Edición 726 desde el 7 al 20 de enero de 2011
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La fértil huella del exilio chileno en Bogotá

Alternativa popular al Leviatán neoliberal


Autor: JUAN JORGE FAUNDES

“…ningún cañón borrará,
el surco de tu arrozal…”.
                        Víctor Jara

 

“No me saquen de mi tierra donde yo nací,
no me saquen de mi cerro donde yo crecí”.
Composición musical colectiva
Casa Taller Juvenil - Pensarte
Seden, Bogotá. 2008

Mientras en Chile las consecuencias del Leviatán neoliberal brotan de improviso y todos se sorprenden -como si el incendio de la cárcel de San Miguel y sus 81 muertos, o los 33 sobrevivientes de la mina San José, o el terremoto que derrumbó la arquitectura de la pobreza no hubieran estado siempre aquí, latentes por décadas, sin que nadie hiciera nada, ni siquiera la Izquierda con su ausencia de propuestas-, en Colombia, en los barrios de los cerros nororientales de Bogotá, donde habitan miles de familias esforzándose por superar la pobreza apoyándose en sus propios medios, los rostros de un matrimonio chileno que llegó a Colombia en 1974, expulsado por la dictadura de Pinochet, hoy, 36 años después, permanecen estampados en un muro, retratados por los propios pobladores junto a una leyenda que resume magistralmente la historia: “Unidad de colombianos y chilenos en defensa de la niñez de los barrios populares”.
Es la fértil huella del exilio que ha quedado viva en una organización: la Coordinadora de Organizaciones Populares de Defensa de los Derechos del Niño y de la Niña que opera en una vasta zona poblacional en los cerros del sector nororiental de Bogotá y en una fundación, la corporación Servicio de Defensa de la Niñez (Seden). Se unen en la coordinadora, fundada en 1983, la Asociación pro-Defensa de los Derechos del Niño “Villa Nidia”, la Asociación de Defensa de los Derechos del Niño “Cerro Norte”, y el Seden.
Edgar León, educador popular colombiano, es hoy quien está a cargo de la Corporación Seden, y nos guía y orienta no sólo por estos casi 30 años de historia, sus fotografías y documentos, sino también por la geografía de los cerros, que gracias a la autogestión de sus habitantes hoy exhiben calles pavimentadas, agua potable, alcantarillado, electricidad y niños, jóvenes y adultos que se esmeran en cultivar la soberanía alimentaria. Y también la seguridad, mediante un proyecto de presencia ciudadana activa. “Desde hace varios años -explica Edgar León-, y como una de las estrategias para enfrentar la violencia que se ha venido apoderando de las calles, esquinas y parques de los barrios populares, muchas organizaciones en todo el país hemos decidido hacer mayor presencia en la noche realizando comparsas, marchas, cine, presentaciones artísticas y muestras culturales justo en los lugares y horarios donde el atraco y el miedo se venían apoderando de la vida barrial”.
Edgar nos invita a leer la “misión” de la Coordinadora de Organizaciones Populares de Defensa de los Derechos del Niño y de la Niña: “Proponemos una alternativa de resistencia popular frente al sistema económico dominante que permita construir relaciones sociales justas y de vida digna, a través de la creación y consolidación de procesos comunitarios transformadores y educativos…”. La Coordinadora se autodefine como “…una organización comunitaria sin ánimo de lucro de carácter popular, que trabaja por la promoción y defensa de los derechos económicos, sociales, culturales, civiles, políticos y ambientales de los niños, niñas, jóvenes, adultos y adultos mayores de los barrios de los cerros nororientales y sus alrededores, teniendo en cuenta el contexto familiar, social y cultural”.
Ello es más que un mero discurso. Así ha quedado expresada en palabras una historia que se remonta al año 1979, época en que los cerros nororientales de la capital colombiana, del llamado sector San Cristóbal Norte, se encontraban cubiertos por los barrios Santa Cecilia Alta, Cerro Norte, Villa Nidia, Zoratama y El Codito, una especies de “campamentos”, en la jerga chilena, resultado de la ocupación paulatina por familias sin casa de terrenos fiscales destinados a reservas forestales. Todos esos barrios, a esa fecha, carecían de los servicios básicos de agua potable, alcantarillado, pavimento, teléfono y energía eléctrica. No había servicios de salud, zonas de recreación ni deporte. Y eran habitados por miles de colombianos en situación de pobreza y extrema pobreza. Hoy se habla de unos noventa mil habitantes.

Grupos de Unidad Familiar

Cinco años antes, en 1974, había llegado a Colombia, trasladada por Acnur, la primera familia de refugiados chilenos tras el golpe militar, y así lo registraron los diarios, que inclusive los fotografiaron. Eran dos profesores y sus dos pequeños hijos (Hugo de 8 y Andrea de 12 años) que provenían de Lota, la zona del carbón, donde habían enseñado las primeras letras en escuelas públicas a los hijos de los mineros. Lucy González Pedreros, una joven profesora, y Hugo Renato Fernández Nilo, entonces de 34 años, también profesor, pero que antes de la salida del país debió sufrir un doloroso vía crucis por recintos de la dictadura hasta desembocar en el campo de prisioneros de Chacabuco.
Después de las primeras tribulaciones en el país de acogida, Lucy y Hugo decidieron que el exilio no es para lamentos ni nostalgias, sino una oportunidad de hacer realidad la hermandad latinoamericana. Entonces se las rebuscaron hasta que consiguieron trabajo en el estatal Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Lucy, titulada en educación especial, dirigió desde 1979 el Centro de Atención Integral al Pre-Escolar (Caip) de Servitá, un hogar infantil con cupo para unos 300 niños de los cerros del populoso y pobre sector San Cristóbal, donde la demanda se calculaba superior a los 1.500 niños. Hugo trabajó en la misma institución pública, pero en la División de Protección. Esta, semejante al Sename chileno en sus funciones, contaba con centros de rehabilitación a los que ingresaban niños por delincuencia o abandono. Hugo no era un funcionario de salón, salía por las noches a rescatar niños de la calle ofreciéndoles no sólo un resguardo institucional, sino además formación y educación mediante el trabajo productivo, basado en la pedagogía del ruso ucraniano Anton Semionovich Makarenko (1888-1939).Y si era necesario, por la hora, se los llevaba a dormir a su casa, donde cumplían un primer rito de limpieza y alimentación.
Lucy no tardó en darse cuenta del alarmante estado de abandono de la niñez en los cerros vecinos al sector que le había sido asignado, que es de donde provienen los niños que son traídos al hogar que dirige, y tres años después, en 1982, decide promover la organización y acción de los padres y madres de los niños que acuden al Caip de Servitá. Los organiza según barrios de procedencia y con sedes en sus mismos espacios, que es donde se hacen las reuniones. Nacen así los Grupos de Unidad Familiar.

La mula revolucionaria

Estos grupos, asesorados por Lucy y sus “jardineras” (cuidadoras de los niños) se reúnen en los barrios y hacen diagnósticos de la situación de la niñez, así como planes de compromiso social. Ello se manifiesta en la realización de acciones colectivas, que involucran a “jardineras”, madres y padres más allá de su propio hogar infantil, como la creación de hogares infantiles comunitarios organizados en los cerros por los propios pobladores. Además, los grupos familiares barriales realizan acciones de reivindicación y protesta ante las políticas de atropello del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar o del gobierno de turno, como retraso en los pagos, reducción de presupuesto, normas técnicas inadecuadas y reducción o restructuración del ICBF. Los Grupos de Unidad Familiar se transforman en los gérmenes de la actual Coordinadora de Organizaciones Populares de Defensa de los Derechos del Niño y de la Niña.
Bajo la coordinación de la exiliada chilena Lucy González Pedreros, el CAIP Servitá se transformó en un espacio de reflexión, investigación, diagnóstico y acciones participativas, un motor de organización y acción popular que definió al niño como ser humano integral y protagonista de su desarrollo pleno, y al adulto como generador de procesos formativos, investigador y actor social constante. La pedagogía del oprimido, del brasilero Paulo Freire, era una de las teorías y metodologías de educación popular que inspiraba y sostenía el proceso.
En 1982 se constituye la entidad sin fines de lucro Educación y Salud para Colombia (Edusacol), con los objetivos de impulsar la creación de formas organizativas y para la capacitación de madres interesadas en desarrollar programas de atención a la niñez desprotegida.
En los años iniciales, entre 1979 y 1980, (....)

(Este artículo se publicó completo en “Punto Final”, edición Nº 726,  7 de enero, 2011)
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