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¡Hablemos de plata!
Es llamativo que el candidato de la derecha, Sebastián Piñera, consultado en un programa matinal por su declaración de intereses financieros reaccionara diciendo: “Como decía mi mamá, me parece de mal gusto hablar de plata”. Seguramente la señora Magdalena Echenique, madre del multimillonario político, reprodujo muchas veces este aforismo, muy común en la vieja clase acomodada chilena. Hablar de dinero se considera “de rotos” y de “nuevos ricos”, y por eso se instaló cómo una regla de etiqueta social en el plano doméstico y familiar. En la mesa o en el salón no se debe hablar de dinero porque contamina las conversaciones y relaciones íntimas cotidianas, porque introduce la envidia entre hermanos, cuestiona los criterios de los mayores para distribuir las mesadas y las herencias entre los hijos, y saca al aire temas complicados, como el recuerdo de fortunas mal habidas, viejas disputas judiciales y litigios no resueltos. De esa forma la regla de la mamá de Piñera exige separar los planos: de dinero se habla en las conversaciones de negocios. En la vida social y familiar el protocolo y la elegancia indican que no se debe preguntar cuánto gana una persona, pero tampoco presumir de lo que se tiene. La elegancia habla por sí sola, no hace falta cuantificarla económicamente.
El problema es que esta regla doméstica refleja la profunda esquizofrenia de las oligarquías económicas. Mientras viven en cuerpo y alma para acumular capital, su dinero se convierte en un tema tabú, que debe ser ocultado por un tupido velo a los ojos de los simples mortales. En ese mundo produce vergüenza hablar o pedir información de dinero, incluso les parecería más fácil salir desnudos por la calle que mostrar en público sus cuentas bancarias. Una falta al pudor sexual se perdona, sobre todo si es en Instagram o en Facebook. Hoy en día ninguna celebridad que se precie de tal deja de filtrar sus videos subidos de tono en Internet. Pero hasta ahora ningún famoso o famosa ha filtrado voluntariamente los datos de su información financiera. El secreto bancario se ha convertido en el último misterio metafísico en un mundo desacralizado.
¿Por qué este temor al dinero? Siguiendo la pista a Piñera es fácil darse cuenta del motivo. Mientras la declaración ante Servel del precandidato presidencial de la derecha fue de 600 millones de dólares, la revista Forbes avaluó su patrimonio en 2.700 millones de dólares. Esta diferencia, a juicio de los expertos, se debe a dos factores: la declaración de los bienes inmuebles se hace sobre el valor del avalúo fiscal y no el comercial, que es siempre muchísimo mayor. Y en segundo lugar, la ley electoral no exige a los candidatos declarar sus bienes en el extranjero. Y al respecto esta semana hemos conocido mucha información de forma inesperada. Ciper ha publicado un informe sobre una serie de sociedades en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes Británicas, denominadas con los épicos nombres de Ilíada, Odisea y Eneida. Bajo estos nombres homéricos se esconde una curiosa situación. La Ilíada fue fundada con un patrimonio de un millón de pesos, aportados por los dos hijos del candidato, que aportaron 250 mil pesos cada uno, y por los nietos de Piñera que sumaron otro medio millón. Pero en solo dos meses la Ilíada invirtió 500 millones de dólares en Odisea. Una verdadera Odisea, pensando en que los nietos de Piñera son menores de edad y dependientes de sus padres. A la vez la Eneida, constituida por un monto de 12,5 millones de euros, se incrementó a los pocos días de su constitución a la cifra de 18 millones de euros, y al año siguiente llegó a 30 millones de euros.
¿Cuál es el monto total de la fortuna de Piñera? Al menos sabemos por la revista Forbes que sólo en su primer año de gobierno se incrementó en 100 millones de dólares. Pero lo que puede calcular esa revista no es todo lo que posee el expresidente, ya que no todo su dinero está a su nombre. Seguramente en su familia han tenido el mal gusto de hablar de plata porque buena parte ya está a nombre de sus hijos Sebastián y Cristóbal Piñera Morel, que forman parte del directorio de casi todas las sociedades de inversiones. Esta maniobra, que implica ceder en vida una parte de fortuna familiar tiene varias ventajas: disminuye lo que se declara públicamente antes de las elecciones, no figura en el fideicomiso, que por muy tuerto que sea, dificulta el control inmediato y evita el pago de impuestos a la herencia.
CONVERSEMOS DE LA PLATA DE LOS PARTIDOS
La vieja y mala costumbre de no hablar de dinero también se ha extendido a los partidos políticos. Y en el caso del PS y el PC esta tradición les ha explotado en la cara. Aclaremos que su principal error no ha sido tener dinero, porque esos fondos tienen un origen absolutamente legítimo y transparente. No hay ilegalidad, ni delito, ni recepción de dinero bajo facturas falsas, no hay inversiones en paraísos fiscales, ni nietos de por medio. Ese no es el problema, porque sus recursos provienen de la reparación que se realizó por la confiscación de sus bienes en dictadura.
Cuando estos partidos recibieron estos fondos hicieron algo muy bueno. Hablaron de platas y resolvieron no gastarla en campañas ni en actividades de corto plazo. Establecieron un fondo que permite que estos partidos puedan existir sin necesidad de mendigar a grandes patrones ni mecenas. A diferencia de otros partidos, donde el poder interno equivale al tamaño de la billetera, en estos casos el tamaño de la chequera de los grandes líderes no es un criterio absolutamente determinante. También imperan factores turbios, no cabe duda, pero nadie puede apropiarse totalmente, por la vía del puro dinero, de esos dos partidos. Hasta ese punto tiene razón la comisión de patrimonio del PS cuando sostiene que ese procedimiento le permitió al PS “liberarnos de la tutela del dinero de los poderosos para luchar por el cambio social”. Pero en el caso del PS se licitó la administración de ese fondo, y el dinero se colocó en instrumentos de renta fija en empresas nacionales. No se especuló con acciones de renta variable ni se sacó al extranjero.
El problema partió de ahí en adelante. “Liberados de la tutela del dinero”, al tener fondos propios con los cuales fundar una política autónoma, el PS y el PC dejaron de hablar de platas. Asumieron que era de mal gusto. Y delegando sus inversiones se contentaron con recoger las rentas. Pero el dinero siempre es un asunto político. No se puede delegar su administración tan fácilmente. Lo que hicieron es aplicar la “norma de etiqueta” de las familias encopetadas, hasta que se enteraron por la prensa que esos dineros estaban en empresas privatizadas de forma dolosa por la dictadura, como SQM. Y también había inversiones en sectores estratégicos, como las sanitarias, autopistas y eléctricas, que deben ser fiscalizados por militantes del PS, lo que podría implicar conflictos de interés y traspasos ilícitos de información.
En el caso del PC la inversión en propiedades inmobiliarias le salvó de estos conflictos de interés inmediato, pero tampoco se ha escapado del cuestionamiento público a raíz de algunas ventas apuradas de propiedades debido a las exigencias de la nueva ley de partidos, que obliga a que al menos dos tercios de los inmuebles de propiedad partidaria sean destinados a la actividad orgánica interna y no a la obtención de rentas. Recordemos que las inversiones inmobiliarias del PC no han estado libres de polémicas, por ejemplo, con la inmobiliaria Libertad, que controló la Universidad Arcis antes de su quiebra.
CONTRA EL PAPANATISMO MORAL
Estamos en tiempos en los que impera la indignación moral. Y hay bastante razón para ello. Cada día la prensa se dedica literalmente a producir escándalos, y los candidatos les ayudan cruzando información de sus contrincantes. Mientras más corrupto se es, más necesidad de enlodar a los rivales. Por eso, si bien la indignación está justificada, tampoco hay que pasarse al otro lado y car en el papanatismo moral. El diccionario define como “papanatas” a una persona “que es excesivamente simple, excesivamente crédulo o que se asombra por cualquier cosa”. El papanatas no discierne, no distingue, se traga las noticias falsas (que ahora llaman fake news) en las redes sociales. Mete todo en un mismo saco.
Bajo la dictadura, Pinochet usaba la estrategia de hacer equivalente la violencia del régimen, de carácter industrial, sistemática, a manos de los agentes del Estado, con la pequeña violencia de la resistencia armada a esa gran violencia. El papanatas hacía equivalente las dos cosas y se indignaba contra la violencia “venga de donde venga”, sin ponerse en el papel de los que se defendían en las poblaciones o trataban de responder al poder del dictador con un arma en la mano. Hoy hay que evitar una reacción similar. El papanatas cree que es equivalente tener dineros de dudoso origen a nombre de los nietos en un paraíso fiscal, que tener inversiones de origen transparente y a plazo fijo en el propio país.
Ojalá el PS y el PC hubieran hablado más de dinero. Ojalá hubieran invertido en medios de comunicación, ya que como observó Ernesto Aguila, el grueso de sus recursos provinieron de la indemnización por la confiscación de la radio Corporación y del diario Ultima Hora. Pero convengamos que no es lo mismo que lo que hace Piñera. Personalmente ahorro cinco mil pesos al mes en un fondo mutuo. Seguramente esa pequeña inversión está colocada en empresas y rubros en los que no desearía invertir, tal vez en SQM, en forestales, o en empresas de Donald Trump. No lo sé, ni tampoco puedo saberlo. Tengo responsabilidad por tener ese dinero ahí, en un banco. Pero eso no me convierte en Piñera. Lo que nos ayudaría, al PS, al PC, y a mí con mis modestas cinco lucas mensuales de ahorro, es que exista una banca ética y certificada, que trabaje el dinero con fines adecuados, que genere rentas, pero a partir de pequeñas empresas productivas, idealmente cooperativas, vetando las inversiones en empresas contaminantes, explotadoras y en grupos criminales como los del mismo Sebastián Piñera. La buena noticia: hoy existe un proyecto de banca ética de esas características en Chile, que podría empezar a operar en 2020 o 2021. Valdría la pena conocer esta idea, pero ese sería el tema de otro artículo. Por eso mejor no hablemos más de plata, que es de muy mala educación.
ALVARO RAMIS
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 876, 26 de mayo 2017).
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