Edición 727 desde el 21 de enero al 4 de marzo de 2011
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Autor: Ricardo Pinto Neira

Fue en los 90. Por esas cosas de la mala influencia generalizada, me encontré peregrinando por la ruta al éxito en una carrera universitaria “con futuro”. Pero no tuve que ver la luz. La oí. Con una simple entrevista matinal en la radio Rock & Pop volví al carril idóneo. Al oficio. Descubrí la vocación. Un tiempo después, como sagaz reportero me hice la idea de pelear cada nota con desfachatez insolente. Hasta que aparecía en el ruedo algún portento como Alipio Vera. Uno “con medallas”. Cuando tuve semejante suerte, siempre acallé el ímpetu sin otro fin que impregnarme de aquella cátedra de periodismo inmediato, gratis e infalible.
Tales modelos, escuela valiosa y lúcida que marcaron mi evolución en el periodismo -o eso quiero creer al menos-, se despiden hoy sin pena ni gloria. Como las columnas de La Nación Domingo que, a falta de los escritos de Julio Martínez devoré con gula literaria, intentando nutrir una pluma, un patrón, un estilo. Al igual que yo, muchos quedaron huérfanos de la influencia. Ese poderoso legado que se nos tatuó en el inconsciente profesional fue descontinuado por mera política de empresa. Por adecuarse a las nuevas necesidades del negocio. Y en definitiva, por cuotas de displicencia horizontal justificada en las ganancias.
Seamos claros. La dinámica del reemplazo se inventó para asumirla sin lamento ni llanto, sobre todo en los medios de comunicación. Caras, voces y letras tradicionales se van renovando por frescura inexperta y con potencial, mucho más rápido que en otros giros laborales. Lo sabemos. El tiempo pasa y nos vamos poniendo desechables. Y con mayor quórum en sociedades como la nuestra, superficiales, simplistas, hedonistas y cambiantes. Sin identidad ni respeto por las buenas ideas de largo plazo. Comunidades que se saltan el proceso íntegro o la evolución sostenida en una base común. Donde todo es por herencia colonial “un solemne lote”…
Recuerdo con añoranza la famosa radio que “sonaba fuerte” emulando a su gemela argentina y posicionándose como la voz de los jóvenes. La que importaba las corrientes de música de vanguardia, la que improvisó contenidos y los puso subrayadamente de moda. La del lenguaje auténtico que dio origen a un holding multimedial de culto. Que formó a los grandes líderes de opinión locales, los mismos que por estos días transitan su vigente madurez. La generación de las neuronas batientes.
Con el tiempo, esta señal cayó en una de las dos grandes cadenas de emisoras que homogenizaron el dial chileno, en uno de esos grupos uniformes donde un DJ llega a ser director y termina despilfarrando años de marca y presencia en el aire. No es raro. Esos usureros vendidos al sistema, del lado que sean -incluso los que pertenecen a su enconada y disímil competencia- son los que mataron el nicho radial en nuestra frontera sin más motivo que su ceguera avarienta. Convirtieron la frecuencia modulada en un pasillo de supermercado y por ejemplo, liquidaron a la Rock & Pop con lanceta criolla. Sí, la misma que mañana será un popurrí de chatarra sonora  para adolescentes mientras su gemela en Buenos Aires sigue con los mismos “viejos” frente al micrófono, regalando tendencias, privilegiando el mensaje…
No es más alentador el criterio de renovación del grupo Luksic en Canal 13. Un buen editor de prensa mandaría a los novatos a “colgarse” del trabajo de gente como Vera. Por lo mismo, un ejecutivo que conozca el trabajo y fama de éste, les asegura lugares de privilegio, si es que pretende sacarlos del ajetreo en directo. Acá no. Los echan. Junto a otros cien empleados de trayectoria y probada vanguardia en la estación de los escasos angelitos. Así de simple. Importa más el cutis que el bagaje. Como si el público frente a la TV fuese un cliente pasivo.
Se equivocan. Como se equivocaron quienes decidieron sacar el diario La Nación de los quioscos. O tantos otros pasquines de idea libertaria y honesto depósito de materia gris que vieron intervenidas sus válvulas de sustento. Hay algunos mandamases que -siguiendo las señales del pastel publicitario- están provocando un vacío en los contenidos. Les conviene. Un vacío que por mera naturalidad pronto será llenado por nuevas arremetidas de imaginación fresca e inventiva moderna, aglutinadora de juicio popular.
Pasó hace 50 años. Hace quince, y está pasando ahora. Cuando las directrices las dicta el target, tarde o temprano aparece una grieta en la maqueta de los que cimientan la realidad editorial desde sus butacas de obedientes perfeccionistas del mercado.

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 727, del 21 de enero al 3 de marzo, 2011)
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