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El síndrome chileno
La economía chilena, que crecería este año a una
tasa del orden del cinco por ciento, no logra convencer a algunos conspicuos
actores, pese a los enormes resultados empresariales, a la disminución
relativa del desempleo, al alza de precios de los commodities y a la fuerte
expansión de las exportaciones, que durante el 2004 acumularían
la cifra histórica de US$ 27 mil millones.
Una serie de aspectos, no sólo económicos, se presentan
como obstáculos que inhibirían la posibilidad de alcanzar,
en el futuro, tasas de crecimiento similares a las que registró
Chile durante la década pasada. La hipótesis, que ha sido
ya levantada desde muchas y variadas tribunas económicas -las que
buscan las causas, sin embargo, en diversos fenómenos- hoy es también
puesta en la agenda por economistas de la Concertación.
Bajo el título “El desarrollo de Chile, Quo Vadis”,
los economistas Carlos Ominami, Oscar Landerretche y Mario Lanzarotti
exponen en un extenso artículo aparecido en la revista Foro 21,
los obstáculos -nada menores- que enfrenta hoy la economía
chilena, trabas que de no ser superadas, podrían frustrar, una
vez más, nuestras posibilidades de desarrollo, alerta que hacen
los autores al citar la célebre obra de Aníbal Pinto Santa
Cruz Chile: Un caso de desarrollo frustrado.
Por cierto que ni las condiciones políticas ni las económicas
son similares a las vividas durante el siglo XX, y tampoco -¡Dios
nos libre!- sus soluciones. Recordemos que en su análisis, Pinto
relacionaba la frustración económica con el desequilibrio
entre un desarrollo político dinámico y una base material
estrecha, resultado de un limitado desarrollo económico. Como solución,
planteaba -que fue una visión trágica si no una perversa
recomendación- “un ataque franco contra las condiciones de
vida democráticas que, en esencia, son incompatibles con una economía
estancada”.
Chile enfrenta hoy una disyuntiva que es “sensiblemente semejante
a la que inquietó a Pinto”, afirman los autores, “sólo
que el desequilibrio entre lo político y lo económico se
presenta ahora bajo un ángulo diferente”. El deterioro de
la actividad política, que es también su falta de representatividad
-una función que tiene más de procedimientos que de objetivos
y que ha llevado también a una pérdida de legitimidad ante
la ciudadanía- es uno de los mayores obstáculos, no tal
vez para el crecimiento o la actividad empresarial, como bien podemos
observar, pero sí para las posibilidades de real desarrollo. Y
tal vez no es una mera coincidencia que los autores relacionen el bajo
crecimiento de los últimos años con el aumento del deterioro
de la actividad política.
“El deterioro de las instituciones y el debilitamiento de las identidades
colectivas representan un serio obstáculo para la consecución
de un proyecto nacional”, afirman los autores, enunciado ante el
cual vale la pena preguntarse lo siguiente: cuando la Concertación
habla de los grandes consensos, ¿no se refiere al modelo económico
neoliberal? Cuando el gobierno apoyó con tanta energía la
Agenda Pro Crecimiento, ¿no elevó, como gran argumento,
la idea de proyecto país?
Los autores, que son figuras de la Concertación, reclaman un verdadero
proyecto de desarrollo económico (y esto sólo se infiere
del texto) el que no es el modelo neoliberal, que tan bien ha administrado
la propia Concertación. Argumentan que sólo una política
económica sólida, diseñada y estimulada por el Estado
-así como lo han hecho los países del sudeste asiático-
podría conducir a Chile hacia el desarrollo. El problema político
serían “los prejuicios ideológicos fuertemente arraigados
(…) cierto ideologismo neoliberal exacerbado, sacralizador del mercado
y desconocedor de la moderna teoría económica”, criterios
que anidan en la clase empresarial y en la derecha chilena e impugnan
cualquier intento de acción pública ante la economía.
Un problema cuyo diagnóstico, por venir de quien viene, encierra
el reconocimiento -que en el texto es implícito- de la debilidad
de la Concertación para sacar adelante sus propios criterios y
proyectos de desarrollo del país. Si no se ha hecho en los últimos
catorce años, ¿habría indicios de un cambio a futuro?
La respuesta estaría en el mismo texto. La década pasada
fue un período de “crecimiento tranquilo”, una etapa
en la que la economía chilena logró expandirse a altas tasas
bajo un esquema basado en la exportación de recursos naturales.
Un modelo que, sin embargo, no logró sostenerse más allá
de los noventa. Por ello, la propuesta de cambio requiere de una especie
de reinstalación del modelo. Una transformación nada menor
que requeriría persuadir al poder económico y cuestionarle
un patrón económico que se ha cimentado no como teoría,
sino cual creencia o convicción religiosa. ¿Cómo
convencer al sector privado y sus centinelas que son necesarios cambios
al patrón de desarrollo cuando sus empresas logran aumentar sus
utilidades en un cien por ciento anual?
Los autores han denominado como Síndrome Chileno -que es una analogía
con el fenómeno conocido como Síndrome Holandés-
los problemas que hoy aquejan al modelo económico. Este estaría
caracterizado, básicamente, por la apreciación prematura
y acelerada del tipo de cambio y la ausencia de interacciones tecnológicas
intensas en el aparato productivo.
Con la apreciación acelerada del tipo de cambio, el patrón
de crecimiento desincentivó la producción de bienes transables
distintos a los recursos naturales, de manera que se redujeron las posibilidades
de diversificación de las exportaciones más allá
de este rubro. “De hecho, la apreciación cambiaria redujo
la rentabilidad de las actividades que agregaban valor a los propios recursos
naturales, es decir, encareció, desde el punto de vista externo,
la remuneración del trabajo especializado. Aunque se abarataron
los bienes de capital importados, ello ocurrió en el marco de políticas
macroeconómicas que, buscando contener el efecto gasto del boom
de la inversión extranjera, incrementaron las tasas de interés
domésticas, especialmente para los emprendimientos innovadores”.
Un conjunto de variables que profundizaron el modelo apoyado en la exportación
de recursos naturales, el que, dicho sea de paso, también presenta
señales de agotamiento, como en el sector pesquero o forestal.
El otro obstáculo está ligado a las interacciones tecnológicas.
Aun cuando las exportaciones chilenas de recursos naturales contengan
valor agregado, éstas están dominadas por los proveedores
de tales tecnologías. Es decir, las exportaciones son poco innovadoras
ya que están modeladas por la tecnología que otorgan los
proveedores de los bienes de equipo. Un fenómeno que pone a Chile
como uno de los países de la región con una de las mayores
tasas relativas de exportaciones dominadas por los proveedores de tecnologías.
Una situación de alta vulnerabilidad, si se tiene en cuenta que
estas tecnologías de producción están disponibles
en el mercado internacional y al alcance de todo competidor, lo que devuelve
las ventajas comparativas de las exportaciones chilenas a la calidad y
disponibilidad de los recursos naturales.
La propuesta de cambio de los autores, que no es nueva, apunta hacia el
desarrollo tecnológico, la educación y la capacitación,
ideas profusamente discutidas y poco practicadas. Hay, sin embargo, un
importante aporte al debate económico: la necesidad de relacionar
la actividad política con la económica, ambas separadas
-más discursiva que realmente- bajo el dominio de la cultura del
libre mercado. ¿Será éste el discurso económico
electoral de la Concertación?
PAUL WALDER
(Revista “Punto Final”, edición N^566, 30 de abril,
2004)
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