Punto Final, Nº790 – Desde el 27 de septiembre hasta el 10 de octubre de 2013.
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Neruda murió en septiembre

Cuánto ha pasado desde entonces
Cuánta sangre sobre la sangre
Cuántas luchas sobre la tierra.
…………
Parecía hundirse la tierra
Pero la lucha permanece.
(Canto General)

 

 

Pablo Neruda murió el 23 de septiembre de 1973, doce días después de Salvador Allende, su camarada y amigo presidente de Chile muerto en La Moneda en medio de las llamas provocadas por el bombardeo de los aviones de la Fach luego de horas de combate. Las muertes de Allende y Neruda se cruzan en esos días dramáticos como durante muchos años sus luchas compartidas junto al pueblo por su liberación. Sus nombres se constituyeron de inmediato en símbolos de lealtad y esperanza.
Desde antiguo se ha dicho que la muerte es siempre una sorpresa, aunque se la esté esperando. En lo más profundo de la condición humana se aferra el ansia de vivir. Neruda, en la clínica pensaba que todavía necesitaba tiempo. Tenía decidido viajar a México, invitado por su presidente para seguir viviendo y combatiendo. Hacía pocas horas, ese 23 de septiembre, que había revisado las últimas páginas de sus memorias, escritas sobre la marcha para denunciar lo que había sucedido y destacar la grandeza heroica de Allende.
Desde el golpe todo había sido una pesadilla. El cáncer que lo afectaba no le daba tregua. Su salud empeoraba aunque trataba de disimularlo. El impacto del golpe había sido enorme. Supo de la muerte de Allende en su casa de Isla Negra, donde pasaba la mayor parte del tiempo en cama. Todo se había enredado. Había sufrido un allanamiento y era evidente que un agravamiento de su estado no podría ser atendido con éxito. La zona estaba rigurosamente vigilada y con estricto toque de queda. El jefe de la represión era entonces un poco conocido coronel de ejército, Manuel Contreras, que se había anticipado convirtiendo el cuartel de ingenieros militares de Tejas Verdes en un centro de tortura. Seis dirigentes que habían intentado alguna resistencia habían sido fusilados en esos días. Neruda decidió viajar a Santiago junto a Matilde para internarse en la Clínica Santa María.
En el camino fue interceptado por soldados que revisaron la ambulancia y lo trataron duramente. Los médicos constataron que el enfermo había empeorado.
Los últimos meses habían sido angustiosos. La crisis política, que se había complicado a fondo con el paro de octubre de l972, había sido superada por el momento. Altos oficiales de las FF.AA. y Carabineros habían entrado al gabinete ministerial con el comandante en jefe del ejército Carlos Prats a la cabeza, como ministro del Interior. Se trataba de estabilizar la situación y asegurar la normalidad de las elecciones parlamentarias de marzo, que a esas alturas pasaban a ser decisivas porque se jugaba un quórum que podía permitir la destitución del presidente de la República.
Venciendo las penurias de salud, Neruda se empeñó a fondo en el apoyo al gobierno. En Francia el Premio Nobel no lo había distraído de sus funciones de embajador que participaba en las gestiones sobre la renegociación de la deuda externa bloqueadas por Estados Unidos, y luchaba contra los embargos del cobre chileno planteados por las compañías yanquis y ahora, renunciando al cargo de embajador, podría ayudar en su propia tierra a la revolución en peligro.
Recién llegado a Chile fue homenajeado en el Estadio Nacional con una concentración presidida por el general Prats, que era en esos días vicepresidente de la República por ausencia de Salvador Allende, que había viajado a Naciones Unidas. Neruda agradeció el homenaje y aprovechó para expresar su temor ante un enfrentamiento entre chilenos. Recordó la guerra civil española: “He visto exterminarse a los hombres que nacieron para ser hermanos, los que hablaban la misma lengua y eran hijos de la misma tierra”, dijo y agregó: “Por eso quiero pedir a los chilenos más cuerdos y humanos que se ayuden entre sí para poner camisa de fuerza a los locos y a los inhumanos que quieren llevarnos a una guerra civil”.
Neruda por cierto colaboró en la campaña electoral que favoreció al gobierno con una votación que descartó una posible destitución de Allende por el Congreso. Desde marzo de 1973, se centró en el libro Incitación al nixonicidio y alabanza de la Revolución Chilena. Era un ataque feroz que denunciaba los planes genocidas de Nixon en Vietnam y su agresión encubierta a Chile. El libro circuló en pocos días en decenas de miles de ejemplares. También se preocupó de que la editorial Quimantú hiciera una nueva edición de Canción de gesta, el primer libro de poesía en homenaje a la Revolución Cubana, aparecido en 1959. Entretanto, seguía preocupado por los siete libros de poesía que había acordado publicar con la editorial Losada con motivo de sus setenta años, que cumpliría en 1974. A petición del presidente Allende se aprovecharía también para realizar un gran encuentro internacional de intelectuales y artistas en solidaridad con Chile y su proyecto de cambio democrático al socialismo.
Ya no había tiempo. Desde la clínica se oían disparos. Las noticias que se filtraban eran terribles. La guerra civil había empezado, pero en circunstancias mucho más adversas. El pueblo no tenía armas ni organización militar, y los “soldados de Chile una vez más habían traicionado a Chile”, como escribió angustiado. El terror se extendía por todas partes. Pensaba en la muerte y volvían a su memoria versos como esos de la Residencia, en que decía ver a veces “ataúdes subiendo el río vertical de los muertos/ el río morado/ hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte/ hinchadas por el sonido silencioso de la muerte”.
Se alternaban momentos de lucidez y penumbras, los dolores aumentaban y también los calmantes. Así entró Neruda a las sombras. Creyó al principio que era un sueño liberador. Después ya no fue más.
Desde la muerte no supo de las peripecias de su funeral. Tampoco de los pocos cientos de valientes que llevaron su cuerpo a una tumba prestada. Que desafiaron el miedo y la desolación, entre las amenazas y las armas desplegadas por los soldados mandados por oficiales fascistas. Ni supo desde la muerte que su nombre había sido coreado en el cementerio junto al de Allende como tantas veces antes.
La lucha comenzaba nuevamente.

HERNAN SOTO

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 790, 27 de septiembre, 2013)

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