Edición 726 desde el 7 al 20 de enero de 2011
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NO AL ABORTO TERAPÉUTICO


Autor: Gonzalo León

 

Hace pocas semanas se reinstauró el debate sobre el aborto terapéutico, teniendo como protagonista esta vez a la senadora UDI Evelyn Matthei, cuestión que incomodó a La Moneda. Unos días antes de Navidad nuestro “sabio” presidente llegó a decir: “Es bueno que nuestro gobierno, nuestros ministros y subsecretarios tengamos siempre presente los valores que inspiran nuestra acción”. Desde luego se refirió al derecho a la vida, “especialmente del que está por nacer”. Este “especialmente” no sólo ha sido usado por Piñera, sino también por la Iglesia Católica, justificando esa supuesta vida de primera categoría en el feto o embrión. Ellos, los conservadores, son los primeros en afirmar que toda vida es importante, pero para defender un feto la explicación cambia y se afirma todo lo contrario.
Vidas de primera categoría serían los embriones o fetos, algo así como ciudadanos de primera categoría que encarna nuestro presidente. Sin embargo, al catalogarlos, lo que la derecha conservadora hace es discriminar, vale decir existen vidas más importantes que otras. El escritor argentino Rodolfo Enrique Fogwill escribió una columna hace casi treinta años titulada “El aborto es cosa de hombres” y en ella compara, a modo de ejemplo, a los fetos con los abuelitos y los paralíticos, debido a su dificultad para moverse; pero también los compara con “los hinchas del fútbol y las señoras que ven mucha televisión”, debido a que “carecen de conciencia”. Estas comparaciones me hicieron pensar en que deben existir otras “vidas importantes”. De este modo podemos afirmar que tal como los fetos o embriones, los enfermos mentales, los parapléjicos, en fin todos aquellos que no pueden defenderse son vidas de primera categoría.
Establecido esto, podemos entonces decir que todos aquellos que gozan de buena salud son vidas de segunda categoría y por ende, sacrificables, entre ellos el mismísimo presidente de la República y algunos ministros y subsecretarios, a quienes se les podría aplicar eutanasia ahora. Defender la tesis de no abortar, como ven, no es tarea fácil, sobre todo cuando se enarbola desde el conservadurismo.
Daniel Link, otro escritor argentino, escribió un texto en el que habla de una clínica austriaca de enfermedades nerviosas para la infancia y la juventud, llamada Spiegelgrund. Después de la anexión nazi, este centro de enfermedades mentales, ubicado en Viena, recibió a los niños austriacos para ser sometidos a investigaciones científicas como verdaderos conejillos de Indias, o “para ser eliminados de acuerdo con el programa de eutanasia que, a toda costa (y pese a la impopularidad con que contaba en la misma Alemania), Hitler se empeñó en implementar”.
Entre los experimentos que Spiegelgrund realizó se cuentan poner a un niño de diez años descalzo sobre la nieve y ver cuánto tiempo podía durar ahí, o cuántos kilos podía adelgazar una niña sin caer en coma. Después de la ocupación nazi, el director de la clínica fue juzgado y condenado a muerte. Sin embargo, este ejemplo de vidas de segunda categoría sirve para determinar cuán peligroso es discriminar. Lo paradójico es que los desvalidos o indefensos eran, para la Alemania nazi, sacrificables en pos de un beneficio mayor: el progreso de la ciencia.
Si vamos a defender el derecho a la vida no hay que hacerlo “especialmente” con unos, porque se traslada la discusión hacia otro plano: ¿quiénes merecerían morir? O dicho de otro modo, si se llegara a la conclusión de que los fetos y embriones no son indefensos, ¿sería legítimo abortar? Según el razonamiento de la derecha conservadora de este país, sí. Pero si las condiciones para abortar o no abortar son difusas y relativas, por qué no permitir el aborto con todas sus letras. ¿Qué hay detrás de esta prohibición?
Algunos repetirán que el derecho a la vida, tal como está escrito en la Biblia; sin embargo, este derecho esta sacramentado en las Constituciones de todos los países del mundo y, es más, se encuentra penado por la ley. O sea, es materia zanjada. Pero la cuestión se enreda más aún cuando examinamos la historia reciente de Chile y vemos que esa misma derecha conservadora amparó los crímenes de la dictadura: asesinatos, desapariciones, torturas, experimentos con seres humanos. ¿Por qué si antes no estuvieron con el derecho a la vida, ahora sí? Este relativismo moral es precisamente el que les quita autoridad para decir si el aborto es bueno o malo, o si debe ser legal o no.
Mi opinión puede ser difícil de comprender, pero está en la línea de la argumentación de evitar la discriminación: estoy a favor del aborto y en contra del aborto terapéutico. Porque, insisto, todas las vidas tienen un mismo valor; y estoy convencido de que abrir un flanco sobre qué tipo de vida es deseable, puede prestarse, a la larga, para prácticas fascistas.

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 726,  7 de enero, 2011)
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