Edición 734 desde el 27 de mayo al 9 de junio de 2011
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Vida y muerte de un agente de la Dina

Un clavel para Arancibia

ENRIQUE Arancibia Clavel, el ex agente de la Dina asesinado por un “taxiboy” en Buenos Aires.

Como ya había pasado Semana Santa, una noche, tal vez la del miércoles 27 de abril, Enrique Arancibia Clavel salió de su departamento en plena calle Lavalle, en el tranquilo y seguro barrio de Tribunales, a una cuadra de Avenida Corrientes. Los porteros que trabajan en el edificio, ocupado en su mayoría por estudios jurídicos, no notaron su salida, o tal vez no le prestaron atención. La pareja con la que vivía en Buenos Aires el ex agente de la Dina -quien había cumplido más de diez años de reclusión por el asesinato del general Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert-, no estaba y Arancibia, como le dicen por acá (el clavel se lo guardan, vaya uno a saber dónde), quiso aprovechar la oportunidad. No importa en qué lugar abordó a un chico de veinte años, de profesión taxiboy. Según trascendidos policiales, después del encuentro sexual se le ocurrió invitarlo a cenar. Hasta aquí se portaba como todo un “caballero”. Como resulta evidente, el ex agente no ocultaba su homosexualidad, al contrario de su pareja al que le gustaba llamarle “padrino”.
Arancibia tenía una flota de taxis y ahorraba dinero para comprarse otros vehículos. Pagar una cena a un taxiboy estaba dentro de su presupuesto. Un ex agente de los servicios de inteligencia chilenos, un ex militante de Patria y Libertad, no podía equivocarse con ese muchacho. ¿Qué podría salir mal?

1
Ha pasado casi un mes desde el asesinato de Arancibia Clavel, y Lavalle luce la vorágine habitual. Entre la sucursal de un banco y un local de fotocopiados se yergue el número 1438. En la puerta exhibe un papelito que dice: “hay cámaras de filmación”. Parece un lugar seguro para vivir. De hecho los transeúntes se muestran atentos a cualquier hecho extraño o anormal, como puede ser una persona tomando notas afuera de un edificio. Una señora pasa a mi lado y, observándome con desconfianza, continúa hablando por celular: “Sí, che, vine a capital a hacer unos trámites, pero ya estoy terminando… Esperá un poco, que hay un pelotudo mirándome”.
Para concluir con las sospechas, decido tocar el citófono del portero. Sin embargo no resulta necesario, ya que cuando intento hacerlo un hombre canoso, delgado y amable, me abre la puerta. Saco una identificación de prensa, que me hace imaginar que soy un detective privado sacado de una añeja película. El portero me hace pasar. Se llama Roberto y me aclara que es ayudante de portero. Hablamos y lentamente me da la sensación de que la amabilidad más que nada es tontería. Así es que aprovecho y le consulto cómo era Arancibia Clavel.
“Nunca tuve problemas con él en los cinco o seis años que vivió acá”, dice y agrega: “A veces me daba plata para comprar cigarrillos”.
¿Entonces era una persona generosa?, pregunto.
“Sí, nunca tuve problemas con él”.
Le comento entonces por los problemas de seguridad del edificio que la muerte del ex agente de la Dina hizo evidentes.
“No, problemas de seguridad nunca ha habido”, aclara y luego me señala la custodia policial con la que el edificio ha vivido desde el crimen.

2
Arancibia Clavel no estaba preocupado por la seguridad de su edificio, lo daba por hecho. Además en su calidad de ex agente de la Dina no temía a la delincuencia, así que no dudó en invitar al taxiboy que a cada momento le parecía más atractivo. El chico aceptó. Tal vez Arancibia le invitó uno o dos tragos, y el joven se sintió halagado, más cuando el acusado de haber seguido y vigilado al ex comandante en jefe del ejército chileno comenzó a practicarle sexo oral. El taxiboy estaba protegiendo su culo, había comido bien y en ese momento lo estaba pasando estupendo. Sin embargo, algo sucedió. Quizá una discusión o un desacuerdo monetario, pero lo cierto es que el taxiboy no aceptó ser penetrado por Arancibia Clavel, por lo que al ex agente de la Dina no le quedó otra que drogar al chico y sodomizarlo. Aunque esto también pueden ser rumores de la policía de Buenos Aires. ¡Vaya uno a saber!

3
Arancibia, en los tiempos en que le agregaban el clavel, no era una buena persona. Tampoco lo era cuando violaba al taxiboy. En el pasado, cuando preparaba el asesinato del general Prats tenía sangre fría. Quizá se quedó observando a prudente distancia cuando aquella noche del 30 de septiembre de 1974 Michael Townley y su mujer, la escritora Mariana Callejas, hicieron explotar el Fiat 125 del general Prats, frente al número 3351 de calle Malabia, en Palermo. O quizá no estaba ahí, sino con otro taxiboy.
Michael Townley, principal ejecutor del asesinato de Prats y su esposa, reconoció en los interrogatorios el carácter fortuito de la explosión: “La calle estaba mal iluminada, pero lo que pensaba era que desde el viernes en la noche había un artefacto explosivo bajo ese vehículo y que pudo haber explotado en cualquier momento, en cualquier lugar por un sinnúmero de motivos, como una interferencia eléctrica, la radio de otra persona, etc. El vehículo se acercó, me pasó, se detuvo a la entrada de la cochera y lo hice explotar. Yo estaba sentado al volante y mi esposa al otro lado, y tenía la radio sobre las rodillas. La levantó y preguntó: ‘¿Qué hago’”.
¿Y qué hacía en ese instante Arancibia Clavel?

4
El agente del edificio de Lavalle 1438 está instalado en el lugar donde debería estar el portero, pero debido a las circunstancias él ocupa su sitio, saludando con una sonrisa a los pocos vecinos que residen en el edificio. Es igual de amable y me cuenta que está en ese lugar desde que la jueza “puso la consigna”. Como no le entiendo, me explica:
“Después de los peritajes y de la presencia de la jueza, los agentes estamos rotando, dependiendo de la disponibilidad en la comisaría”. Como no termino de comprender, el agente me lleva hasta el departamento que justo conecta con las escaleras y que está sellado con la siguiente consigna: “Secuestrado”. Y en letra a mano: “Arancibia/Homicidio”. Aaahh, ¡era eso! ¿Ven como por las buenas uno entiende?
Trato de preguntar otra cosa, pero la imagen que tengo en la mente es la de la consigna, y pienso en la paradoja que implica que el departamento de un ex agente de los servicios de inteligencia de Pinochet esté “secuestrado”. Enseguida pongo atención en el número del departamento: en todos los medios se dijo que era el 1B, pero es el 1D, ya que el otro es un estudio jurídico.
¿Nadie puede entrar al departamento, no es cierto? ¿Ni la pareja de la víctima?, digo para comprobar lo obvio.
“Desde que yo he estado, nunca lo he visto. A lo mejor ha venido en otro turno, pero es difícil. El mío es de cero horas hasta las seis de la tarde. Pero le reitero, nadie puede entrar a ese departamento después de instalada la consigna”.

5
Cuando el taxiboy despertó, Arancibia Clavel lo despidió porque pensaba que su pareja podía llegar en cualquier momento. El chico, aún confuso por la droga, bajó las escaleras y saludó al portero. Después de unos minutos bajó Arancibia y fue hasta el kiosco vecino a comprar un paquete de cigarrillos, como hacía habitualmente. El taxiboy, por su parte, al llegar a la pensión donde vivía -en el quinto piso de Avenida de Mayo 1385, a sólo cinco cuadras del departamento de Arancibia-, y contestar el interrogatorio de su pareja paraguayo, ¡otro taxiboy!, concluyó que había sido timado: el dinero ganado en toda una noche era poco y su hombría había sido dañada. Así que decidió regresar al departamento de Arancibia Clavel para aclarar las cosas, azuzado por su “colega” y pareja.

6
La larga noche es un libro de cuentos de Mariana Callejas que, según dicen malas lenguas, fue financiado por la CNI a comienzos de los 80, y requisado por Dinacos, o eso por lo menos contó la escritora y ex pareja de Townley en una entrevista al vespertino La Segunda. En ese libro, aparte de un cuento sobre un torturado, que da título al volumen, hay otro sobre el Estadio Nacional y uno que, en el momento que lo leí, llamó mi atención. Se llama “Un parque pequeño y alegre”. Trata sobre un sujeto que va a colocar una bomba al auto de una personalidad. El protagonista se llama Max, similar al nombre de su ex marido, Michael, y el tipo de explosivo usado es idéntico al empleado en el asesinato de los Prats-Cuthbert. En este relato, Callejas escribe: “(Tenemos dos kilos de C-4 para este trabajo. Ves que es importante. Dos kilos para el caballero. No puede fallar. Pero el trabajo de relojería lo tienes que hacer tú, de otro modo el peligro es tremendo, tú sabes. Pero qué pasa con las metralletas, dice Max, si el hombre vive tan tranquilo como ustedes dicen, le pueden dar cuando salga de su casa como de costumbre. No, Max, dicen ellos, lo que buscamos es el efecto psicológico. Un baleo es un baleo, ya la gente está acostumbrada. Tiene que ser algo grandioso, para que aprendan los otros como él, los enemigos)”.

7
Arancibia Clavel no era un tipo crédulo, pero igual abrió la puerta al chico y, como era de esperarse, reiniciaron la discusión de la noche anterior. Sin embargo, el ex agente de Pinochet no tenía miedo ni cuidado. Y ahí estuvo su error, porque en un momento de descuido el taxiboy se abalanzó y empezó a apuñalarlo, gritando por su hombría perdida, el poco dinero ganado y los problemas con su pareja, ¡porque vaya que son complicados los paraguayos! Arancibia cayó muerto, y el chico de veinte años tomó el dinero que el ex agente guardaba para comprar otro taxi y escapó.
Cuando llegó a la pensión de Avenida de Mayo, contó el dinero junto a su pareja y saltaron de alegría. El paraguayo se quedó con el celular de Arancibia Clavel.

8
Conocí al nieto de Carlos Prats, Francisco Cuadrado, a principios del año 2000. A primera vista me pareció un tipo loco pero simpático, de esos que sacan sonrisas e iluminan habitaciones. De pronto empezó a beber y la simpatía desapareció, dejando su lugar al rencor, la ira y el dolor, no tanto por el asesinato de su abuelo, sino por el de su abuela. Lo compadecí, pero también me dio rabia. Ese día, o tal vez el que siguió a ese primer encuentro, nos hicimos amigos.
Cuando Pinochet murió y lo velaban en la Escuela Militar, Francisco Cuadrado escupió la urna del ex dictador, y buena parte del país aplaudió ese gesto. Recuerdo que meses antes, en un asado en un parque pequeño y alegre, me dijo que haría eso. Pero yo tal vez pensaba en otra cosa porque no le puse mucha atención.

9
Estoy en Avenida de Mayo 1385, a unas cuadras del Congreso argentino, a cinco cuadras de la Policía Federal que detuvo a los dos jóvenes de veinte años. Los imagino gastando parte del dinero de Arancibia, comiendo pizzas en La Continental, justo en la esquina, o en cualquier boliche alrededor de Plaza Congreso.
El edificio en cuestión tiene un letrero que dice “Hostel (sic) La Pola 4º piso”, pero en realidad acoge a varios “hoteles” en cada piso. Un equipo de Canal 9 está apostado afuera y se prepara para hacer un despacho en directo. Converso con el periodista e ingreso al lugar de la detención de los taxiboys, aprovechando el descuido de unos turistas brasileños que dejan la puerta abierta.
Recorro piso a piso, golpeando puertas, preguntando si ahí había sido la detención, hasta que me detengo en una puerta. Toco el timbre. Nadie sale. De pronto el ascensor hace ruido, se detiene y desciende un viejito. Le consulto si este es el hotelucho de las noticias. “Algo había escuchado por la radio, pero nunca imaginé que fuera éste. Mirá vos”, contesta el viejo sonriendo. Le explico mis intenciones, le miento incluso (he venido especialmente de Chile para hablar con la encargada de este hotelucho), el viejo ríe y promete hacer todo lo posible. Después de un minuto exacto aparece una mujer joven, pequeña y morena.
 “Lamentablemente no podemos dar ninguna información. Me temo que tendrá que dirigirse al tribunal”, dice la mujer de acento raro, pero sin darme tiempo a preguntar nada.
Antes que cierre la puerta le sonrío y le digo si ella cree que la pareja de taxiboys era simpática o buena onda, usted me entiende, ¿no? Ella me mira fijamente, con ganas de sonreír por primera vez en la tarde, pero se sobrepone y con pena responde: “Lo único que le puedo decir es que era una pareja muy amable”, remata y cierra la puerta en mis narices.
A la mañana siguiente llamaré a la Fiscalía Nº 13, dirigida por Marcelo Roma, y le haré las mismas preguntas que ya le había hecho antes. Sin embargo, cuando uno hace las mismas preguntas las respuestas suelen repetirse: “Disculpe, caballero, pero no damos información por teléfono”. Nuevamente diré que no hay problema, que puedo ir hasta allá, que no estoy lejos. Por unos segundos habrá un silencio, hasta que el funcionario responda: “No, lo que sucede es que tampoco estamos entregando información en persona”. Colgaré el teléfono con esa respuesta, y al hacerlo, esta crónica llegará hasta este punto

GONZALO LEON
En Buenos Aires

(Publicado en “Punto Final” edición Nº 734, 27 de mayo, 2011)
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