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Partidos en la Izquierda
La cultura neoliberal está modelada para que sus beneficiados sean los poderosos, sus sostenedores y administradores. Aquí no hay lugar para los débiles ni los pequeños.
A menos que algún débil y pequeño se cambie de bando, como sucedió con el Partido Comunista, cuyos primeros y estériles intentos por utilizar los intersticios que dejaba el ordenamiento político solo sumó derrotas y contribuyó a una aguda sensación de fracaso.
La suma de derrotas electorales de la Izquierda en todos sus tonos y matices la han empujado a la peligrosa costumbre de perder. A sentirse mejor en el fracaso. Como que a la Izquierda le gusta la derrota: ganar implicaría mucha responsabilidad. En ese contexto, la irrupción de movimientos que han sido capaces de permear el rígido estado de cosas al extremo de modificar la agenda política de todo el equipo de administradores y sostenedores del régimen, han hecho su trabajo ajenos al impulso o control de los partidos políticos y del calendario que imponen las elecciones.
En la lógica de los partidos, la irrupción desordenada, caótica, irrespetuosa y suelta de cuerpo que apareció con las grandes movilizaciones, imposible de ser controlada por aparatos orgánicos, las transformaba en resueltos competidores de esas máquinas, en las que el control lo es todo.
Una de las lecciones fundamentales del periodo de la generalizada rebelión estudiantil, y de las comunidades agredidas por el seudodesarrollo que impulsa el sistema, afectadas por la sequía creada por las mineras, envenenadas por metales pesados y las chimeneas o por el abandono por parte del Estado, fue la inutilidad de los partidos políticos para controlar a la chusma y capitalizar su energía.
El descalabro del modelo empujado por la corrupción generalizada que llega hasta el entorno presidencial, ha creado un explicable rechazo de la gente común a esas máquinas del acomodo y del pituto.
Sin embargo, cosa rara, numerosos colectivo de gente con un pasado reconocidamente de Izquierda, y que jugaron relevantes roles en las notables movilizaciones de hace algunos años, levantan extravagantes iniciativas que buscan constituirse en partido político.
Respetando el derecho de cada cual respecto de lo que se quiera, nos permitimos decir que nada tan alejado a la contribución a la unidad, como crear un partido. Para decirlo en breve, por su propia naturaleza, los partidos los conforman gente que piensa más o menos parecido, de modo que cada vez que hace eclosión una de esas iniciativas, aumenta en un grado la dispersión de la Izquierda, que ya no es lo homogénea que alguna vez fue. O que parecía serlo.
Un partido encapsula a los sectores que lo impulsan. Los deja atados a sus consignas y definiciones que no son las de todos, ni siquiera de muchos: requieren ingentes recursos tanto humanos como financieros, se deben someter a una legalidad que no permite sino cosechar escuálidas votaciones, para que luego, siempre ha sido así, tengan que rehacer el mismo camino para su reinscripción. Peor aún, legitiman un sistema que está hecho para la exclusión.
Da la impresión que en los colectivos y movimientos que intentan transformase en partidos hay una lectura corta respecto del rol de los movimientos sociales. El rol de la gente movilizada en los últimos años contradice la necesidad de los partidos tal y como se conocen: para el efecto de alimentar la crisis del sistema no han sido necesarios.
Otra cosa muy distinta es la necesidad de politizar a la gente emputecida. Y muy otra es construir un movimiento social que tenga conciencia de su enorme capacidad transformadora en la medida que haya quienes se propongan transformar la fuerza social aconchada en el pueblo, en una fuerza política capaz de enfrentarse al sistema.
Consideramos que la energía de la Izquierda con todos sus atributos y defectos, diversa, anómica, anémica, desgastada, incoherente, ilusa, inorgánica, anárquica, ultra, moderada, debe estar concentrada en transformar en expresión política ese cansancio que se advierte en el seno del pueblo y que aún no logra expresarse en términos políticos. De haber un desafío para la Izquierda, está en esa contradicción.
A menos que se opte por el camino corto.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 850, 29 de abril 2016)
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