Punto Final,Nº 850 – Desde el 29 de abril al 12 de mayo de 2016.
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Esa sonrisita…


Este Papa tan moderno que tenemos ahora, ha dicho que el infierno no existe. Pero no es cierto, claro que existe. Lo sé perfectamente por información privilegiada que me han dado. En contraposición a los paraísos fiscales, se llama infierno fiscal. Lo que dice el Papa es por ganar adeptos, pura demagogia argentina.
Y esto lo afirmo a propósito del ex presidente que acaba de morir. No tengo ningún escrúpulo en hablar mal de los muertos que se lo merecen, porque lo que es justo es justo. Sé que él se ha ido derechito a ese infierno que sí existe.
A Aylwin no lo conocí personalmente, gracias a dios y la virgen santísima. Pero conocí sus actuaciones políticas. Pues bien, durante el gobierno del presidente Allende, este caballero era el jefe de la Democracia Cristiana. No sé si en los hechos el que mandaba era Frei o él, pero él ponía la cara, siempre con esa sonrisita hipocritona. Salvador Allende trató de llegar a un acuerdo con esa gente, pero no lo logró pese a su buena voluntad, porque don Patricio y otros se opusieron. ¿Y por qué se opusieron? Porque sabían que nunca iban a ganar unas elecciones, entonces querían derribar al gobierno constitucional por la fuerza. Y no era la fuerza de ellos, porque no la tenían, sino la fuerza de los milicos respaldada por los yanquis.
A lo mejor se equivocaron sobre el alcance del golpe, como nos equivocamos muchos. Pero claro, cuando se vio que estaban bombardeando La Moneda -un blanco civil lleno de gente- y que se había bombardeado Tomás Moro -la residencia del presidente y de su familia-, no había lugar a equívocos. Se entendió de inmediato cómo venía la mano: un golpe bestial que no trepidaba en cometer crímenes de guerra y lesa humanidad. ¿Y don Patricio se espantó, se horrorizó acaso? No, nada de eso. Siguió con su sonrisita y se sobó las manos de satisfacción porque pronto les iba a caer el poder a él y a su partido.
Mal cálculo, porque sólo les cayó el descrédito universal, el repudio y el asco de toda la gente de bien de este mundo. Pero ellos no se espantaron y siguieron apoyando a la dictadura durante mucho tiempo. Sabía el ex presidente fallecido todo lo que pasaba: muertos, asesinatos a mansalva, torturas horrorosas, desaparecimiento de personas. Incluso de personas que él conocía. ¿Cómo no iba a saberlo, si la opinión pública mundial estaba perfectamente informada? ¿Acaso él era una persona ignorante y falta de información? Por supuesto que no. Hasta algunos dirigentes de su partido y respetables y valientes miembros de su propia familia protestaron y ayudaron a las víctimas. Hasta la Iglesia Católica formó la Vicaría de la Solidaridad. Pero él, tan creyente que se decía, hizo oídos sordos, se portó como un… bueno, no voy a meter garabatos aquí, no por respeto a él sino por respeto a los lectores.
Y durante los 17 años de la dictadura no se destacó por atacarla y reprobarla, como hicieron otros, incluso el propio Eduardo Frei Montalva, a quien la dictadura asesinó. A don Patricio no le tocaron un pelo ¿para qué?
 Y cuando vino el momento de la transición, ahí estuvo él, siempre con la sonrisita un poco bobalicona. Y se ganó el premio: la candidatura a la Presidencia de la República. Yo no estaba en Chile, gracias a dios y a la virgen santísima otra vez, por lo tanto no tuve que votar por él.
¿Y qué hizo cuando fue presidente? Lo primero de lo primero: burlar la Constitución del propio Pinochet y darles el cobre a los gringos, a las empresas transnacionales. Ni los milicos se habían decidido a hacerlo, pero él lo hizo feliz de la vida. Y eso tiene un nombre muy feo que tampoco quiero estampar aquí. Este señor a quien ahora todos rinden homenaje, lo traicionó todo. Que me perdonen sus parientes, pero una tiene que decir la verdad.
Y da vergüenza ajena ver las fotos en que aparece al lado de Pinochet, muy sonriente. ¿Tenía que aguantar al ex dictador? Quizás, pero no tenía que darle la mano ni tratarlo amablemente. La figura de Pinochet es emblemática del mal en el mundo entero. Emblema de la traición, de la cobardía, de la sinvergüenzura, en fin de todo lo peor y lo más despreciable que puede haber en este mundo. Por lo tanto, ninguna persona de bien podría darle la mano ni mirarlo sin asco. Y sin embargo don Patricio lo hizo y lo hizo muy a menudo.
Al parecer, este señor pidió perdón alguna vez por sus “errores”. Pero esos pedidos de perdón -muy de moda- no sirven para nada. A los delincuentes comunes no se les acepta que pidan perdón y ahí se acaba todo. No, señores, la sociedad siempre ha exigido el castigo justo a los culpables, porque la impunidad es inmoral. En este caso no habrá castigo en vida, pero sí el castigo implacable de la historia.

Margarita Labarca Goddard

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 850, 29 de abril 2016)

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