Edición 566 - Desde el 30 de abril al 13 de mayo de 2004
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El síndrome chileno


La economía chilena, que crecería este año a una tasa del orden del cinco por ciento, no logra convencer a algunos conspicuos actores, pese a los enormes resultados empresariales, a la disminución relativa del desempleo, al alza de precios de los commodities y a la fuerte expansión de las exportaciones, que durante el 2004 acumularían la cifra histórica de US$ 27 mil millones.
Una serie de aspectos, no sólo económicos, se presentan como obstáculos que inhibirían la posibilidad de alcanzar, en el futuro, tasas de crecimiento similares a las que registró Chile durante la década pasada. La hipótesis, que ha sido ya levantada desde muchas y variadas tribunas económicas -las que buscan las causas, sin embargo, en diversos fenómenos- hoy es también puesta en la agenda por economistas de la Concertación.
Bajo el título “El desarrollo de Chile, Quo Vadis”, los economistas Carlos Ominami, Oscar Landerretche y Mario Lanzarotti exponen en un extenso artículo aparecido en la revista Foro 21, los obstáculos -nada menores- que enfrenta hoy la economía chilena, trabas que de no ser superadas, podrían frustrar, una vez más, nuestras posibilidades de desarrollo, alerta que hacen los autores al citar la célebre obra de Aníbal Pinto Santa Cruz Chile: Un caso de desarrollo frustrado.
Por cierto que ni las condiciones políticas ni las económicas son similares a las vividas durante el siglo XX, y tampoco -¡Dios nos libre!- sus soluciones. Recordemos que en su análisis, Pinto relacionaba la frustración económica con el desequilibrio entre un desarrollo político dinámico y una base material estrecha, resultado de un limitado desarrollo económico. Como solución, planteaba -que fue una visión trágica si no una perversa recomendación- “un ataque franco contra las condiciones de vida democráticas que, en esencia, son incompatibles con una economía estancada”.
Chile enfrenta hoy una disyuntiva que es “sensiblemente semejante a la que inquietó a Pinto”, afirman los autores, “sólo que el desequilibrio entre lo político y lo económico se presenta ahora bajo un ángulo diferente”. El deterioro de la actividad política, que es también su falta de representatividad -una función que tiene más de procedimientos que de objetivos y que ha llevado también a una pérdida de legitimidad ante la ciudadanía- es uno de los mayores obstáculos, no tal vez para el crecimiento o la actividad empresarial, como bien podemos observar, pero sí para las posibilidades de real desarrollo. Y tal vez no es una mera coincidencia que los autores relacionen el bajo crecimiento de los últimos años con el aumento del deterioro de la actividad política.
“El deterioro de las instituciones y el debilitamiento de las identidades colectivas representan un serio obstáculo para la consecución de un proyecto nacional”, afirman los autores, enunciado ante el cual vale la pena preguntarse lo siguiente: cuando la Concertación habla de los grandes consensos, ¿no se refiere al modelo económico neoliberal? Cuando el gobierno apoyó con tanta energía la Agenda Pro Crecimiento, ¿no elevó, como gran argumento, la idea de proyecto país?
Los autores, que son figuras de la Concertación, reclaman un verdadero proyecto de desarrollo económico (y esto sólo se infiere del texto) el que no es el modelo neoliberal, que tan bien ha administrado la propia Concertación. Argumentan que sólo una política económica sólida, diseñada y estimulada por el Estado -así como lo han hecho los países del sudeste asiático- podría conducir a Chile hacia el desarrollo. El problema político serían “los prejuicios ideológicos fuertemente arraigados (…) cierto ideologismo neoliberal exacerbado, sacralizador del mercado y desconocedor de la moderna teoría económica”, criterios que anidan en la clase empresarial y en la derecha chilena e impugnan cualquier intento de acción pública ante la economía. Un problema cuyo diagnóstico, por venir de quien viene, encierra el reconocimiento -que en el texto es implícito- de la debilidad de la Concertación para sacar adelante sus propios criterios y proyectos de desarrollo del país. Si no se ha hecho en los últimos catorce años, ¿habría indicios de un cambio a futuro?
La respuesta estaría en el mismo texto. La década pasada fue un período de “crecimiento tranquilo”, una etapa en la que la economía chilena logró expandirse a altas tasas bajo un esquema basado en la exportación de recursos naturales. Un modelo que, sin embargo, no logró sostenerse más allá de los noventa. Por ello, la propuesta de cambio requiere de una especie de reinstalación del modelo. Una transformación nada menor que requeriría persuadir al poder económico y cuestionarle un patrón económico que se ha cimentado no como teoría, sino cual creencia o convicción religiosa. ¿Cómo convencer al sector privado y sus centinelas que son necesarios cambios al patrón de desarrollo cuando sus empresas logran aumentar sus utilidades en un cien por ciento anual?
Los autores han denominado como Síndrome Chileno -que es una analogía con el fenómeno conocido como Síndrome Holandés- los problemas que hoy aquejan al modelo económico. Este estaría caracterizado, básicamente, por la apreciación prematura y acelerada del tipo de cambio y la ausencia de interacciones tecnológicas intensas en el aparato productivo.
Con la apreciación acelerada del tipo de cambio, el patrón de crecimiento desincentivó la producción de bienes transables distintos a los recursos naturales, de manera que se redujeron las posibilidades de diversificación de las exportaciones más allá de este rubro. “De hecho, la apreciación cambiaria redujo la rentabilidad de las actividades que agregaban valor a los propios recursos naturales, es decir, encareció, desde el punto de vista externo, la remuneración del trabajo especializado. Aunque se abarataron los bienes de capital importados, ello ocurrió en el marco de políticas macroeconómicas que, buscando contener el efecto gasto del boom de la inversión extranjera, incrementaron las tasas de interés domésticas, especialmente para los emprendimientos innovadores”. Un conjunto de variables que profundizaron el modelo apoyado en la exportación de recursos naturales, el que, dicho sea de paso, también presenta señales de agotamiento, como en el sector pesquero o forestal.
El otro obstáculo está ligado a las interacciones tecnológicas. Aun cuando las exportaciones chilenas de recursos naturales contengan valor agregado, éstas están dominadas por los proveedores de tales tecnologías. Es decir, las exportaciones son poco innovadoras ya que están modeladas por la tecnología que otorgan los proveedores de los bienes de equipo. Un fenómeno que pone a Chile como uno de los países de la región con una de las mayores tasas relativas de exportaciones dominadas por los proveedores de tecnologías. Una situación de alta vulnerabilidad, si se tiene en cuenta que estas tecnologías de producción están disponibles en el mercado internacional y al alcance de todo competidor, lo que devuelve las ventajas comparativas de las exportaciones chilenas a la calidad y disponibilidad de los recursos naturales.
La propuesta de cambio de los autores, que no es nueva, apunta hacia el desarrollo tecnológico, la educación y la capacitación, ideas profusamente discutidas y poco practicadas. Hay, sin embargo, un importante aporte al debate económico: la necesidad de relacionar la actividad política con la económica, ambas separadas -más discursiva que realmente- bajo el dominio de la cultura del libre mercado. ¿Será éste el discurso económico electoral de la Concertación?

PAUL WALDER


(Revista “Punto Final”, edición N^566, 30 de abril, 2004)

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