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“Conversaciones con Carlos Altamirano”
Duro juicio
al “socialismo” neoliberal
Introducción y selección de textos: Alejandro Lavquén
CARLOS Altamirano en los años de la Unidad Popular
Polémica provocará, sobre todo en la Izquierda chilena, el libro Conversaciones con Carlos Altamirano (Editorial Debate). Son 586 páginas que resumen las conversaciones que durante tres años sostuvieron el ex secretario general del Partido Socialista y el historiador Gabriel Salazar. Carlos Altamirano Orrego (88 años) fue diputado y senador del PS entre 1965 y 1973. En 1971 fue elegido secretario general de ese partido en representación de su ala más izquierdista. Su vida corrió grave peligro para el golpe de Estado; sin embargo, logró eludir la persecución y salir del país clandestinamente para establecerse en la ex RDA, y luego en Francia. Conservó su cargo de líder del PS hasta 1979 y encabezó -junto con Jorge Arrate y otros dirigentes en el exilio- la llamada “renovación” que llevó al PS a adoptar posiciones neoliberales. Esto produjo un quiebre orgánico y surgió una dirección paralela encabezada por Clodomiro Almeyda Medina, ex canciller de Allende, que sustentaba la tradición izquierdista del partido. Finalmente, el PS se reunificó pero bajo la conducción pro capitalista de Camilo Escalona Medina, actual senador. Altamirano, por su parte, rechazó los extremos que alcanzó la “renovación” socialista y adoptó una posición crítica que explica y profundiza en estas conversaciones con el Premio Nacional de Historia, Gabriel Salazar.
Los siguientes son párrafos seleccionados del libro Conversaciones con Carlos Altamirano.
Visión de
Salvador Allende
“Allende fue un político tradicional y un socialdemócrata convencido hasta, más o menos, 1960. A partir de entonces entró en un proceso de radicalización creciente, aunque nunca tanto como para dudar de la democracia chilena (...) En todo caso, según mostraron los hechos, él se radicalizó en el marco de su vocación democrática. De ahí que haya promovido la expropiación de latifundios, la nacionalización de industrias básicas, la propuesta de una Asamblea del Pueblo, etc., que, sin duda, en el contexto de ese tiempo, eran medidas revolucionarias, medidas que, en todo caso, se tomaban en un contexto legal, sin uso de la violencia. Su rechazo al uso de medios violentos se manifestó de la manera más nítida precisamente hacia el final de su gobierno. No debe olvidarse que en el propio cuerpo de generales había varios de ellos que estaban dispuestos a defender el gobierno de Salvador, no sólo porque eran constitucionalistas, sino porque concordaban con las medidas que estaba tomando el gobierno de la Unidad Popular. Recordemos que, después del tanquetazo (*) un millón de personas salió a la calle dispuesta a defender el gobierno. Se podía haber recurrido a las masas, a los Cordones Industriales, a los regimientos adictos, pero en la mente de Allende estas alternativas -que le fueron planteadas- no tenían cabida. No hizo nada al respecto y sus palabras finales lo prueban. Buscó alguna salida legal y pensó en convocar a un plebiscito, pero el llamado a plebiscito tenía una serie de dificultades legales, difíciles de superar, y había que contar con el beneplácito de la derecha. Todo dependía de los trámites en el Congreso, donde el obstruccionismo era increíble. Consciente de ello, y negándose a practicar una salida confrontacional, Allende optó por inmolarse, creyendo que con su inmolación, y desaparecido él, Chile volvería a la normalidad… democrática. Pensaba que si él tomaba un avión y escapaba de Chile, no habría normalización. Sólo cabía -en su lógica- el suicidio... La violencia potencial que podía alcanzar el proceso desaparecería si él descargaba la violencia sobre sí mismo...”.
Miguel Enríquez
tenía razón
“Allende simpatizaba con las revoluciones violentas hacia fuera (amigo de Ho Chi Minh, de Fidel…), pero era socialdemócrata hacia adentro: partidario del cambio estructural, pero defensor de la legalidad tradicional… Desde esa perspectiva, Salvador tuvo buenas relaciones con el MIR, pero a partir de un momento (cuando el MIR le robó parte de las armas que había en Tomás Moro) se produjo un cierto distanciamiento. Ahí Salvador se indignó y los acusó a Fidel a través de una carta. Independientemente de esto, Salvador apreciaba a Miguel Enríquez. Tenía una buena relación con su sobrino Andrés; adoraba a su hija Tati, que en definitiva era del MIR, y a la Payita, que también era simpatizante del MIR. O sea: Allende no tenía ni pactos ni relaciones políticas con el MIR, pero buenas relaciones con varios de sus miembros. Eran amistades y afectos, podríamos decir, como los que sentía por Fidel, el Che y otros revolucionarios, pero Salvador nunca se dejaba influir políticamente so pretexto de sus afectos y simpatías...
Por eso es también otro cuento absurdo que la dirección del Partido Socialista influía o presionaba a Allende para impedir algún arreglo con la Democracia Cristiana... ¡Cuento!... Es no conocer el celo con que Salvador mantenía su independencia política.
Pienso -y esto que no lo escuche ninguna máquina partidaria- que más razón tenía Miguel Enríquez que Salvador Allende. Y no por la cuestión simple de la vía pacífica o la vía armada, sino, primero: porque la democracia chilena no daba ni dio el ancho necesario para las reformas estructurales que se planeaban; segundo: porque la Democracia Cristiana no dio nunca el pase para establecer una aplastante mayoría capaz de realizar sin problemas los cambios requeridos; y tercero: porque, en definitiva, la ‘muñeca’ de Allende, por más hábil, flexible y astuta que fuera, no podía ni pudo remover la mole pétrea de lo que era (y es), en el fondo, la política en Chile y los sacrosantos intereses de la derecha. Tanto más, si el nuevo camino al socialismo era un movimiento desarmado. En ese contexto, la salida más probable al nudo en que nos metimos, era, pues, el golpe de Estado de la derecha. Muchos de nosotros lo veíamos venir. Y vino, claro, pero nadie imaginó la brutalidad, ni la crueldad, ni el terrorismo de Estado que descargaron sobre nosotros, ni los miles de muertos y torturados”.
Allende decidió morir
“Cuando estalló el golpe, un amigo me llamó muy temprano en la mañana para anunciarme que ya se habían sublevado tales y cuales regimientos y que el asalto de esas tropas podía producirse en cualquier momento. De inmediato tomé el teléfono y llamé a Salvador, que estaba en Tomás Moro, para confirmar la información. Salvador me contestó algo secamente, denotando tensión: ‘Sí, sí, viene el golpe…’. -Salvador, ¿y qué vamos a hacer? ‘Bueno, tu dirección partidaria sabrá qué hacer’, me contestó, abruptamente… Entonces me atreví a decirle: -Salvador, este tema ya hace algunos meses te lo estoy planteando. ‘Bueno, no es éste el momento para discutirlo…’. Obviamente yo no pensaba provocar una discusión en ese minuto con el presidente. Y allí se cortó la conversación. Fue la última vez que hablé con Salvador”.
Altamirano relata que después de esa conversación telefónica con Allende, se reunió con la dirección del PS y juntos escucharon las últimas palabras del presidente de la República: “Yo no renunciaré: pagaré con mi vida la lealtad del pueblo…”.
“Era evidente que Salvador había tomado la decisión de morir. Yo, un tanto imprudentemente, le (...)
(Este artículo se publicó completo en “Punto Final”, edición Nº 724, 10 de diciembre, 2010)
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