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Oligarquizacion
de la polItica
El “golpe de mano” que impuso a Joaquín Lavín
como líder absoluto de la derecha por sobre los partidos de la
Alianza marca, más allá de las vicisitudes de la pugna entre
Renovación Nacional y la UDI, una expresión extrema de la
oligarquización de la política.
Cada vez más las cosas se deciden y resuelven a espaldas del pueblo
y de los propios militantes de los partidos.
Un grupo de dirigentes ligados a los círculos de poder, al gran
empresariado y a las transnacionales prepara, de este modo, la toma de
la presidencia de la República en las elecciones de diciembre de
2005, aspirando, entretanto, al triunfo en las próximas elecciones
municipales.
La derecha está lanzada a la aventura del control total del país.
Ya domina el Poder Judicial, las fuerzas armadas, la Iglesia, la economía,
los principales medios de comunicación y la mayor parte de la educación
superior. Lo que le falta no es poco, pero está confiada en que
lo logrará.
El plan maestro de la derecha sigue su curso. Longueira y Piñera
dejaron de ser funcionales y fueron, por lo tanto, destituidos. No importó
que los medios no fueran éticos o decentes. Bastó alguna
traición y la acción de quintacolumnistas para obtener el
visto bueno de las directivas respectivas.
En la penumbra quedó el caso Spiniak y los manejos para torcer
las investigaciones judiciales. Los involucrados pueden estar tranquilos.
Incluso uno de ellos, el senador Jovino Novoa, ya es de hecho presidente
de la UDI, en claro desafío a la opinión pública.
Lavín y sus “samurais” tienen como primera tarea armar
-siempre en la sombra- el estado mayor que le dará fortaleza, poder
y, sobre todo, recursos para las campañas electorales. Los cauteladores
de la “moral pública” guardan silencio. Confían
en el olvido y en la manipulación informativa.
Ni siquiera las bases de los partidos pueden hacer valer su opinión.
Son los dirigentes quienes mandan, como delegados de los poderes fácticos.
Se pervierte así aún más el sentido real de la democracia,
y el contenido profundo de la lucha que dio el pueblo para liberarse de
la dictadura militar. Por otra parte, el sistema electoral favorece la
oligarquización a través de parlamentarios que en los hechos
pasan a ser inamovibles, mientras sigan cumpliendo dócilmente el
deslucido papel que se les asigna. El empate político es asumido
y favorecido por la Concertación, sin que importe la creciente
pérdida de legitimidad del sistema político y su distanciamiento
del verdadero sentir del pueblo.
De manera coherente con lo anterior, el gobierno ha reconocido y consagrado
a Lavín como líder de la derecha. Lo ha ungido jefe del
poder que pudiera representar la alabada “alternancia”, que
no parece inquietar demasiado a los círculos gobernantes. La Concertación
ha lanzado así un guante que el alcalde Lavín se ha apresurado
a recoger. Ha declarado que está dispuesto a jugar el papel de
jefe de la oposisión y ha agregado que el presidente Ricardo Lagos
sabe bien que puede contar con su colaboración para iniciativas
de interés común.
Se avecina, por lo tanto, una etapa superior de la llamada “democracia
de los consensos”, que sirvió para acordar el término
de la dictadura y fijar las pautas de una transición interminable
hacia la democracia, que nunca llegará, al paso que vamos. La democracia
protegida -calificada lúcidamente por algunos como semidictadura-
recibe una nueva bendición.
De igual a igual se entenderán el presidente de la República
y el alcalde de Santiago. Entre ambos definirán el rumbo del país
sobre la base de negociaciones que resguardan los intereses en juego,
representados por cada uno de estos supremos árbitros de la política.
La ninguna transparencia y la política manejada en conciliábulos
como un arte hermético operado por un círculo de iniciados,
aleja a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, del interés
por la verdadera política que debe estar al servicio de los intereses
legítimos de las personas y de la mayoría nacional. La desprestigia
y corrompe. Es otro éxito de la derecha que nunca, en Chile, ha
confiado de verdad en el pueblo ni en la democracia. El descrédito
del sistema democrático es una consecuencia directa de la oligarquización
de la política y una ventaja adicional que recogen los poderes
fácticos y sus sirvientes.
Se impone, por lo tanto, hacer claridad sobre el carácter que ha
adquirido el sistema político que nos rige. No para abominar de
la democracia ni para estimular la pasividad y el desencanto. Por el contrario:
la verdad debe servir de acicate para la organización y movilización
del pueblo, real destinatario e instrumento de la democracia y la soberanía,
entendidas como ejercicio del poder y la participación por parte
de sus detentadores
PF
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