Edición 729 desde el 18 al 31 de marzo de 2011
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Egipto

La revolución
del loto

Desde tiempos faraónicos, el loto, que crece a orillas del Nilo, es el símbolo de la identidad egipcia. Los papiros en sus jeroglíficos encierran invalorables testimonios históricos y las columnas de sus milenarios templos, replicando su forma, lo convierten en el emblema de la flora nacional. Hoy es expresión de la autenticidad y peculiaridad de la revuelta en Egipto
Nadie puede negar la coincidencia temporal de los estallidos en el mundo árabe norafricano y en la Península Arábiga, hasta Bahrein, una pequeña isla del Golfo Arábigo o Pérsico. ¿Efecto dominó (como cierta prensa tiende a definirlos)… o hartazgo popular simultáneo frente a viejas y similares injusticias sociales sufridas por los pueblos de la región? En cada uno de estos países, los padecimientos de las clases preteridas alcanzaron niveles insosteniblemente abusivos, tanto como la opulencia escandalosa y el enriquecimiento inmoral de minoritarios sectores, estrechamente ligados al poder de turno. En el mundo árabe, no fueron cayendo una tras otra las piezas del dominó; ¡todo el tablero voló por los aires!
Los países árabes del norte africano y del Oriente Medio viven en medio de un tembladeral de cambios, cuyo final es impredecible. Tal vez sólo es posible la audacia de afirmar que “todo sacudón es mejor que una inmovilidad anquilosante”. Tras un proceso lento, que arrancó hace cierto tiempo, pueblos considerados dóciles, sumisos y complacientes, dijeron ¡Kefaya! (¡Basta!), a ancestrales sufrimientos y postergaciones, y se lanzaron a las calles para una marcha sin retorno.

Adiós a una era

Pero es en Egipto donde con más vehemencia se manifestó el fenómeno, y con mayor vigor se va dando la profundización y proyección del movimiento. Sus actores principales son jóvenes, recién salidos de la adolescencia. Son el pequeño motor que puso en marcha una maquinaria que ya hoy no conoce diferencias de ningún tipo. Hombres, mujeres, niños y mayores, unidos por el solo sueño de un nuevo país, de una nueva vida, convergen, en un escenario conmovedor, para contribuir a la realización de ese objetivo común.
La Revuelta del Nilo inunda de emoción y alegría a la pequeña franja de tierra cultivable y las más de ochenta millones de almas que la habitan. El octogenario presidente Hosni Mubarak, después de treinta años de poder absoluto, se vio forzado a irse. Era el viernes 11 de febrero, un día después de su última aparición pública, en la que anunciaba su decisión de encabezar el proceso de cambios exigido por la multitud que, desde hacía 18 días había ganado las plazas y calles del país. Al anuncio de su “resignación”, siguió unos minutos de desconcierto; después, el desborde emotivo, con abrazos, besos y lágrimas de alegría.
Todo el cielo egipcio se iluminó con la luz que emanaba de millones de ojos encendidos de gloria. Era la celebración del fin de una etapa y el inicio de una nueva página de la historia del país. El parto no fue fácil, pero la admirable solidaridad ciudadana alivió las penurias de la multitud movilizada sin descanso, acercándole agua, comida, cobijas, y asistencia de todo tipo. En todos los lugares de concentración popular se levantaron improvisadas guarderías y centros médicos para atenciones primarias y de urgencia. Nada logró mellar su resistencia. Ni los casi 400 muertos y más de dos mil heridos amilanaron a una ciudadanía determinada, tras varios meses de manifestaciones aisladas contra la pobreza, la corrupción, el desempleo y, finalmente, contra quien encarnaba la caducidad del régimen imperante: Hosni Mubarak.

Fuerzas armadas
en acción

Las pérdidas humanas y los heridos se dieron en los dos o tres primeros días del estallido social. Finalmente, la policía desbordada huyó despavorida y en desbandada, tanto de los puntos en convulsión como de las calles y las propias cárceles (de reos comunes), que quedaron desprotegidas y libradas a su suerte (o a su desgracia). Otra vez la rápida reacción popular, agrupada en “comisiones vecinales” improvisadas, se movilizó para proteger calles, casas y la seguridad ciudadana.
Frente a semejante situación, y para evitar choques entre la multitud opositora y algunos, objetivamente, pocos defensores de Mubarak (que hubieran significado un baño de sangre), las FF.AA. entraron en acción. Sus efectivos, compuestos de fusileros y tanques de guerra, se apostaron en los puntos clave de la ciudad, para evitar el desastre. Su aparición, lejos de intimidar a la población sublevada, fue recibida con beneplácito, y pronto se estableció un afectuoso acercamiento entre militares y pueblo.
Desde un primer momento, el ejército manifestó su intención de interceder entre la oposición y la cúpula gobernante. De nuevo, siguiendo una tradición que viene de los tiempos del presidente Gamal Abdel Nasser (padre de la revolución egipcia), las fuerzas armadas demostraron ser amigas del pueblo y no instrumentos de represión. La historia contemporánea egipcia no registra un solo episodio en que el ejército haya jugado un rol represor.
Tras el alejamiento de Mubarak, todo el poder ha sido transferido al Consejo Supremo de las FF.AA. (CSFA), y nadie ha cuestionado aún su gestión en este proceso de transición del Egipto del autoritarismo a la democracia. El mariscal de campo Hussein El Tantawi (jefe del CSFA), ha estado en permanente diálogo con las diversas fuerzas de oposición, incluidos los jóvenes impulsores de la reciente rebelión, y ha ido tomando medidas de acuerdo a las exigencias planteadas por aquéllas. Hoy, prácticamente, se está estrenando un nuevo Consejo de Ministros, conformado a partir de figuras sugeridas por la propia oposición.
El calendario original del proceso de transición no ha sufrido modificaciones. En consecuencia, las enmiendas constitucionales están en marcha; hay una amplia libertad de información en los diversos medios de comunicación, oficiales y oficiosos; los partidos y movimientos políticos están inmersos en tareas de reorganización y de reagrupamiento, con miras a las elecciones generales previstas para agosto o septiembre próximos.

Causas de la revuelta

Ningún observador o analista político pudo predecir, ni siquiera intuir, la posibilidad de los recientes hechos. Incluso se puede correr el riesgo de afirmar que los propios jóvenes que impulsaron la rebelión ignoraban (e ignoran) la proyección de mediano y largo alcance del movimiento generado. Todo se inició con una simple convocatoria a una movilización ciudadana para el martes 25 de enero, en puntos neurálgicos de cada localidad del país. El llamamiento superó las expectativas de sus gestores y, más aún, su ulterior expansión y extensión. Al principio eran simplemente reclamos socio-económicos, con el específico elemento político de la renuncia de Mubarak. Hoy, a la luz de nuevos hallazgos de la ciudadanía en pie, que ataca y toma por asalto edificios de los llamados organismos de seguridad del Estado (existentes en todas las ciudades importantes del país), las “intimidades” del aparato represivo gubernamental de los últimos años ofrecen testimonios y pruebas escalofriantes. En los análisis actuales, confluyen ingredientes socio-económicos y políticos de igual magnitud y gravedad.
Egipto registró en los últimos quince o veinte años un desarrollo y un crecimiento económico impresionantes. Hubo un auge en la construcción de obras de vialidad y complejos habitacionales. Consecuentemente, la composición de la sociedad egipcia experimentó una transformación muy grande. Se ha creado un sector social abusivamente acaudalado, una clase media amplia -compuesta por profesionales, técnicos y trabajadores calificados- y, en la base de la pirámide, un extendido sector condenado al trabajo eventual, a la subocupación o al desempleo total. Es decir, aquí, la teoría económica neoliberal del derrame de la riqueza se reveló como una hermosa expresión gráfica, útil sólo para los artículos, libros, ensayos o recursos retóricos de desatinados conferencistas. En Egipto, por lo menos, ese derrame no se dio. ¿Se habrá dado en algún otro lado?

Los gestores de
esta epopeya

La indignación ciudadana frente a la injusta distribución de la riqueza, ostentosamente concentrada en pocas manos, iba in crescendo. Paralelamente, la paulatina pérdida del poder adquisitivo de los sectores medios (beneficiados inicialmente con el auge económico), debida al encarecimiento incontenible del costo de vida, extendía y profundizaba el descontento social. No ha sido ajena a esta situación la crisis alimentaria mundial. Egipto es un país de casi 85 millones de habitantes, que vive sobre una superficie habitable y cultivable de unos 40 ó 50 mil kilómetros cuadrados, por lo que está obligado a importar un alto porcentaje de productos alimenticios. Sus ingresos son importantes: turismo, petróleo, industria textil, Canal de Suez, etc., pero sus egresos, sumados a una corrupción galopante, iban en aumento constante.
Impulsados por una natural sensibilidad, los jóvenes fueron levantando banderas reivindicativas, haciendo suyos los reclamos más sentidos, como la lucha contra la corrupción pública y privada, la falta de oportunidades laborales y contra un régimen político asfixiante. Recurrieron al omnipotente y omnipresente Internet para ir formando grupos de estudio y de acción en distintos puntos del país, movilizándose en forma cada vez más firme, hasta sufrir, el 6 de abril del año pasado, el apresamiento y muerte de uno de sus líderes, Jaled Said. A partir de entonces, la corriente adquiere el nombre de Movimiento 6 de Abril, verdadero motor de las movilizaciones que terminaron con la era Mubarak.
De seguir su misma dinámica, la Revolución del Loto está llamada a consolidar la condición de Egipto como país rector del mundo árabe y el Medio Oriente. Jóvenes, niños y gente de todas las edades han tomado en sus manos las tareas de vigilar, limpiar y hermosear las calles, plazas y jardines de sus barrios y ciudades. Paralelamente a lo que se vaya logrando en los planos económico y político, una verdadera revolución cultural está en marcha. En la céntrica Plaza Tahrir, siguen intactas las tiendas de campaña, con guarderías, centros de esparcimiento cultural y unidades de atención médica permanente. Todos los viernes (día sagrado islámico), el pueblo acude a esa plaza con sus banderas y cantando slogans relativos a los nuevos tiempos. “Egipto es nuestro”, “El poder es del pueblo”, “Todos somos egipcios” (esto último, en respuesta a quienes pretender crear una falsa confrontación entre musulmanes y cristianos), con un nuevo logo que expresa la unidad religiosa en Egipto: la media luna y una cruz en el medio.
Los jóvenes, su vigor, su sensibilidad social, su inteligencia, su capacidad creativa son los verdaderos gestores de esta epopeya. Los jóvenes son los abanderados del nuevo Egipto. Lo deseable es que no bajen la guardia y no se dejen escamotear sus banderas por politiqueros oportunistas o por pescadores de río revuelto que intenten arrebatarles el emblema de esta victoria

AUSBERTO RODRIGUEZ JARA (*)
En El Cairo

(*) Periodista y escritor paraguayo radicado en Egipto.

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 729, 18 de marzo, 2011)
punto@tutopia.com
www.puntofinal.la
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