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El sistema y el arte de la guerra
El sistema no permite avances democráticos desde dentro de su aparato de dominio antidemocrático. Ni loco. Enfrentado a situaciones imprevistas, a lo más propiciará maquillajes que den la impresión de que se vive en un país efectivamente democrático que ofrece avances y mejoras.
El sistema que los poderosos han creado y perfeccionado en largos años, contiene las maneras de autorregenerar sus tejidos cuando sufren algún descalabro. Para el efecto, tiene a su alcance esa joya de la manipulación que es el Congreso. Una usina perfectamente aceitada en donde mueren las esperanzas de los ingenuos y necesitados.
Las exigencias de los estudiantes por cambios en el sistema educacional no son posibles en este mundo. Son una utopía inalcanzable en el actual orden. Como son impensables modificaciones al actual sistema de pensiones, que deja a los viejos en situación de indigencia.
El caso del salario mínimo, discutido con una pasión casi verdadera, es una característica del sistema tanto como lo son los sueldos máximos. Ambos son extremos de la misma soga: existe uno sólo porque existe el otro. ¿Es posible cambiar esa lógica si se trata del combustible que alimenta lo esencial para la energía intrínseca del sistema, la codicia?
Cuesta creer que el sistema vaya a abandonar su religión, su credo, su fe. Permitirá deslices, disidencias y amenazas. Ofrecerá maquillajes y hologramas. Se allanará a convivir con enemigos amaestrados, jugará a ser democrático y transversal. Se mostrará empático, comprensivo y buena persona. Pero nada será de verdad. La derecha siempre será esa sombra negra que amenaza y golpea.
Las anomalías en la visión, estrabismo, hipermetropía o la simple ceguera, permiten que algunas de las esporas en las que se ha transformado la Izquierda repitan que se puede avanzar en mejoras sustanciales, en línea con las exigencias de los que protestan, sin modificar el sistema. Es extraño ese discurso. Es como si se tratara de gente que no conoce el monstruo que lo domina todo. Como si se creyera de verdad que la dictadura del capital, en el decir preciso del presidente de la Fech, Gabriel Boric, puede permitir una fisura que contradiga su esencia y que en un rapto de comprensión y humanidad se allane a pensar en la gente como sujeto de derechos y no como clientes. La derecha jamás permitirá de buenas a primeras que lo que tanto les ha costado implementar, se venga abajo por unos cuantos cientos de miles de alborotadores. Ni que fueran millones.
El sistema no permite la improvisación. Para cada escenario tiene una hipótesis cubierta, con un curso de acción determinado y con los medios necesarios. En esos análisis saben que lo más importante a la hora de planificar la batalla es la calibración exacta del enemigo, sus armas, sus alcances, sus jefes, medios y estados de ánimo. Se inspiran en Sun Tzu.
El sistema puede, por lo tanto, ordenar sus tácticas usando en cada caso los medios que más se ajusten a la estrategia, entregando terreno y posiciones que parecen importantes en su diseño, pero que en verdad no tienen importancia alguna. Así, los mandamases mantienen las mejores relaciones con aquellos que dan la apariencia de ser sus enconados detractores y críticos. De ellos rescatan información a cambio de dádivas y favores. Y les entregan de tarde en tarde alguna ficha para que se entretengan. También aceptan de buena gana que entre los suyos surjan discrepancias que logran destrabar tensiones, y puntos de vista divergentes, pero nada que no se pueda arreglar. Sobre todo, cuando el terreno se puso áspero por el paso de los estudiantes, que sí pueden desordenar el orden que tan bien le hace a la reproducción cotidiana del sistema.
Esa es una amenaza real para la inercia sistémica, que no está al alcance de las maniobras ordenadoras de los actores del statu quo. Los estudiantes no hacen lo suyo pensando en un puesto, una diputación, una mísera alcaldía o un negocio a expensas del Estado. Quedan fuera del alcance de estas armas, tan caras para los estrategas del sistema. Por eso al sistema no le inquieta que se desconfigure el atlas político y haya un remezón tal, que las alianzas o pactos que conocemos, llegado un momento, ya no sean como hasta ahora. Ni siquiera les preocupa que haya manotazos, ofensas, pataletas, augurios y maldiciones. Es la manera de reordenarse para enfrentar lo que se viene.
Infestados como vienen desde la concepción con el bacilo de la codicia, no pueden aceptar que ande por ahí gente sin que les deba ni un centavo. Por eso es que no son posibles cambios ni avances democráticos propuestos desde dentro del sistema. Lo que usted quiera, pero los sostenedores de todo los poderes, imbéciles no son. Ni por asomo.
De ahí que es necesaria la construcción de una energía de magnitudes descomunales, capaz de imponer por la fuerza de la mayoría un nuevo orden, ni siquiera un nuevo gobierno. Se necesita fundar una nueva cultura que destierre la ratería como forma de ganarse la vida, el abuso como manera de relacionarse y el egoísmo como religión, para comenzar a fundar un país medianamente humano.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 762, 20 de julio, 2012)
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