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Olor a sangre en
la derecha
Esa vieja costumbre
de la puñalada trapera
Acomienzos de los años 80, tras una dura batalla desde el decanato
de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Concepción
en contra del rector Guillermo Clericus -un oficial de ejército
en retiro que dirigía las huestes nacionalistas de la zona-, Joaquín
Lavín fue exonerado. El joven economista había recibido
fuerte apoyo del naciente gremialismo local, encabezado por los alcaldes
de Concepción, Penco, Tomé y Chillán. Otro poderoso
respaldo le había entregado el diario El Mercurio, muy interesado
en desbancar al rector Clericus y consolidar la influencia de los gremialistas
en la región.
Alvaro Bardón, Jovino Novoa, Juan Francisco Folch, Andrés
Passicot y Sergio de Castro, entre otros, monitoreaban desde El Mercurio
los pasos de Lavín. Tras la derrota, se le ofreció trasladarse
a la capital y hacerse cargo del nuevo cuerpo “Economía y
Negocios” de ese diario.
En los años siguientes, Lavín aprendería muchos de
los secretos del poder político y económico, conocería
a fondo los vericuetos de la manipulación mediática y debutaría
en los salones más restringidos de los poderes fácticos.
Casi veinte años después, transformado en la última
y gran esperanza de esos mismos poderes fácticos para llegar a
La Moneda, Lavín no ha trepidado en descabezar a los dos partidos
de la derecha como única forma de someterlos y alinearlos en torno
suyo.
En esta operación contó con el entusiasta apoyo editorial
de El Mercurio y La Tercera, que desde hacía meses le insistían
en la imperiosa necesidad de poner orden en RN y la UDI, partidos que
se estaban transformando en verdaderas montoneras enardecidas por las
disputas de sus máximos dirigentes.
Lo más sorprendente, sin embargo, es que Lavín haya elegido
asociarse con Andrés Allamand, el hombre que hasta hace muy poco
era visto como un franco adversario de los mismos poderes fácticos
que hoy lo bendicen.
Transformado en una especie de hijo pródigo que vuelve al redil
del cual nunca debió haberse apartado, Allamand blandió
los cuchillos sin que le temblara la mano para clavarlos en las espaldas
de amigos y enemigos.
En menos de una semana, Allamand consiguió lo que nadie había
podido realizar en meses de reyertas y disputas intestinas. Con su teléfono
celular en ristre, filtró datos, se paseó por los noticieros
centrales de la televisión y se mantuvo en reuniones casi permanentes,
moviendo los hilos de los hasta más ínfimos detalles.
Al final, mientras Sebastián Piñera y Pablo Longueira tragaban
con dificultad el amargo sabor de la derrota, Allamand -muy serio- posaba
para los fotógrafos en los salones de la Municipalidad de Santiago
junto a Joaquín Lavín y los nuevos samurais elegidos para
los próximos combates.
En la UDI, en tanto, los integrantes del núcleo fundamental decidían
poner a la cabeza del partido a su hombre más duro, a Jovino Novoa,
el dirigente que mayor confianza otorga también a Agustín
Edwards Eastman, el poderoso dueño de El Mercurio. Su designación
fue realizada entre cuatro paredes, mostrando sin pudores que la democracia
interna del partido y el parecer de los militantes, les importa un rábano.
Más abajo, en la calle Antonio Varas, en la sede de RN, mientras
repetían la palabra “traición”, los piñeristas
empezaban a reunir firmas para convocar al Consejo General del partido
en un desesperado intento por revertir la renuncia de la directiva y arrinconar
a la disidencia interna, conformada principalmente por los diputados y
senadores del partido.
Sólo 48 horas antes, Sebastián Piñera había
asegurado a la radio Cooperativa que era un “duro de matar”.
Ahora, con el puñal de la traición en la espalda, no lograba
explicarse la verdadera dimensión de lo ocurrido. Incapaz de reconocer
los efectos de sus obsesiones, de medir las consecuencias de su arrogancia,
Piñera lamía por enésima vez sus heridas.
La drástica cirugía efectuada por Lavín y Allamand
contenía, además, el lacerante dolor de lo público,
de lo transmitido en directo por la televisión y la radio. Pudo
haberse hecho con sigilo, apelando a los calmante y paños tibios,
pero se optó por la plaza pública, por la guillotina y los
edictos reales. Pocas veces la derecha había asistido a un espectáculo
similar.
Lo que se viene
La principal interrogante de esta nueva forma de jugar ajedrez político,
donde se entregan las torres y se sacrifican los caballos, e incluso se
puede patear el tablero, es saber si el candidato de la derecha tiene
alguna posibilidad de triunfo sin el apoyo entusiasta de sus partidos.
Requiere todos los votos que consiguió en enero del 2000, más
otros 500 mil que nadie hasta ahora se atreve a asegurar de dónde
saldrán.
Lavín necesita que las bases piñeristas de RN recorran campos
y ciudades, se sumen a los puerta a puerta, peguen afiches y carteles,
repartan volantes y chapitas, en fin, hagan las mil y una tareas del proselitismo
político. En el Consejo Nacional de RN, programado para el próximo
3 de abril, podrá medirse el barómetro real del entusiasmo,
si es que existe. ¿Qué ocurrirá si un sector de la
militancia de RN no está dispuesto a dejarse pasar la aplanadora
lavinista? ¿Qué pasará si el piñerismo decide
no arriar sus banderas?
Más arriba, en la calle Suecia, en casa de la UDI, los fantasmas
de las sospechas empezaron a rondar en las oficinas de algunos dirigentes.
¿Representa Lavín las verdaderas aspiraciones del partido?
¿Cuáles son las reales pretensiones de Andrés Allamand?
¿Cuáles serán los criterios que emplearán
los samurais para confeccionar las listas de los candidatos a alcaldes
y concejales? ¿Y las listas parlamentarias? ¿Se podrá
empeñar con Lavín y sus adláteres el futuro de RN?
Hasta ahora, la candidatura de Lavín se ha sostenido en su figura
mediática, sin ideas, con pocas palabras, entre sonrisitas bonachonas,
piscinitas de plástico y monitos de nieve. La carne, la sangre,
las neuronas, las han aportado RN y la UDI. Son figuras como Piñera
y Longueira los que han puesto el jugo, la sal y la pimienta. Sin ellos,
Lavín no existe.
Pablo Longueira, uno de los dirigentes políticos más brillantes
que ha parido la derecha chilena, levantó a la UDI a alturas que
nadie hubiese sospechado. Sus métodos, considerados “estalinistas”
por algunos, propios de un fanático, por otros, pusieron a su partido
a la cabeza de la tabla, en el número uno, mordiendo pedazo a pedazo
el ropaje de la Democracia Cristiana.
A los 47 años, Longueira y sus más cercanos, casi todos
de su misma generación, pueden conseguir en pocos años el
plus que les falta para llegar al gobierno, sin recurrir a los poderes
fácticos ni a los bolsillos de los grupos económicos. En
ese camino, Lavín y sus gestores sólo son una estación,
un atajo, una variante en un mapa trazado hace bastante tiempo.
Sebastián Piñera, por su parte, es como un mono porfiado.
Lo botan y se vuelve a levantar más energizado y más dispuesto
a reemprender la ruta que lo lleve a La Moneda.
Y Andrés Allamand, de anchas y curtidas espaldas llenas de cicatrices,
que volvió del desierto político, lanzó por la ventana
sus viejos discursos, quemó libros y rompió doctrinas, se
sacó la corbata y decidió sentarse a la diestra de Dios
padre, esperando ser bendecido otra vez por quienes alguna vez se atrevió
a desafiar. Sólo esa senda le permitirá beber nuevamente
del cáliz prohibido.
Cada uno puede elegir su propia ruta, pero en esta pasada -la que llevaría
a Lavín a La Moneda- todos se necesitan. Saben que sólo
de esa manera tienen una oportunidad. Por ello, lo más probable
es que veamos a Longueira como el encargado territorial de la campaña;
a Allamand en el diseño logístico y estratégico;
y a Piñera, en cualquier otra faena donde su proverbial empuje
pueda dar frutos.
Afilando
los cuchillos
El otro escenario, que tampoco puede ser desestimado, supone que no se
envainen los cuchillos. Es más, que se desentierren hachas y camorras,
y veamos en tres o cuatro semanas una nueva gran batalla, más demoledora
y sangrienta, donde se sepulte definitivamente la candidatura de Lavín,
se reformulen las alianzas y se empiece a buscar nuevo candidato.
Esta posibilidad, remota pero probable, significaría que de una
vez por todas la militancia de RN se haga trasparente; es decir, que los
llamados “disidentes” o lavinistas, se vayan de una vez por
todas a la UDI y que se manifieste sin ambages el carácter liberal
de RN, impuesto en sus inicios por la desaparecida “patrulla juvenil”.
Renovación Nacional cuenta con militantes que nada tienen que ver
con la UDI, que se resisten a ser fagocitados por sus socios y que son
cotidianamente presionados por los fantasmas de la candidatura de Lavín.
No es una casualidad que Sebastián Piñera se ubique en el
segundo lugar en las encuestas de popularidad de la derecha y en quinto
a nivel general. Quienes le siguen saben claramente que votó por
el No en el plebiscito de 1988 y que se ha ido alejando paulatinamente
del pinochetismo tradicional. El y varios de sus más cercanos representan
un tendencia mucho más próxima a los liberales de la Concertación
que al conservadurismo y clericalismo de la UDI y del Opus Dei.
Claramente RN podría transformarse en un partido bisagra que jugase
un rol clave a la hora de las alternancias en el poder y que consolidara
sus bases en ciertos ámbitos productivos, empresariales y académicos.
Cuesta mucho imaginarse, en la eventualidad de que Lavín llegue
a La Moneda, cómo se realizaría la repartición de
cargos. El candidato ha dicho que sus decisiones serán suprapartidarias,
pero al mirar a sus samurais queda muy claro que no podrá sustraerse
ni a los poderes fácticos ni a las cuentas que le pasará
la UDI
MANUEL SALAZAR
El nuevo Allamand y su “patrulla”
El pragmatismo
parece ser el nuevo factor que mueve a Andrés Allamand. Tras su
regreso de Estados Unidos, se asoció con Jorge Schaulsohn para
explorar las posibilidades que por estos días da el negocio de
hacer lobby. Paralelamente, se hizo cargo del decanato de la Escuela de
Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, cuyo rector es
Andrés Benítez Pereira y donde se aglutinan personajes tan
variopintos como Sergio Melnick, José Joaquín Brunner, Claudio
Orrego, Eugenio Tironi, Lucía Santa Cruz y el mismo Jorge Schaulsohn,
entre otros.
Es, además, consultor del Banco Interamericano de Desarrollo, miembro
de la junta directiva de la revista Foreign Affairs y profesor visitante
de la Georgetown University. Ha prestado servicios profesionales a entes
tan diversos como la Asociación de Isapres o a la empresa Los Silos
de Nazareno, uno de cuyos propietarios es Max Marambio.
Caballero como es, durante su último viaje a Cuba, Allamand se
dio tiempo para visitar a Gladys Marín, en pleno tratamiento para
frenar la malignidad de un tumor cerebral.
En enero, fue invitado a incorporarse al selecto grupo de los samurais,
los asesores más directos de Joaquín Lavín en su
tránsito hacia La Moneda.
Reconstruyendo confianzas desde hace varios años, sólidamente
respaldado por las familias Matte e Ibáñez, con amigos en
todos los vericuetos de la política nacional, experto en el manejo
de los medios de prensa y muy querido y respetado hasta ese momento en
las bases de Renovación Nacional, Andrés Allamand fue tocado
una vez más por la varita mágica que lo llamaba de regreso
a las “grandes ligas” del protagonismo público.
Así como su socio Jorge Schaulsohn desea ser alcalde de Santiago
y desde allí saltar a una eventual carrera hacia la presidencia
de la República, Allamand decidió tomar posiciones al lado
de Lavín para ayudarlo a ordenar el muy mal barajado naipe de su
candidatura.
Demoró menos de un mes en convencerse de que el problema central
consistía en la creciente hostilidad entre los presidentes de RN
y la UDI, Piñera y Longueira, desbocada desde que la diputada Pía
Guzmán se atrevió a decir que dos senadores de la tienda
de calle Suecia estaban involucrados en la red de pedofilia que manejaba
el empresario Claudio Spiniak.
“Locomotora” Piñera estaba fuera de control, al igual
que Pablo Longueira, motor central de la UDI. La posibilidad de una colisión
frontal amenazaba con arrastrar a los dos partidos a una debacle de impredecibles
consecuencias y sepultar de golpe la candidatura de Lavín.
Allamand recibió luz verde de los poderes fácticos, afinó
con el candidato presidencial los últimos detalles y lanzó
una rápida y demoledora ofensiva para restablecer el orden en los
dos díscolos partidos.
El paso siguiente será explicarle a los militantes de RN por qué
hizo lo que hizo y conseguir en el Consejo General del 3 de abril que
el partido le entregue su respaldo y elija una nueva directiva, funcional
a las tareas por hacer. Luego, junto a los nuevos samurai, deberá
conseguir el mayor equilibrio posible en las listas de los candidatos
a alcaldes y concejales, para evitar que resurjan las desconfianzas y
los roces entre los miembros de la Alianza por Chile.
Simultáneamente, Allamand deberá abocarse a la reingeniería
del conglomerado y para ello necesitará contar con la confianza
y la colaboración de ambas directivas.
Alberto Espina, Raúl Torrealba y Sergio Romero aparecen como los
hombres claves para recomponer a RN. En la UDI, el puente de plata será
el mismo Joaquín Lavín, quien conoce al nuevo presidente,
Jovino Novoa, desde inicios de los 80, cuando trabajaban codo a codo en
El Mercurio. Novoa es, además, el vínculo más directo
con el pinochetismo, que pese a estar en extinción, cada cierto
tiempo levanta cabeza para exigir pequeñas cuotas de poder.
En no más de dos meses la Alianza deberá lanzar su campaña
municipal. Pronto, entonces, empezarán a llegar los flujos de dinero
para aceitar la máquina electoral. Ese verdadero maná del
cielo aquietará definitivamente los estertores de la batalla reciente
y permitirá enfilar la proa sin otros grandes sobresaltos hacia
los comicios municipales de octubre.
Simultáneamente, Juan Andrés Fontaine deberá abocarse
a la preparación de las líneas programáticas, una
gran falencia de la candidatura de Lavín. Es aquí donde
la derecha deberá decir si va a privatizar Codelco, Enap, TVN,
La Nación y otras empresas públicas; si va a privatizar
por completo la salud y la educación; si va a reducir el Estado
a su mínima expresión y despedir a decenas de miles de empleados
públicos; qué va a hacer con el presupuesto de defensa;
cómo combatirá la delincuencia y frenará el narcotráfico,
etc. Esto es lo que espera Allamand.
No obstante, algunas variables pueden remecer la escenografía y
decorados de la derecha. ¿Qué ocurrirá si Lavín
empieza a caer en las encuestas?
Llegado ese momento, los poderes fácticos, los partidos de la Alianza
y hasta los más entusiastas partidarios de Lavín, mirarán
a su alrededor en busca de otro candidato.
Y allí estará Andrés Allamand, dispuesto a sacrificarse
para impedir un cuarto gobierno de la Concertación, o simplemente
para decir que está disponible para el 2009, quizás al frente
de otro conglomerado donde también estén sus nuevos amigos,
como Schaulsohn, Tironi, Brunner y muchos otros. Todos muy liberales y
pragmáticos, por supuesto
M.S.
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