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El desafío de rascar donde pica
Autor: Ricardo Candia Cares
Lejos de lamentarse por la permanecia de Rodrigo Hinzpeter en el Ministerio del Interior, la oposición, entendida como ese mar difuso de gente que no comparte las ideas del gobierno, unos, y del sistema, otros, debería alegrarse por la tozudez del presidente en dejarlo en el mismo puesto.
Del mismo modo, quienes se alegran porque Joaquín Lavín haya dejado el Ministerio de Educación para ocupar un sillón mucho más tranquilo desde el cual dar rienda suelta a sus estrafalarias ideas que siempre terminan marchitándose, podrían arrepentirse de haber ubicado entre sus objetivos su caída.
Si se mira bien, el saliente ministro de Educación era el adecuado para que las consignas enarboladas durante las masivas movilizaciones de los estudiantes se mantuvieran alzadas. Nadie puede ni podrá ser con tanta nitidez y encomio el mejor representante de todo lo que los estudiantes aborrecen. Pocos como Joaquín Lavín encarnan tan bien aquello que la indignación popular desprecia.
Ahora, los estudiantes deberán aceptar sentarse a conversar con un ministro que trae por misión terminar con las movilizaciones, lo que se va a traducir, a lo sumo, en una mesa de negociación que permitirá hacer ganar tiempo a un gobierno complicado.
Para quienes han conducido las movilizaciones ciudadanas del último tiempo, el escenario global no cambia ni porque algunos se van del gabinete, ni por quienes se mantienen. Mientras supervivan las premisas que dan pie a un sistema educacional como el que está en crisis, nada va a cambiar. Los estudiantes están obligados a generar un curso de acción adecuado ante el riesgo de terminar sin pena ni gloria un bello proceso de movilización. Como hemos visto, los estudiantes han sido quienes han conducido un proceso que ha logrado cautivar a muchos chilenos que ven con simpatía la exigencia radical que en otras voces no causaría el mismo efecto. Los estudiantes son personas creíbles.
Durante demasiados años, los sectores populares, y entre ellos quienes con mayor ahínco abjuran del neoliberalismo como forma de vida, han hecho esfuerzos por lograr pequeños avances unitarios con el propósito de levantar alguna idea alternativa. No se ha podido. Los trabajadores atrapados en las redes extrañas de sus conducciones superiores, salvo contadas excepciones, sólo han asistido como agradecidos espectadores a la ejemplar manera con que los estudiantes han desplegado sus ideas.
Las organizaciones sindicales ya no son ni de asomo lo que fueron. Las organizaciones gremiales y sociales aún no alcanzan los niveles de seducción que han logrado los estudiantes. Estos, con todo y sus diferencias al interior de sus organizaciones, son capaces de sintetizar consensos y actuar de manera articulada. Sin embargo, los estudiantes y sus representantes tiene una responsabilidad inédita en el actual proceso: no sólo ser capaces de aguantar el cambio de ritmo del gobierno, con sus cambios de gabinete -que más parecen cachetadas de payasos-, sino advertir el modo en que se va a capitalizar la energía desplegada durante los últimos meses.
En el mejor de los casos, tendrían que apostar a seguir conduciendo el proceso, elevando nuevamente la mira y proponiéndose cambios de fondo y rechazando reformitas que tiene la virtud de dejar todo como está.
En este escenario, es hora que las enormes sombras que proyectan los egocentrismos de tantos, den paso a un acto patriótico de verdad y se dispongan a entregar al movimiento estudiantil la conducción por luchas de alcances mayores.
Hay un hecho claro. Ninguna de las exigencias enarboladas por el movimiento estudiantil puede ser resuelta en los actuales marcos constitucionales. Se debe avanzar, por lo tanto, en exigencias que desborden el terreno de lo educacional y que apunten a un cambio en el ordenamiento político de fondo.
Los estudiantes deben encabezar un movimiento por el cambio político aceptando que dichos cambios no se hacen al margen de las instituciones del Estado, sino dentro de ellas. Podemos tener las peores opiniones de las instituciones políticas y el sistema electoral, sin embargo, el hecho inamovible es que es allí donde se regenera el sistema de dominación.
Y podrá representar todo aquello que las personas libres despreciamos, pero ese sistema tiene la maravillosa virtud de no escuchar manifestaciones, exigencias, huelgas, tomas, gritos, consignas, discursos, por mucho que cada una de éstas digan las verdades más majestuosas.
Eso lo sabe el ministro que entra, el que sale y el que se mantiene. Por eso las risas genuinas de alegría cuando son nombrados en sus cargos y cuando son depuestos de los mismos. Ellos saben que el movimiento de los estudiantes aún no se propone apuntar donde de verdad les dolería. No rascan donde de verdad pica. Todavía.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 738, 22 de julio, 2011
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