Edición 566 - Desde el 30 de abril al 13 de mayo de 2004
Inicio | Traduccón | Favoritos | Recomendar Página | Cartas al Director |
Buscar
Buscar con Google

Libro de Visitas
Firma el libro de visitas Firmar el Libro
Este es el punto donde dejan su firma quienes visitan este sitio.
Ediciones Anteriores
En Quioscos
En esta edición
El lobby feroz y
los 15 chanchitos
 
Mano negra en los cajeros
del BancoEstado
Royalty “en la medida
de lo posible”
 
El síndrome chileno
Epidemia de “suicidios” en el ejército
NAUFRAGIO
DEL MODELO
El autoritarismo en Chile
Intelectuales al
servicio de la CIA
Visita

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Armando de Ramón

El autoritarismo en Chile

Recientemente fallecido, Armando de Ramón fue un importante histo­ria­dor chileno. En 1998 recibió el Pre­mio Nacional de Historia. Su libro His­toria de Chile: 1500-2000 (Ed. Catalonia), es un interesante volumen que fue muy bien recibido por la crítica y el público. A propó­sito de eso, dio al programa De puño y letra de radio Nuevo Mundo la que en definitiva sería su última entrevista. Punto Final en­tre­ga a sus lectores una reseña de esa entre­vista.
Habitualmente, la historia se narra co­mo una suma de batallas, fechas y vidas de personajes. Su libro es muy distinto, qui­zá breve para el período que abarca. ¿Po­dría explicarnos la estructura de la obra y sus razones?
“En realidad podría catalogarse como ensayo histórico. Cuando uno ha vivido mu­cho, ha estudiado mucho y tiene expe­riencia, debe escribir este tipo de cosas. Ge­neralmente a los historiadores se les exige una disciplina muy rigurosa y sus obras es­tán llenas de citas y documentos. Pero si uno ha estado toda una vida leyendo e in­vestigando, dentro y fuera de Chile, llega un momento en que se tiene una gran canti­dad de cosas en la cabeza. Es como el disco du­ro: se aprieta una tecla y comienza a salir la información. Por eso esto es un ensayo: estoy interpretando la historia de Chile, y no me aflijo por detalles que son una espe­cie de flash noticioso. Por ejemplo, una elec­­ción presidencial o una revolución. Pre­fiero hacer una síntesis de lo que ha pasado, abarcando períodos más amplios”.
Su libro llega al año 2000. ¿Qué opina de la transición, desde el punto de vista his­tórico?
“Es una consecuencia de todo lo sucedi­do anteriormente. Creo que el mérito de la Concertación es haber sabido resumir los úl­timos años de la historia de Chile y sacar lo mejor de todo eso. No se vaya a pensar que estoy haciendo propaganda política. No es eso, sino simplemente que han sido tres gobiernos de éxito, no hay parangón en Chi­le de algo semejante. Primero, de una alianza política que dure tanto, con proble­mas pero que sigue caminando. Y por otro lado, haber hecho un gobierno tan coheren­temente unido desde el primero hasta el ac­tual, que ellos desean que no sea el último. Pero si lo fuera, estos tres gobiernos darían para escribir un tremendo libro de historia, contando una experiencia que tuvo un pro­pósito inicial: terminar con una dictadura que era una vergüenza para el país. Impor­tantísimo fue el gobierno de Patricio Ayl­win, al iniciar los procesos contra las atroci­dades y atropellos a los derechos humanos de la dictadura militar. El de Frei fue un go­bierno típico de un ingeniero, un gobier­no de administración, pero progresista, que permitió echar a andar la parte económica que se ha seguido desarrollando en el go­bier­no de Lagos, pero con énfasis en otro ti­po de cosas, como lo cultural. Apenas lo alcanzo a esbozar en el libro, en un epílogo: puse las cosas más elementales”.
¿Qué pasa con el tema económico?
“Esto lo completé con un artículo publi­cado en Atenea, de Concepción. Se llama: ‘Paradigmas económicos y vaivenes de la historia’. Allí realizo un resumen de la his­toria económica -principalmente de las teo­rías económicas y su puesta en marcha desde 1950- que en el libro está menos deta­llado”.
¿Es Chile un país coherente cultural­mente? Se habla de un proyecto país, por ejemplo. ¿Nos manejamos con muchos mitos?
“No sé si los mitos son tan malos. Creo que sirven mucho a la gente para entender ciertas cosas. El ser humano necesita expli­carse su realidad y cuando no posee cultura suficiente para hacer un análisis crítico, el mito lo sustituye, le da una especie de cohe­rencia. Puede que a veces sirva para que la gente diga tonterías, pero el mito intenta dar una explicación, aunque generalmente sea falsa. Eso después logra ser corregido a través del conocimiento. El mito es sólo una primera etapa del conocimiento. Res­pecto al ‘proyecto país’ de que se habla, Chi­le es una nación que se formó temprana­mente, lo mismo que su Estado. Durante la Colonia quedó reducido a un territorio muy pequeño, no más de lo que hoy es Uru­guay, desde el norte de Aconcagua hasta Concepción, y algunas islas. Esto produjo que la gente se mezclara rápidamente, hubo un mestizaje muy fuerte. Se produjo una co­herencia en todo sentido, tanto de cos­tum­bres como de valores y de actitudes. Eso hizo que Chile lograra ser una nación, en el sentido de que hablamos; eso no le pa­só a otros países de América Latina. Pe­rú, por ejemplo, tiene una cantidad de na­cio­nes dentro de su territorio. No ha podido formar un Estado que funcione. Lo mismo pasa con Bolivia. Chile fue distinto, el mes­ti­zaje fue intenso, a tal punto que hay docu­mentos de la Iglesia Católica de la época que dicen que los españoles estaban mez­clándose con los indígenas y tomando sus costumbres y eso, para la Iglesia, era un pe­ligro. Por lo tanto aconsejaba hacer una evangelización mucho mayor, y pedía la fun­dación de ciudades. En el siglo XVIII se logró un rosario de ciudades, una detrás de otra, pero fueron ciudades en cierto mo­do satélites frente al campo. Cuando llega el 18 de septiembre reaparecen los huasos, el rodeo, la cueca y todo eso, de Arica a Ma­gallanes. Eso significa que Chile desde esa matriz original que era la zona central, una vez que estuvo suficientemente afirma­do, se independizó y formó un Estado. Pegó un estirón hacia el norte y sur. Incorporó nuevas regiones a las cuales chilenizó, y pu­do hacerlo porque tenía una población muy homogénea”.
¿Qué pasa con el Estado chileno? ¿Ha si­do un Estado autoritario, militarizado quizá?
“Chile ha tenido siempre gobiernos au­to­ritarios, es la herencia española, la heren­cia colonial. Los gobernadores de esa época eran pequeños dictadores, con amplios po­deres. Una dictadura ilustrada, no militar. Una dictadura militar nunca será ilustrada. El gobierno autoritario lo restauró Portales. Gobiernos como el de Manuel Montt, que fue muy duro y represivo, no se diferencian en nada, por ejemplo, del de Ambrosio O’Higgins u otros gobernadores: eran go­biernos autoritarios pero civiles. Tenían el ejército pero bien sujeto, y tan sujeto que cuando vino la rebelión contra Balmaceda, que era un ultra autoritario, el ejército es­tuvo al lado del presidente. Los revolu­cio­narios tuvieron que organizar un ejército con los rotos de la pampa del salitre. Así fueron capaces de derrotar al ejército que había derrotado al Perú y Bolivia. Todos los gobiernos de Chile han sido, en general, autoritarios. La única época en que el país ha tenido gobiernos democráticos fue desde el triunfo del Frente Popular, en 1938, hasta el año 1970. Período breve, pero se ejerció una democracia tan amplia que atrajo a Chi­le a medio mundo. Se llenó de extranjeros que escapaban de las dictaduras de sus paí­ses, vinieron muchos intelectuales. En los años 40 y 50, Chile vive una libertad con­trolada por nosotros mismos. Había mucho debate, incluso en la vía pública. Eramos más abiertos. Hubo manchas, como la Ley de Defensa de la Democracia y otras, pero predominaba lo positivo. Gobiernos como los de Pedro Aguirre Cerda son un lujo, una joya”.
Usted aborda la guerra civil de 1891, donde hubo crueldad por parte de los ven­ce­dores, cosas que salen muy poco en los textos para estudiantes. ¿Cree que si esto se enseñara tal como sucedió, podría con­tribuir a formar mejores ciudadanos?
“La crueldad ha sido inherente a este ti­po de sucesos. En la misma Independencia hubo cosas muy censurables. Por ejemplo, se fusiló a un realista acusado de traición y O’Higgins ordenó que el hijo del sentencia­do -que tenía seis años- presenciara el fusi­lamiento. Eso es de una crueldad inaudita. Muy prócer será, pero estas cosas no deben ocultarse. Y ningún historiador lo cuenta. El año 1891 fue un desborde terrible, la so­ciedad se dividió (tal como en 1973) en dos bandos irreconciliables y cada uno trataba de hacer al otro el mayor daño posible. El sa­queo estaba dirigido por el Partido Con­servador. Sus dirigentes encabezan las tur­bas saqueadoras. Incluso, tiempo después, la madre de Balmaceda, que se quedó en Chi­le, fue escupida por una señora a la en­trada de la Catedral, lo que la motivó a exi­liarse en Buenos Aires, que había acogido a muchos chilenos”.
Cada vez que pasan estas cosas vienen períodos de reconciliación. ¿Cómo ve us­ted el actual proceso de reconciliación?
“Creo que la única forma para que se dé la reconciliación es que pase el tiempo. Aun­que es difícil asegurarlo, puesto que los involucrados, más una o dos generaciones posteriores, nunca se pondrán de acuerdo. Las cenizas del olvido siguen ardiendo”.
Manuel Rodríguez decía que el chileno era un imitador de baja calaña y que nece­sitaba una bota encima para funcionar. Al­gunos creen que esas características se man­tienen, ¿qué cree usted?
“Sin duda que en esa época, por las razo­nes mismas del desarrollo del país, podría aceptarse ese tipo de afirmaciones. No aplau­dirlas, pero sí decir, bueno esto es cier­to. Pero han pasado 200 años, y en ese tiempo este país ha progresado mucho. Por ejemplo, la vieja oligarquía mantuvo al pue­blo sin que participara en nada. Pero co­menzaron las huelgas y se abrieron espacios de participación. El mayor problema del país quizás sea no tanto la falta de evolu­ción en sus costumbres, sino falta de educa­ción. Si se diera una educación de calidad, este país podría llegar a ser fantástico, fun­cionar muy bien y nunca más sucederían las cosas que nunca debieron ocurrir. Lo que pasa es que cada ciertos años viene una especie de erupción. En mi caso, nací en los años veinte y después me tocó esa cosa horrible de los setenta, que espero no vuel­va a ocu­rrir jamás”

ALEJANDRO LAVQUEN

Volver | Imprimir | Enviar por email

 

[ Chile - Santiago ] Punto Final S.A. San Diego 31, of. 606   |    E-mails: Dirección | Webmaster