Edición 731 desde el 15 al 28 de abril de 2011
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El fallo de la Fiscalia

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Graciela Alvarez

No son muchas las mujeres que se han destacado tanto como ella, y durante tanto tiempo, en la defensa de los trabajadores, en la lucha por las libertades públicas y los derechos humanos y en el esfuerzo por construir una democracia de verdad para los chilenos. Chela Alvarez fue una mujer valiente y consecuente. Comunista desde los 16 años, como abogada laboralista dedicó hasta el último día su vida profesional a los trabajadores y obtuvo victorias resonantes. También se preocupó a fondo por el papel y la responsabilidad de los abogados en el cambio social. En los últimos años fue destacable su preocupación por la causa del pueblo mapuche. Mujer de cultura, estuvo en el elenco inicial del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, pero pronto lo abandonó por considerar que su camino sería diferente.
A finales de la década de 1940 estaba defendiendo a los perseguidos por la Ley de Defensa de la Democracia. En el Memch había contribuido a la conquista de derechos políticos para las mujeres. Participó en las campañas presidenciales de Salvador Allende, especialmente en las de 1958 y 1964. Fue secretaria general del Instituto Popular, que agrupó a profesionales y técnicos de Izquierda que se dieron como misión elaborar instrumentos teóricos y prácticos para afrontar tareas de gobierno. Fue un antecedente valioso de la Universidad Popular y del programa de Salvador Allende, triunfante el 4 de septiembre de 1970. Profunda conocedora de los problemas laborales de los trabajadores y de sus dificultades previsionales, en el gobierno de Salvador Allende fue fiscal del Servicio de Seguro Social, al que estaban afiliados los obreros industriales, mineros y de otras actividades productivas, los trabajadores de servicios, los obreros agrícolas y las empleadas domésticas.
Después del golpe militar se quedó trabajando en Chile. Inolvidable fue su participación en el funeral de Pablo Neruda. Inició los gritos de homenaje y los cantos de despedida. Leyó un poema ante la tumba del poeta y se mantuvo siempre al lado de su viuda, Matilde Urrutia. En ese período oscuro se dedicó a la defensa de los detenidos y perseguidos políticos y sus actuaciones remecieron al Colegio de Abogados y hasta a la misma Corte Suprema. Finalmente, fue detenida por la Dina y expulsada del país.
Se asiló en Venezuela, donde participó sin descanso en tareas de solidaridad. Revalidó su título de abogado y ocupó cargos en la administración del Estado. Cuando retornó a Chile se sumó a la lucha contra la impunidad y a la demanda por verdad y justicia. Desde la Asociación Americana de Juristas se preocupó de la situación de los derechos humanos en el continente. Fue inclaudicable en el apoyo a la revolución cubana y nunca abandonó su convicción de la necesidad de una revolución que cambiara la sociedad a fondo, favoreciendo, con un neto sello humanista, en primer lugar a los explotados.
En 1999 anticipaba lo que seguiría siendo su ideario: “A las puertas del tercer milenio se plantea en todos los ámbitos la necesidad de fortalecer los regímenes democráticos y hacer imperar de verdad el respeto a los derechos humanos. Es evidente que es preciso consolidar un Estado de derecho, en que se respete de manera sustancial y no adjetiva el derecho y que éste sea un instrumento al servicio del hombre, de la colectividad, de las mayorías, con respeto, por cierto, de las minorías”. Y concluía: “Hay que terminar de cerrar al máximo esa separación enorme que ha existido entre teoría y práctica, entre justicia y derecho, entre igualdad real e igualdad formal. Es una hermosa tarea y un desafío difícil, enorme, que debe motivarnos a todos”.
Sensible y valerosa, inteligente y firme, Chela Alvarez no será olvidada. Su nombre queda como otra de las grandes mujeres que han ennoblecido nuestra historia.

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 731, 15 de abril, 2011)
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