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La Torre de Papel
Nuevos
espejismos
Hoy todo parece extraño. La irregularidad ha pasado a constituir lo cotidiano. Como si el terremoto y maremoto, que han sellado el inicio del actual gobierno, se proyectaran cual rarezas permanentes ante una ciudadanía perpleja. Lo insólito es lo habitual. Todo puede ser posible. La linealidad histórica y política parecen haberse quebrado el 27 de febrero.
La conmoción geológica ha derivado en una conmoción humana, en una población aterrada que ya no atiende a los cambios o a las particularidades políticas. Es una ciudadanía que simplemente agradece estar viva, despertar entera cada mañana. En este temor, que puede tener tintes de pavor contenido, no hay cabida para la política y menos para los políticos. La vida, que en el sur de Chile es la sobrevivencia, tiene otras prioridades.
En la política está la mayor de las rarezas, que surge de lo inusual, de lo cambiante, de la liviandad y la retórica no contenida. Lo que se dijo ayer se olvida hoy, para proponer lo contrario mañana. Observemos algunos ejemplos de estas profundas rarezas.
Hace unas semanas, el presidente, que tiene su propio y muy singular programa de “privatizaciones”, vendió su paquete accionario de LAN. No sólo sacó un muy buen precio: al igual que sus pares de la minería y de otros sectores, hizo un rodeo tributario en un acto que podría parecer privativo de reyes y dictadores, porque si bien no es ilegal, es incongruente y paradójico para cualquier demócrata enfrentado a un Estado de derecho y un nutrido y diverso electorado. La paradoja toma características desatadas cuando el ministro de Hacienda de este mismo presidente anuncia que es necesario subirle los impuestos a las empresas para financiar la reconstrucción. Es la incongruencia, el absurdo cotidiano.
El presidente Sebastián Piñera cambia de idea, así como ya cambió de programa. ¿Será éste el cambio anunciado? Porque la reconstrucción da para todo, es un proceso de invención diaria, de improvisación, por cierto que de negocios y de increíbles equivocaciones. Porque si hay algo que ha perfilado este mes tras el desastre son las decisiones atropelladas, los errores, la política de la aplanadora. Un empuje algo enceguecido que pasa ante una población aún pasmada, ante una oposición absolutamente ensimismada en la búsqueda de nuevas ventajas y en el borrado de sus falencias. El gobierno parece avanzar solo.
Qué más podemos esperar. Parece que mucho más. Piñera sigue improvisando. Y también sumando errores. Como lo es la arrebatada conformación de un equipo de gobierno que no califica para la anunciada excelencia. Y parece que tampoco para la probidad. A la vista de sus antecedentes en el boletín comercial y Dicom, estos señores pueden ser un terror para las finanzas públicas. Pero eso no es noticia. O si lo es, no constituye gran titular. No logra impresionar. Tal vez nunca en estos últimos veinte años habíamos visto tanto desparpajo y relajo institucional en un gobierno. Por mucho menos la otrora oposición de derecha y sus medios afines armaron múltiples escándalos.
Pero la política y sus relaciones han cambiado. La gran prensa, aquella que marca la agenda pública, que dice qué es lo importante para el país, construye y precisa el cauce por el que se conducirá al país durante los meses y años venideros. Ya hay pequeños antecedentes que modelan esta idea de la política. El duopolio, cuya característica más visible es un profundo fundamentalismo neoliberal cristalizado en la institucionalidad heredada de la dictadura, tiene la carta de navegación bastante clara. Quedó en evidencia cuando el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, planteó un posible aumento tributario. Desde ambos lados del duopolio, y en forma bastante natural, surgió la crítica, que tenía también características de mensaje a La Moneda. El “proyecto país”, aquel instalado por la dictadura y perfeccionado por la Concertación, han dicho, se mantiene pese a terremotos y maremotos. No hay espacio para populismos ni demagogia, por muy derechista que ésta sea.
El poder de esta prensa es hoy total. Porque su monopolio ideológico, su virtual censura, que es omisión a todo aquello que es molesto o supuestamente irrelevante, no se ve. Lo que el público poco informado ve son los productos, las marcas, pero es incapaz de llegar a ver al productor y sus objetivos. Para el duopolio, Piñera no sólo lo ha hecho muy bien -con la excepción del traspié tributario- sino que ya le ha puesto en sus manos aquel “proyecto país”. Un proyecto neoliberal y también compasivo con los pobres y damnificados que pese al terremoto, impulsará a la economía a un fuerte crecimiento, permitirá entregarle grandes subsidios a las víctimas y colocará a Chile en un buen sitio en el concierto internacional.
Esta es la fantasía de esa prensa. Fue el proyecto al que la Concertación tuvo que plegarse durante veinte años y que hoy ha pasado a sus verdaderos creadores.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 707, 16 de abril, 2010)
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