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Autocríticas tardías
Autor: Ricardo Candia Cares
Uno de los más extraños efectos secundarios de las movilizaciones han sido los espasmos de arrepentimiento que se han hecho ver con profusión inédita. La delantera la llevan los prohombres de la Concertación, quienes por veinte años tuvieron el poder mediante una sucesión de gobiernos que serán recordados por la historia como el perfeccionamiento de la institucionalidad dejada por la dictadura.
El sistema educacional que hoy detona las movilizaciones de los estudiantes y uno que otro trabajador, fue afinado durante esos veinte años, mediante la ágil gestión de ministros que a los estudiantes y profesores miraban y trataban como carne de cogote. Un repentino acceso de clarividencia le ha permitido a estos señoritos, señorones, barones, baronesas, darse cuenta que no lo hicieron bien. Como si nadie nunca se los advirtiera, como si nunca nadie les haya hecho ver lo que significaba la aplicación de la filosofía mercantil en un ámbito en que el Estado debía jugar un papel más activo.
Presidentes y ministros se hicieron los sordos, los ciegos y los mudos ante las demandas que ahora tienen a la derecha, y a ellos mismos, al borde de un ataque de pánico.
En estos accesos de tímida autocrítica ha habido para todos los gustos. Desde la soberbia del ex ministro Bitar, cuya crisis histérica es posible ver aún en las redes, hasta la frescura glacial de Lagos Weber, pasando por la autocrítica apesadumbrada y con un desfase de veinte años que deja saber el ex ministro Osvaldo Andrade. En medio de estos personajes que se atreven a decir su opinión con algo de retraso, el silencio insalubre de todo el resto que llevó las cosas hasta el extremo de desembocar en el estallido en curso, cuyas evoluciones los prohombres concertacionistas deben mirar por la tele, ante la imposibilidad de asomarse por donde cruza la chusma. Esa misma que despreciaron durante tanto tiempo. Nadie sabe qué piensa de lo que viene sucediendo la ex presidenta Michelle Bachelet, por ejemplo.
El estallido del que hemos sido testigos y que tuvo como detonante el estado de la educación, viene subiendo de tono y amenaza con apuntar a cuestiones más de fondo. Lo que exigen los estudiantes no son reformas posibles en el actual estado de cosas. El fin del lucro significa el fin de todo lo importante para quienes hacen de éste una forma de vida, una filosofía ubicada en la base misma de sus existencias.
El sistema intenta ganar tiempo mediante invitaciones a mesas de diálogo que sólo buscan dilatar las cosas, esperar al cansancio que suponen deberá aparecer muy pronto por el agotamiento de las movilizaciones. Hasta ahora, quienes así piensan, se han equivocado de manera rotunda.
Lo que muchos llaman la clase política, que no es otra cosa que la oligarquía nacional, no ha salido bien parada este invierno. Los estudiantes han tenido, entre otras, la gracia de instalar en el sentido común lo que hasta hace poco la gente de la calle, el ciudadano de a pie, no compartía. La hermosa intransigencia de los estudiantes logró instalar en el sentido común la idea de que las exigencias son razonables y que merecen apoyo. Y se le encuentra sentido a un sistema educacional gratuito, democrático, laico y estatal.
Ha fracasado en gran medida la táctica de los medios de comunicación para demonizar a los estudiantes por la vía de mostrarlos como vándalos encapuchados. Y han fracasado los intentos del sistema que ha utilizado una batería de iniciativas, cada una de las cuales se ha estrellado en la intransigencia lúcida de los estudiantes. En ese escenario incierto, el pánico no sólo se ha instalado en palacio, sino que en las sedes de los partidos de la Concertación, quienes deberán estar pensando en las próximas elecciones municipales y el efecto que puede traer consigo el descrédito expuesto en estos tres meses que conmueven al mundo.
En la base de la autocrítica atrasada, del berrinche destemplado, está el peligro inminente de ser desplazados por una generación de políticos que, cosa extraña, dicen lo que piensan y evitan el bucle lingüístico, el eufemismo que con muchas palabras, no dice nada.
Es posible que para que cambie la filosofía de la educación falte algún tiempo. Lo que parece que ya está cambiando es el tipo de políticos que dominaron la escena por treinta años. De ser cierto que esta nueva generación llega para quedarse, se abren reales perspectivas para que muchos se vayan jubilados para su casa y parcelas. Más aún, muchos que hoy se inclinan por la autocrítica salvadora, podrían renunciar de una vez por todas y jubilarse para dedicar su tiempo a escribir sus memorias.
La patria, agradecida, los recordará por siempre.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 741, 2 de septiembre, 2011
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