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La Torre de Papel
Campaña del terror
Autor: Paul Walder
La derecha ha desplegado todos los elementos para colocar no sólo en la agenda pública, sino en nuestro imaginario colectivo, los peores fantasmas de la historia reciente. Ha abierto las compuertas sicosociales de nuestros oscuros y malolientes sótanos para ventilar aquellos traumas. Los ha elevado y exhibido cual amenaza ante una ciudadanía aún convaleciente del conflicto. Y lo hace con la perversión y el poder de aquel que guarda las llaves del sótano que encierra a la bestia.
No ha habido contención ni concesiones ante un país que todavía no ha sepultado a todos sus muertos. En la misma semana que Sebastián Piñera recibía un nuevo informe de la Comisión Valech, que elevaba a casi 40 mil los casos de desapariciones y torturas, le advertía al país -y por tanto, a los familiares de aquellas víctimas-, que la historia chilena es cíclica y puede retornar y repetirse. La “reconciliación”, el “nunca más en Chile”, fue un mero ejercicio retórico para una derecha que cogobernó a sus anchas durante la larga transición. Cuando la ciudadanía vuelve a constituirse como sujeto colectivo, cuando levanta sus históricas demandas, una voz gélida le recuerda al oído cuáles son las reglas de este juego político, sus límites y sus dueños.
Durante las últimas semanas la derecha ha vuelto a exhibir sin pudor su rostro atávico: aquella mirada torva que mantuvo durante los veinte años más dolorosos del siglo pasado. Es éste el gesto que invoca el trauma, que cruza como un hálito de terror a varias generaciones. Una amenaza traumática que se expresa mediante una campaña orquestada, una política comunicacional del terror, desde La Moneda a las filas de los partidos de la Coalición por el Cambio. Desde el “cuidemos Chile” pronunciado por Hinzpeter y Chadwick, al terror económico y político impulsado desde los ministros Matthei y Larraín y el mismo jefe de Estado. Porque Sebastián Piñera, en una entrevista publicada en El Mercurio escasas horas antes del paro, le pedía a un interlocutor colectivo y abstracto “cuidemos a nuestro país, cuidemos lo que juntos hemos construido”, admonición que empalmaba con una advertencia levantada poco antes, que relacionaba marchas y carteles con cócteles molotov y barricadas y el golpe de Estado.
Felipe Larraín también presionó en la herida. En una columna en aquel mismo diario, el ministro recordó que la economía chilena tiene bases muy sólidas gracias al modelo neoliberal, “pero no está blindada ni es inmune a lo que pasa en el mundo. Especialmente frente a las turbulencias externas, debemos cuidar lo que hemos construido entre todos… Ello debe expresarse en las demandas”. Hasta aquí, simple advertencia sobre el poder adquisitivo y el empleo de los ciudadanos. Más adelante alude al trauma, “porque las demandas ‘aquí y ahora’ no son la forma de avanzar ni de construir un país mejor… Nuestra historia reciente así lo demuestra”.
El senador Carlos Larraín, pese a su incontinencia verbal, es un muy buen ejemplar del pensamiento oligárquico menos refinado, aquel mismo que llamó a los cuarteles durante el gobierno de Salvador Allende por bastante menos, hoy amenaza con volver a hacerlo. En una de sus recientes alocuciones, cita: “El PS dijo una y otra vez que no respetaba el orden legal y democrático, que no era sino un orden burgués. Cada vez que había una huelga o conflicto, el señor Allende y los partidos Comunista y Socialista lo acentuaban para llevar al extremo la situación. Todo lo encontraban malo y cuando la inflación llegaba al 20%, llamaban al país a la huelga general para derrocarlo”, recordó según una carta escrita por Frei Montalva.
Los chilenos conocemos muy bien esta doble faz de la oligarquía. Recordamos la campaña de desestabilización democrática, de creación de odios y de abierto golpismo elaborada por El Mercurio y financiada por la CIA durante el gobierno del presidente Salvador Allende. Y poco más tarde, tras el golpe, los secuestros, el miedo en toda su profundidad hacia fines de 1973, con las campañas de penetración sicológica elaboradas por los discípulos criollos de Joseph Goebbels que le sugerían a la Junta Militar mecanismos para cargar de elementos negativos al derrocado gobierno de la Unidad Popular e instalar en la población el golpe de Estado como un acto liberador. Bajo el mando del sicólogo Hernán Tuane la campaña comunicacional, que no escondía su tosquedad, buscaba generar un ambiente de angustia, neurosis, tragedia, inseguridad, peligro y miedo, percepciones que eran estimuladas por la bestialidad de los operativos de los organismos de seguridad. Un clima que fue muy bien canalizado y amplificado por los medios oficiales de la dictadura.
¿Es legítimo que un gobierno democrático apele a estos elementos sociohistóricos para amedrentar a sus ciudadanos? Es como si el gobierno alemán advirtiera a sus socios europeos ante cualquier molestia sobre el espíritu nazi que permanece dormido pero latente entre sus ciudadanos, o que la derecha española, por muy franquista que ésta sea, intimidara con golpes de Estado y otra guerra civil. Nuestra derecha no lleva dos años en el gobierno y ya levanta estas amenazas.
Desde la semana del paro nacional el gobierno de Sebastián Piñera ha vuelto a reforzar sin ningún pudor este discurso, pergeñado desde La Moneda y los diferentes ministerios y amplificado por TVN y los medios corporativos. Un relato tosco, muy básico, que reduce la historia a un guión de héroes y villanos, pero que muy difícilmente alterará los actuales procesos.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 741, 2 de septiembre, 2011
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