecino nuestro (le gustaba llamarse a sí mismo como “el hijo del hombre”) y al declararlo Cristo liberador Dios exaltó al ser humano a su verdadero destino: ser hijo para siempre y heredar la vida divina.
Jueves Santo: Jesús habla al corazón de sus amigos y les promete no abandonarlos nunca. Se quedará con ellos a través de dos realidades milagrosas: él será el pan que comerán cuando celebren la santa cena en su memoria, y él será el marginado y el necesitado socorrido cada vez que la comunidad se abra a la generosidad.
Viernes Santo: las fuerzas del mal conjuradas contra Jesús lo matan clavándolo en la cruz.
Sábado Santo: la comunidad queda desconcertada y con miedo. María, la madre de Jesús, como toda mamá en momentos de angustia, espera contra toda esperanza el milagro que el corazón le preanuncia.
Domingo de Resurrección: el milagro se produce; la vida vence a la muerte así como la luz vence a las tinieblas. Jesús se levanta triunfante del sepulcro. Dios le gana la pelea al diablo. Desde entonces todo creyente en Cristo deberá ser un defensor acérrimo de la vida en toda circunstancia, un luchador por la liberación de todas las cadenas que nos impiden crecer como personas; todo cristiano deberá ser como “otro Cristo” que “pasó haciendo bien”.
PUNTOS DE MEDITACIÓN
Los párrafos anteriores nos ofrecen material para reflexionar.
Si Jesús de Nazaret es el rostro visible de Dios, según dicen los creyentes, entonces, ¿los cristianos son el rostro visible y actual de Jesús de Nazaret? Según sea la respuesta, Jesús puede quedar muy mal parado. Pero también es posible que nos quedemos detenidos en la fealdad de la foto y no sepamos de verdad quién es Jesús.
¿No refleja la vida y pasión de Jesús la misma historia de pueblos y personas? Porque todo ser humano que quiere ser libre y no tiene influencias ni poder cultural ni social, ni tiene armas ni tiene riquezas, ni tiene prestigio institucional, estará expuesto a la violencia de los que manejan las fuerzas en este pícaro mundo. Jesús al declararse “hijo del hombre” es la figura de la humanidad que es violentada por los poderosos.
Creyentes y no creyentes esperamos un milagro: otro mundo es posible, decimos. Una humanidad nueva sin clases sociales, sin armas para atacar, sin abusos en contra de los débiles, sin injusticias en la organización y en las relaciones humanas. Un mundo en paz, con fraternidad, con igualdad y con libertad: los tres grandes principios que nacen del Evangelio y que los creyentes abandonamos por cientos de años. Esta es ocasión para agradecer a los no creyentes que hayan mantenido esas banderas y nos hayan recordado nuestros compromisos más primarios. Y es la ocasión también para decir que les ofrecemos nuestro mejor tesoro: la fe en Jesús liberador, hijo de Dios y Señor de la historia. Otro mundo, otra historia, otra sociedad es posible. La fe nos ayuda a creer que es cierto, o si no, se nos quedaría en un slogan
AGUSTIN CABRE RUFATT
(Publicado en la edición Nª 658 de Punto Final, 21 de marzo, 2008) |