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“Punto Final” en Irán
Cartas persas (II)
Con un millón seiscientos mil km² de superficie, costas marítimas de 2.440 kms a lo largo del Golfo Pérsico y parte del Océano Indico y 740 kms que bordean el Mar Caspio, Irán dispone a su vez de fronteras terrestres con Afganistán, Armenia, Azerbaiyán, Iraq, Pakistán, Turquía y Turkmenistán. Sin lugar a dudas que la frontera más importante la constituye la fachada marítima del Golfo Pérsico, el estrecho de Ormuz y el Mar de Omán, por donde transitan los buques petroleros que abastecen al mundo. Es en esa región donde está también el grueso de las instalaciones petrolíferas iraníes. Con tantos vecinos que aspiran a sacar partido de las riquezas gasíferas y petrolíferas, además de las diferencias políticas y religiosas, Irán es el gran país chií de la región víctima del acoso imperial y sionista, y desde hace años se encuentra en el ojo del huracán.
El relieve iraní está formado por mesetas desérticas. Cordilleras y montañas atraviesan su territorio, entre ellas los legendarios montes Zagros, de noroeste a sureste, en cuyas faldas húmedas y boscosas se encuentran ciudades como Teherán, Ispahán y más al sur, Chiraz. Numerosos ríos descienden de estas montañas y de las montañas de Elburz.
Durante el inicio de la dinastía Qajar (siglo XVIII), Teherán contaba con quince mil habitantes, hoy alcanza a ocho millones. El tráfico es caótico debido al intenso flujo vehicular privado y público y a las obras viales en construcción. A las puertas de una región desértica, Teherán padece de un alto índice de contaminación: el polvo del desierto unido al tráfico vehicular obliga a las autoridades a tomar medidas de restricción como en Chile.
De pronto me doy cuenta que al igual que en Santiago, la existencia de la cordillera Elburz, al norte de la ciudad, es un punto de referencia que no justifica la brújula que llevo conmigo. El “cretinismo geográfico” que hace presa de todo chileno que llega a una ciudad sin montañas que sirvan de referencia, París por ejemplo, no me afectará, pienso satisfecho.
PAIS DE JOVENES
Mientras espero el bus que debe conducirme al centro de conferencias internacionales, hago migas con unos compatriotas latinoamericanos: los embajadores de Venezuela en Teherán y en Qatar, más dos periodistas de Telesur, William y Bassem. Están enterados que debo hacer uso de la palabra y quieren saber cuál será el tema de mi intervención. Los tranquilizo sonriente: “No teman, nada que ponga en peligro las relaciones entre Venezuela e Irán…”. Desde ahora me llamarán con el mote de “profe”. Como ellos, estoy alojado en un hotel que se encuentra detrás de la Universidad de Teherán en el centro de la ciudad, y salgo a la calle a observar el paso rápido de la gente que inicia sus actividades cotidianas. La población iraní (más de setenta millones) está compuesta en su mayoría por persas (51%), azerís (25%), kurdos (8%), gilaki-mazandarani en los bordes del Mar Caspio, y 8% repartidos entre árabes en el sur, en Abadán y a lo largo de la costa del Golfo Pérsico; baluchistanes en la frontera afgano-paquistana y turcomanos, en el noreste, al este del Caspio. La estructura etaria de la población es significativa de su juventud. Los iraníes menores de quince años representan el 28,8%; los que tienen entre quince y sesenta años el 64,9% y los mayores de sesenta años, el 6,4%. Se trata de un país joven y ello es visible al observar a muchachas y muchachos por las calles de la ciudad.
El trayecto en autobús hacia el norte de Teherán permite constatar la inmensidad de la ciudad y nos acerca a los contrafuertes de las montañas Elburz o Alborz (en persa) y se divisa la cumbre siempre nevada del Demavend (5.673m). En esas montañas existen estaciones de esquí y rutas para excursiones.
Irán es un país mayoritariamente chií. El chiísmo es minoritario en el mundo musulmán, pero existen importantes comunidades chiítas mayoritarias en Irán, Iraq, Bahrein y Azerbaiyán, además de una fuerte presencia en Yemen, Líbano y Siria.
LOS SUCESORES DE MAHOMA
Los chiís no reconocen a los tres primeros califas (entre 632 y 656) como sucesores legítimos del profeta Mahoma, sino a Alí, primo y yerno del profeta (602-661) casado con su hija Fátima y cuyos hijos, Hassan y Husseyn, son considerados por los chiítas como legítimos sucesores de Mahoma. Husseyn fue asesinado en Kerbalá (Iraq, 680) y a partir de este hecho nació una suerte de culto al martirio que constituye uno de los fundamentos centrales de la identidad religiosa chiíta, que cada año celebran miles de flagelantes. El chiísmo a pesar de ser minoritario, ha influenciado la vida intelectual y política musulmana. Disponen, a diferencia de los sunitas, de un clero y consideran al imán (guía) como infalible, al igual que los católicos al Papa. En la historia del chiísmo ha habido escisiones, persecuciones y revueltas. Siempre ha sido portador de corrientes revolucionarias, idealistas y místicas en oposición a la ortodoxia tradicional sunita. Es llamado chiísmo “duodecimán”, en alusión a los doce imanes desde Alí. El duodécimo sería el Mahdi, que estaría oculto y volverá al “final de los tiempos”.
Más de un centenar de profesores de universidades africanas, del Cercano, Medio y Extremo Oriente y algunos provenientes de Europa, además de invitados de todo el mundo, participan en el coloquio por el vigésimo tercer aniversario de la muerte del imán Khomeini.
El Islam no establece una separación entre la esfera religiosa y la pública. La separación de estos dos dominios sí está presente en las sociedades occidentales, la religión pertenece en estas últimas al ámbito de lo individual. El imán Khomeini figura en el último cuarto del siglo XX entre los “constructores de historia”, por su acción contra la monarquía pro occidental de los Pahlavi, que le valió un inmenso prestigio. Hijo de religiosos, nació en una pequeña ciudad a poco más de un centenar de kilómetros de Teherán y realizó sus estudios de teología en Qom, donde se forma el clero chií. Desde muy temprano se opuso a los Pahlavi a quienes siempre consideró como usurpadores. Publicó un libro en los años 40 en el que ya proponía la fundación de un gobierno islámico. En los años 60 fue detenido y llevado a Teherán debido a sus discursos en los que atacaba al gobierno de Reza Pahlavi. Ello provocó grandes manifestaciones y en 1963, en un discurso famoso, acusó a Reza Pahlavi de inclinarse ante EE.UU., otorgando al personal estadounidense privilegios de extraterritorialidad.
Exiliado en Turquía en 1964 se instaló luego en Iraq, en la ciudad chiíta de Najab. Abrazó la causa palestina, pues consideraba que el régimen sionista ocupaba uno de los lugares sagrados del Islam. En 1978, en una reunión en Nueva York, el ministro de Relaciones iraní obtuvo de su homólogo iraquí su expulsión de Najab y Khomeini fue acogido por la Francia de Giscard d’Estaing, desde donde continuó enviando mensajes grabados a sus partidarios. Volvió en gloria y majestad en febrero de 1979 a Teherán, en medio del júbilo de centenares de miles de iraníes de todos los pelajes -revolucionarios y comunistas comprendidos- que habían sido los actores de lo que sin duda hay que llamar una revolución.
OTRO TIPO DE REVOLUCION
La revolución islámica inauguró en plena guerra fría un “nuevo tipo de revolución”, sobrepasando el esquema de los dos bloques. Una revolución se hace como se puede y no como se quiere. A pesar de lo señalado por los clásicos, esta es una revolución que no obedece a las normas acostumbradas. Hay que poner de relieve el legado de Khomeini, sin duda uno de los grandes constructores del último cuarto del siglo XX, que echó las bases de un Estado islámico al que sustrajo de la influencia occidental. Es posible tener una opinión divergente, toda vez que el proceso iraní, como todas las rupturas drásticas con regímenes precedentes, no ha escatimado sangre, sudor y lágrimas. Además, no corresponde exactamente a la idea que en Occidente nos hacemos de la democracia. Pero resulta indiscutible que el Irán de hoy, su peso, influencia regional y mundial es incomparable al que tenía el Irán de los Pahlavi.
Aunque los hombres no hacen la historia individualmente, hay individuos que la marcan a fuego y señalan rumbos. La conexión entre la ética y la política no nos lleva a prejuzgar el orden de prelación entre éstas. Se podría hablar en términos de intersección más que de subordinación en dicha relación. Para el “primer maestro”, el estagirita, Aristóteles -ampliamente mencionado en la filosofía musulmana y que precede a Al Farabí, el “segundo maestro”- el objeto de su ética se sitúa en el ámbito de la práctica humana real en sociedad. La actitud ética se adquiere mediante el aprendizaje, el ejercicio y el ejemplo. La fuerza del ejemplo en la construcción y en el cambio histórico es una poderosa palanca. La ética debe plasmarse, insuflar su soplo a la política. Es decir, señalar las obligaciones, el deber del hombre para con sus semejantes y la adecuación y equilibrio entre una y otra, entre lo que se dice o se escribe y lo que se hace.
En Teherán pensaba en ese hombre caído en La Higuera, que escribía lo que pensaba y hacía lo que escribía, un “aventurero que exponía el pellejo” para demostrar sus inciertas certezas. O en ese otro que dejando de lado las legítimas disquisiciones filosóficas y religiosas había dicho antes de morir, al correr a recuperar un fusil en manos del enemigo: “Poco importan nuestras terrenales discusiones e incertidumbres acerca de la inmortalidad o no del alma, cuando lo que sí sabemos con seguridad es que el hambre es mortal”. También pensé en aquellos que habiendo abonado el terreno y sembrado las mieses necesarias, fueron devorados por la vorágine revolucionaria. Sí, claro en esa ocasión también mis pensamientos fueron hacia ellos -revolucionarios con Dios y sin Dios- que obraron en esta tierra legendaria por cambiar al mundo de base. Aquellos que sin compartir los principios del régimen empuñaron las armas en defensa de su patria, aquellos revolucionarios sin Dios por los que el imán Alí Montazari pidió clemencia sin obtenerla, alzando en el momento de mayor violencia represiva interna -al inicio de los años 80, cuando Irán enfrentaba una guerra que le fue impuesta- su voz respetada pero impotente.
SEMINARIO EN TEHERAN
El nieto del imán Khomeini, el ayatola Hassan Khomeini, alto dignatario del clero chií, declaró abierto el evento al que asistíamos, que tuvo como título “Etica y política del imán Alí según el imán Khomeini”, en el Centro de Conferencias Internacionales de Teherán, ante un auditorio de cientos de personas, entre ellos buena parte de dignatarios chiítas cuya jerarquía en el clero es reconocible por el color del turbante que portan; también asistieron un gran número de estudiantes.
A la salida, luego de una maratonesca jornada, esperan numerosos canales de TV. Una periodista de la TV iraní que transmite en español, con sus grandes ojos me interroga en perfecto castellano: “¿Usted no es musulmán?” -No, señorita. Nadie es perfecto… Y la consabida pregunta sobre el imán Khomeini. Contesto con una aburrida explicación, pero ella no se amilana e insiste en saber si soy marxista. Le contesto que eso no tiene mucha importancia ante el peligro que se cierne sobre su país, que espero que los iraníes y sus dirigentes sabrán afrontar con entereza a sus enemigos, con valor e inteligencia como lo han demostrado en el pasado. Sólo al final logro arrancarle una cautivante sonrisa: -Pero si usted insiste, quiero decirle que sí, soy marxista, pero con ascendiente sagitario lo que me protege contra el dogmatismo… Luego se acercó la TV de Camerún, esta vez en francés. Entre William, Bassem y el embajador venezolano en Qatar están a punto de rescatarme cuando un profesor de la Universidad de Niamey, de Níger, vestido a la usanza tradicional de su país me abraza afectuosamente: “Estudié derecho en París donde usted enseña y he apreciado sus palabras”, me dice.
Luego de las intervenciones de varios profesores y de las entrevistas, nos instalamos para devorar un almuerzo. Se lo merece, profe, me dicen, William y Bassem, los amigos de Telesur. “Falta sólo el tinto, profe”, agrega el embajador en Qatar. Entonces recuerdo unos versos de Omar Khayam con los cuales acostumbro a enturbiar las certezas de mis estudiantes parisinos.
Proseguimos la sobremesa y a falta de los necesarios mostos, exploramos la poesía del gran sufí de Khorassan y sus odas al vino, cuando llama por teléfono el embajador venezolano en Teherán para invitarnos a su residencia; estarán también los embajadores de Nicaragua y Ecuador.
CONVERSANDO CON ESTUDIANTES
Un grupo de estudiantes, muchachos y muchachas, ocho en total, juntos pero no revueltos, han llegado al hotel mientras converso con la radio iraní. Nos instalamos alrededor de una mesa. Entablamos la conversación; dicen que desean tener relaciones “normales”, con los países occidentales. No han conocido la guerra de los años 80, pero saben de ella porque el tema de los jóvenes mártires es un tema recurrente. Cada familia iraní ha perdido a alguno de los suyos. Son todos estudiantes y me piden que no les saque fotos. “Lástima, les digo, pues hay muchos bellos rostros entre ustedes”. Entiendo que es parte del pudor iraní, sobre todo ante un extranjero. Tres de ellos hablan muy bien inglés y francés, uno dice estudiar ingeniería y temer por su futuro profesional. Dos muchachas también estudian ingeniería y quieren saber qué se piensa de Irán en Europa. París ejerce por supuesto una gran atracción.
Uno de ellos recita sottovoce, en persa, unos versos de Ferdowsi. En medio de la noche teheraní lo único que falta es una alfombra voladora con Aladino como conductor. Aparentemente ninguno rebate los fundamentos de la república islámica, se declaran patriotas y quieren que su país salga de la situación de fortaleza asediada en la que se encuentra. Deslizo el nombre del ayatola Montazari y varios sonríen sin contestar. Les pregunto por las dificultades para relacionarse entre chicos y chicas. Ríen, las muchachas se sonrojan y desean que las normas relativas al comportamiento público entre hombres y mujeres cambien, sean más flexibles. Una de ellas confidencia que mañana irá al gran acto de masas (500 mil personas anunciadas) al mausoleo del imán Khomeini, cerca del aeropuerto, únicamente porque podrá estar con su novio. ¿Pretendes estar sola con tu novio en medio de 500 mil personas?, le digo y ella ríe.
Todos tienen parientes o amigos en el extranjero y por ellos están al tanto de la música y la moda y de los diversos adelantos tecnológicos: en sus manos veo los mismos aparatos de telefonía móvil que existen en Occidente. Se enteran que soy sudamericano y el tema de la salsa y la bachata aparece como por encanto. “En nuestras casas bailamos todo tipo de música, pero en los espacios públicos es otra cosa”, dice uno de los estudiantes. Les pregunto por sus familias y constato que pertenecen a sectores medios altos, que quisieran disfrutar con mayor holgura los beneficios que la renta petrolera le procura a Irán, al menos antes de las sanciones impuestas por Occidente. Es también en este sector donde afloran -gracias a sus relaciones, al conocimiento del rodaje del aparato del Estado e influencias diversas- aquellos que quisieran terminar con el régimen islámico e reintegrar a Irán en el dispositivo militar, económico y político occidental. Nos despedimos e intercambiamos direcciones electrónicas después de degustar los excelentes helados de azafrán y rosa. Suben a sus coches y dos parejas montan en potentes motos iraníes que se pierden hacia el norte, por la calle Shirarzi, en la noche de Teherán.
PACO PEÑA
En Teherán
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 762, 20 de julio, 2012)
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