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La CUT en
su hora fatal
Ricardo Candia Cares
De aquí a poco el más grande escándalo político gremial del último tiempo pasará al olvido, si es que los llamados a adoptar una actitud más decidida siguen guardando silencio. Que ministros de Piñera, ex ministros de Bachelet y dirigentes de la CUT acuerden en el secreto de comedores exclusivos lo que pasa con el reajuste de los trabajadores, no es algo que suceda a cada rato.
De existir una organización que represente a los trabajadores y cuyos dirigentes sean elegidos libremente por los trabajadores, cuyos fines tuvieran relación con la defensa de los derechos de la masa laboral y dispusiera de una estrategia política contraria al actual modelo económico, otro gallo cantaría. Pero un delirio de esa naturaleza no define a lo que conocemos como CUT.
La actual Central fue domesticada por veinte años de Concertación para el efecto de concebir gobiernos que hicieran lo que quisieron, y muy contadas veces se ocuparon de medidas en favor de los trabajadores. En esos tiempos, de vez en cuando se dejaban oír las voces de quienes exigían democratizar la Central mediante el voto universal y la transparencia en su gestión. Pero como respuesta sólo lograban falsos arranques de ira de sus dirigentes, que citaban a escuálidas manifestaciones para amenazar con un paro nacional que nunca fue.
En retrospectiva, resultan risibles esos discursos leídos por Arturo Martínez en que amenazaba con levantar a los trabajadores contra los gobiernos de su partido, en circunstancias que nadie lo escuchaba y, menos aún, nadie le creía. Martínez, así como otros prohombres de esa Central, se auto proclamaron dirigentes por la vía de un sistema antidemocrático por cual unos cuantos suplantan a todos los trabajadores, dizque afiliados. Nadie puede explicar cómo es posible que no sean los propios trabajadores los que voten por sus dirigentes y, al momento de las elecciones, sean suplidos por un sistema que es peor que el binominal. También es inexplicable que el Partido Comunista se haya prestado durante todo este tiempo para mantener las cosas de la manera en que están: con la opinión de los trabajadores secuestrada por una elite que no ha permitido que la democracia ingrese a los feos y oscuros pasillos del edificio de Alameda.
Por años las finanzas de la Central han sido un misterio sólo comparable con la desaparición de los mayas. Una danza de millones -de los cuales no han entregado nunca una cuenta detallada que vincule gastos con ingresos-, hacen de esa caja una suerte de hoyo negro en que todo lo que entra, finalmente desaparece. El Colegio de Profesores abona casi cien millones de pesos al año, sin que los dueños de esos dineros, los profesores afiliados al Colegio, sepan qué se hace con esa fortuna.
Condición necesaria para la existencia de un régimen como el que vivimos, que aplica los principios de la dictadura por otros medios, es la existencia de dirigentes que se auto adjudican la representación de los trabajadores y llegan a acuerdos ilegítimos con los personeros del régimen sin que se les mueve un músculo de la cara.
Para que tengamos a la derecha ahí donde usted la ve, fue condición necesaria que la Concertación evolucionara: sus ardientes revolucionarios pasados para la punta mutaron a gorditos simpáticos con parcelas en Peñalolén o Santa Sofía de Lo Cañas. Del mismo modo, fue necesario que los dirigentes de los trabajadores mutaran a especuladores y tramposos, a salvo de los vaivenes de la pobreza, manejando a discreción presupuestos magníficos y con llegada a celulares exclusivos. E impunes.
Durante los veinte años de la Concertación se desmovilizó a la gente, se la dejó al margen, como meros espectadores, como una turba de malagradecidos por lo que se había hecho por ellos. Traicionando lo que antes dijeron respecto del pueblo y sus derechos, una vez en la cúspide, miraron hacia el lado y se olvidaron de sus promesas.
Tienen la palabra aquellos que se han diferenciado de esas cúpulas. Suena demasiado fuerte el silencio de quienes debieron haber tomado esta oportunidad para levantar una ola de indignación rebelde, para dar pasos de verdad en dirección a refundar la Central o hacer una nueva. Y dar cuenta de qué hacen con exactitud quienes figuran como dirigentes nacionales, cuál es su sindicato y qué hacen cuando todo el mundo sale a trabajar en las mañanas.
El arreglín ilegítimo y escandaloso con ocasión de la negociación del sector público, debiera servir como trampolín para llamar a rebelarse contra una Central sistémica que no ha hecho otra cosa que reproducir sus vicios y desligarse de los intereses de los trabajadores.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 726, 7 de enero, 2011)
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