¿Lagos o Insulza?
Autor: MANUEL SALAZAR SALVO
Parece muy difícil, por ahora, que los chilenos vuelvan a votar por una mujer para presidenta de la República. Más allá de los problemas que ha debido enfrentar Michelle Bachelet y de sus mayores o menores talentos para ocupar el cargo, es perceptible que se desea un nuevo mandatario varón que reúna las características exigidas tradicionalmente a los presidentes: autoridad, seguridad y liderazgo.
Las esperanzas populares que despertó Michelle Bachelet como la encarnación de cambios profundos en la conducción del país, concluirán sólo con los resultados esperables en una madre preocupada: más protección para los ancianos, más cuidados para los niños. El país, sin embargo, requiere mucho más para superar las ataduras que siguen manteniéndolo en el siglo XX. Hasta el momento, ha sido básicamente la popularidad de las figuras elegidas lo que ha determinado su suerte en las urnas. Eso y una buena propaganda y manejo comunicacional en los meses previos a los comicios.
Muy en resumen, Patricio Aylwin encarnó la prudencia -para muchos exagerada- que requería la transición a la democracia; Eduardo Frei Ruiz-Tagle representó el emprendimiento empresarial; y Ricardo Lagos, la necesaria modernización de la infraestructura nacional. Michelle Bachelet, en tanto, pasará a la historia como la presidenta que reformuló la previsión social y extendió la cobertura preescolar.
Los 18 años de gobiernos concertacionistas han reportado progresos evidentes al país. Todos los indicadores de desarrollo han mejorado y, como nunca antes, la empresa privada se ha desenvuelto a sus anchas, incluso en muchos casos abusando del modelo de desarrollo. No obstante, se ha instalado la sensación de que se marca el paso, de que las estructuras del Estado y del gobierno no caminan al compás de los rápidos cambios que ocurren en el mundo, de que los beneficios que produce la economía sólo benefician a algunos.
DEBATES SUPERFICIALES
En este escenario, tanto la Concertación como la Alianza por Chile han mostrado evidente incapacidad para superar el marasmo en que se encuentran sumidas. La primera sólo puede legislar con la aprobación y el acuerdo de la segunda. Reformas que parecen urgentes duermen en el Parlamento. Las burocracias de ambos conglomerados permanecen apernadas en sus cargos y aferradas a sus prebendas. El hábito del poder, en unos, y de una oposición cómoda, en otros, los mantiene casi inmóviles.
Es por eso que los casos circunstanciales de mala administración, de falta de probidad o de franca corrupción, se transforman en los ejes principales de las disputas entre oficialismo y disidencia.
Se discute sobre la diligencia de la ministra de Educación, pero se elude el debate de fondo sobre los grandes temas de la enseñanza primaria, secundaria y superior. Se cuestionan los manejos administrativos en Ferrocarriles, pero no se tocan las políticas de transporte. Se critican las carencias energéticas, pero no se habla sobre las necesarias y radicales reformas que requiere el sector. Se reconoce la concentración de los medios de comunicación, pero nada se hace por cambiarla. Se destaca el relevante papel de las pymes en la creación de empleos, pero muy poco se hace para ayudarlas; y así en casi todas las áreas.
Esta inercia, aparentemente irrefrenable, ha mostrado en los últimos meses algunos síntomas de cambio que podrían resultar determinantes en los períodos eleccionarios que se avecinan. En el Partido Socialista y en el Partido por la Democracia, están surgiendo ideas cada vez más nítidas para un programa de gobierno que aborde en forma decidida los cambios que requiere el país. Parece haber cada vez más coincidencias en torno a la necesidad de cambiar el modelo económico; en emprender una reforma profunda a la administración pública y a sus sistemas de gestión; en asumir que la educación debe ser la principal palanca de progreso; en el diseño de una política energética, que incluya la posible estatización del agua; en un fortalecimiento de las organizaciones sindicales y sociales; en una verdadera descentralización que fortalezca a las comunas y regiones; en mayores controles a los monopolios y oligopolios; en una reforma tributaria; y, en la elaboración de una nueva Constitución, verdaderamente democrática, entre otras muchas iniciativas.
Cambios como los mencionados sólo pueden ser emprendidos por un gobierno que reúna al centro y a la Izquierda de este país, que represente no sólo a las capillas de militantes y simpatizantes, sino al cada vez mayor número de independientes que desconfía cada vez más de los políticos profesionales. Demasiada gente observa ya a los partidos como empresas gestoras de favores, prebendas, empleos y ayudas mutuas entre militantes. Y en las numerosas reuniones partidarias del último tiempo no se han observado suficientes autocríticas encaminadas a recuperar la confianza de los ciudadanos. En esta materia, las dirigencias aún están en deuda.
FINTEOS Y APRONTES
La marginación de los colorines del Partido Demócrata Cristiano fue el resultado de una disputa de poder entre alvearistas y zaldivaristas que dañó, aparentemente de forma definitiva, las aspiraciones presidenciales de Soledad Alvear, según lo confirman las últimas encuestas. Circunstancias parecidas, aunque no tan dramáticas, se observaron hace algún tiempo en el PPD y en el Partido Radical Socialdemócrata, salvándose hasta ahora sólo el PS, acostumbrado a continuas discrepancias y tendencias en su seno. En las últimas semanas, sin embargo, de cara a las elecciones de una nueva directiva en abril, en el PS han resurgido síntomas de escisiones y reacomodos con el propósito de amagar a la mayoría -cercana al 60 por ciento- que detenta la Nueva Izquierda, que encabeza el senador Camilo Escalona. Sus principales contrincantes, agrupados en la corriente Las Anchas Alamedas, dirigida por Isabel Allende y Carlos Ominami, entre otros, tratan de acumular fuerzas para desbancar al actual presidente del PS o, al menos, conseguir mayor representación en el comité central y en la mesa que conducirá al PS en los próximos dos años.
En la derecha, la sostenida popularidad del empresario Sebastián Piñera mantiene por ahora la quietud y unidad en Renovación Nacional. En la UDI coexisten dos visiones, la encabezada por Joaquín Lavín y Pablo Longueira, por un lado, partidarios de una reingeniería en el partido, y la de Jovino Novoa, por el otro, bastión de los sectores más duros y autoritarios. Los primeros han insistido en que la UDI debe redoblar esfuerzos por transformarse en un partido popular que amplíe sus bases poblacionales, con más participación y mayor democracia interna. En esa tarea, Lavín se mostró dispuesto a postular a una senaturía o a una diputación, pero rechazó una vez más cualquier nueva aventura presidencial. Los segundos, en tanto, los llamados “coroneles”, que han dirigido al partido por casi dos décadas, pretenden concentrar energías en las críticas al gobierno de la presidenta Bachelet y a la Concertación, como eje central de un proceso destinado a desestabilizar al oficialismo.
Todos los partidos, oficialistas y opositores, se verán sometidos en las próximas semanas a las tensiones propias de la nominación de candidatos a alcaldes y concejales. Tales designaciones estarán vinculadas, a su vez, a los intereses en juego para los comicios parlamentarios y presidenciales de 2009. RN y la UDI medirán sus fuerzas en las elecciones municipales del 26 de octubre y, según los resultados, podría surgir desde el gremialismo un eventual contendor de Piñera. Por ahora, no se vislumbra con claridad un posible interesado, pero se perfilan Longueira, Hernán Larraín y la senadora Evelyn Matthei, cuya postulación podría adquirir fuerza si por algún extraño designio Soledad Alvear termina siendo la candidata de la Concertación. Las posibilidades de la senadora Alvear están muy ligadas a los resultados que el PDC obtenga en las elecciones municipales. Si el partido vuelve a bajar su votación y pierde en comunas relevantes, los anhelos de la senadora Alvear se verán sepultados definitivamente y tendrá que ceder el paso a otros aspirantes como Eduardo Frei, Jaime Ravinet o Marcelo Trivelli.
Hora de decisiones
En el progresismo concertacionista se han afianzado como posibles postulantes a La Moneda los nombres de José Miguel Insulza y Ricardo Lagos, aun cuando sólo el primero ha manifestado claramente su interés por competir. El nombre de Lagos más bien ha sido levantado por El Mercurio y La Tercera, tras publicarse encuestas realizadas por esos medios, y sin que el ex presidente haya realizado ninguna intervención pública que le permita ganar simpatías en el electorado.
Lagos parece ser el candidato preferido como adversario por el sector de la derecha que ha esgrimido la estrategia del “desalojo”, diseñada por Andrés Allamand y algunos de sus padrinos en el empresariado. El ex mandatario, abocado hoy a trabajar en la ONU contra el calentamiento global, no ha querido involucrarse en las refriegas políticas, limitándose a defender en términos generales los logros de la Concertación y en particular, los de su gobierno. Si Ricardo Lagos se entusiasma con la idea de retornar a La Moneda, deberá enfrentar una campaña muy áspera, donde tendrá a cada momento que rendir cuentas por lo realizado en el período 2000-2006 y correr el riesgo, además, de verse arrastrado a los tribunales en algunos de los procesos actuales o los que, eventualmente, se puedan iniciar. Cualquier denuncia en contra de su gobierno será amplificada y exagerada, obligándolo a duplicar esfuerzos para explicar el pasado y convencer acerca del futuro. Otro factor a tener en cuenta es que el ex gobernante deberá soportar, a los 71 años, una campaña que se vislumbra agotadora, compitiendo con un Piñera más energizado que nunca. Muy pocos ponen en duda las capacidades políticas de Ricardo Lagos Escobar, pero quizás esos talentos puedan rendir mejores frutos en el Senado, sobre todo en un Parlamento más moderno y con más atribuciones, como es posible avizorar de acuerdo a las reformas ya esbozadas.
José Miguel Insulza, en tanto, a los 64 años de edad, representa a una generación que maduró en la década de 1960 y que se preparó desde joven para llegar al poder. El hoy secretario general de la OEA, se formó en la Juventud Demócrata Cristiana, luego en el Movimiento de Acción Popular Unitaria, MAPU, y más tarde en el PS. Representa, en gran medida, la fusión de los pensamientos cristiano y laico progresistas que dieron forma a la Concertación. Todos, o casi todos, le reconocen capacidades políticas sobresalientes, como muy pocos tienen en el espectro partidista nacional. Posee, dicen, aura de estadista. Pero con todas estas características, ¿qué le falta? Algunos que le conocen se atreven, en privado, a decirlo: decisión. No le gusta correr riesgos, quiere ir siempre a la segura, agregan. De allí su interés por ser un candidato de consenso, un postulante que no está dispuesto a correr en primarias en competencia con otros candidatos, en especial con Lagos.
Ricardo Lagos no requiere, en cambio, apoyo de nadie para plantarse como candidato; es una decisión propia, nada más que suya. Insulza, por el contrario, no sólo necesita la bendición de (…)
(Este artículo se publicó completo en la edición Nº 658 de PF, 21 de marzo, 2008. ¡!Suscríbase a Punto Final!!) |