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Emulo de Pinochet aterroriza a Egipto
GENERAL Abdel Fattah al-Sisi: en la senda del terrorismo de Estado.
El pasado 4 de julio, el día después del golpe militar en Egipto que derrocó al presidente Mohamed Morsi, el Wall Street Journal editorializó: “Los egipcios deberían sentirse afortunados si sus nuevos generales gobernantes resultan ser del mismo molde de Augusto Pinochet, en Chile, que tomó el poder en medio del caos pero que arrendó los servicios de reformistas libremercadistas y provocó el nacimiento de una transición a la democracia”. Parece que el diario de los negocios estuviera expresando sus deseos.
Las primeras acciones del líder de facto del golpe de Estado, el general Abdel Fattah al-Sisi se parecen mucho a las de Pinochet. La represión brutal, con un saldo de muertos civiles que supera los mil, el toque de queda decretado en las principales ciudades, la cárcel y el asesinato de periodistas, la discrecionalidad otorgada a las fuerzas de seguridad, las detenciones de incontables miembros de la oposición y la demonización y difamación de sus adversarios, son acciones que indican que la supuesta “transición a la democracia” pudiera tomar en Egipto un largo tiempo, quizás incluso rivalizando con los diecisiete años que Pinochet estuvo en el poder.
El golpe de Pinochet el 11 de septiembre de 1973 destruyó las aspiraciones populares de alcanzar una revolución socialista en democracia. Hoy día, como anota Adam Schatz en Egypt’s Counter Revolution (Contrarrevolución en Egipto), “El Cairo, capital de las esperanzas revolucionarias hace dos años, es ahora un cementerio”. Ambos golpes y sus pesadillas horrorizaron a la mayor parte del mundo y marcaron un retroceso histórico.
Como Pinochet, Al-Sisi usa a menudo anteojos oscuros y parece inescrutable cuando con el ceño fruncido mira a las cámaras y al público. Y lo que es más importante, Al-Sisi es frío y calculador como su modelo, Pinochet. Ambos generales fueron nombrados a la cabeza del ejército por los respectivos presidentes civiles que ellos mismo derrocaron. Tanto el presidente Mohamed Morsi como Salvador Allende, en Chile, pensaban que podían confiar en esos máximos jefes militares para respaldarlos frente a sectores militares reaccionarios.
Y una vez en el poder, ambos generales miraron con desdén a las fuerzas civiles que apoyaron su ascenso. En Chile, Pinochet se volvió contra el Partido Demócrata Cristiano, encarcelando a dirigentes y militantes que se atrevieron a cuestionar las acciones del régimen, y ordenó asesinar a uno de sus líderes. En Egipto se puede sostener que la traición es todavía más profunda, ya que el general Al-Sisi está dando la espalda al movimiento prodemocrático y secular que derribó al régimen de Hosni Mubarak en febrero de 2011, y después se movilizó en masa el 30 de junio de 2013 para impulsar la crisis final del gobierno de Morsi.
El 14 de agosto, cuando el ejército y las fuerzas de seguridad masacraron a más de 600 civiles, el Premio Nobel y vicepresidente interino, Mohamed El Baradei, renunció señalando que las fuerzas democráticas seculares no tenían un papel real en el nuevo gobierno. Días después, El Baradei fue sometido a una investigación que pudiera derivar en posibles cargos de “traición a la confianza pública” por haber renunciado a su puesto.
Con la liberación de Hosni Mubarak de la prisión, el 22 de agosto, el general Al-Sisi está alineando su gobierno con lo que se conoce como el Filuul, compuesto por los remanentes del régimen de Mubarak, que incluyen a los viejos políticos, los intereses de los grandes empresarios, jueces corruptos y oficiales militares. Como señalaron Christopher Dickey y Mike Giglio en un artículo en el Daily Beast Newsweek: “El ejército donde Al-Sisi hizo su carrera, se convirtió menos en una máquina de guerra que en una máquina que pagaba ricos dividendos a los leales oficiales y a sus proveedores norteamericanos… Tienen sus propios departamentos, sus propios clubes, sus propias escuelas y tiendas… El ejército tiene su propio imperio manufacturero y un vasto negocio en el área de la construcción, que frecuentemente cierra el paso al sector privado con poca o ninguna responsabilidad pública”. El general Pinochet, su familia y un grupo de selectos asociados construyeron también sus propias fortunas, que son pálidas al lado del botín acumulados por los militares egipcios y el Filuul.
Ambos generales tuvieron buenos y malos lazos con Estados Unidos. El general Pinochet pasó un tiempo en Estados Unidos, como integrante de la misión militar en Washington a mediados de los años 50, y tuvo una prolongada gira por el país en 1959, visitando bases militares e instituciones públicas. El gobierno de Nixon y la CIA colaboraron con él en el golpe de 1973, pero las violaciones a los derechos humanos cometidas por Pinochet obligaron al presidente Carter a cortar la asistencia militar y económica.
El general Al-Sisi asistió al US Army War College en Pennsylvania, en 2006. Se estaba en medio de la guerra de Iraq, cuando parecía que Estados Unidos perdía el control de la región. Al-Sisi y otros militares árabes formaron -según se informa- su propio consejo en el College, con el propósito de desarrollar sus propias posiciones y políticas en el conflicto para controlar el Medio Oriente.
Hoy día Al-Sisi se está volviendo hacia Estados Unidos debido a la cancelación de los ejercicios militares conjuntos y a su amenaza de suspender la ayuda militar, que es de unos mil trescientos millones de dólares. Para respaldar al presidente Morsi y a la Hermandad Musulmana, denunció al comienzo de su gobierno a la administración Obama, diciendo, según The Washington Post del 3 de agosto: “Usted ha dado vuelta la espalda a los egipcios y éstos no lo olvidarán”.
En su llamado a que una figura como Pinochet conduzca a Egipto, el Wall Street Journal declaró que los nuevos gobernantes militares deberían emplear “reformadores partidarios del libre mercado”. Es en ese plano donde Estados Unidos, Al-Sisi y los Filuul pueden encontrar una base común, si es que el régimen logra imponer su gobierno de mano de hierro en Egipto. Nosotros podemos esperar poco del gobierno de Obama, salvo simple retórica y medidas superficiales. Más temprano que tarde, llegará a un modus vivendi con Al-Sisi y seguirán los negocios como de costumbre.
En los años 2000, el FMI y el Banco Mundial, con el gobierno de George W. Bush, trabajaron sostenidamente con Mubarak para abrir el país al comercio internacional y a las inversiones extranjeras. En septiembre de 2009, el Banco Mundial destacó a Egipto como “uno de los diez más activos reformadores del mundo” durante los cuatro años anteriores. Menos de dieciocho meses después, el régimen de Mubarak cayó derribado por un levantamiento popular.
Es imposible predecir hacia donde irá Egipto. Una cosa es clara: Al-Sisi es un tirano sanguinario que tratará de mantenerse en el poder indefinidamente. Solamente la construcción de una amplia coalición entre los Hermanos Musulmanes y las fuerzas seculares que derrocaron a Mubarak puede detener el deslizamiento hacia una tragedia humana como la que afligió a Chile durante diecisiete años oscuros, bajo Pinochet.
Roger Burbach (*)
(*) Director del Centro de Estudios para las Américas (Censa), de Berkeley, California.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 790, 27 de septiembre, 2013)
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