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Bicentenario
La difícil juventud de las nuevas repúblicas
Autor: HERNAN SOTO
EL libertador Simón Bolívar. Su sueño: la unidad latinoamericana.
Los decenios siguientes al término de la guerra de independencia fueron claves en Chile. Situaciones similares se produjeron en la mayor parte de los países hispanoamericanos. También en Brasil, aunque éste tuvo un desarrollo distinto y se mantuvo sin abolir la esclavitud y como monarquía hasta casi el siglo XX. La dependencia -de Inglaterra y otros centros mundiales del capitalismo-, la perpetuación del latifundio, la liberación de los esclavos, la reordenación de las estructuras oligárquicas, guerras civiles y conflictos entre países, fueron rasgos comunes.
La situación de América Latina hacia 1826, cuando terminaron las operaciones militares que sellaron la derrota definitiva de la Corona española vencida en Ayacucho, era preocupante. Salvo en Chile, la separación de España dejó un vacío de poder. Surgieron tendencias separatistas, caudillajes, pugnas entre la capital y las provincias y un fuerte temor a desórdenes populares, levantamientos de esclavos y rebeliones indígenas.
En Chile, la oligarquía dominaba sin contrapesos. Era la misma que había gobernado durante la Colonia. Como ha escrito el historiador Tomás Jocelyn-Holt “…la elite no se dividió internamente en ningún momento… la ausencia de motivos económicos y regionales decisivos hicieron que la unidad intra elite fuera relativamente fácil de lograr en situaciones de crisis y luego fácil de mantener”.
El panorama internacional era complejo. La caída de Napoleón había impuesto la paz en Europa y la restauración de las monarquías tradicionales derribadas por la tormenta revolucionaria. Los Borbones volvieron a Francia y España, donde Fernando VII aplastó a los liberales. El Congreso de Viena, guiado por el canciller de Austria, Metternich, se ocupaba de rearmar el mapa de Europa en el cual las potencias dominantes eran Francia, Rusia, Austria, Prusia y también España. Inglaterra apoyaba la restauración, pero se mantenía vigilante en su aislamiento. Recelaba del surgimiento de un competidor poderoso. Se temía una invasión española al continente americano con el apoyo de la Santa Alianza. El zar Alejandro de Rusia ofreció a Fernando VII veinte mil soldados y una flota naval que operaría desde el Mediterráneo.
Estados Unidos estaba alerta. Su apoyo a los patriotas latinoamericanos había sido más bien político, de simpatía, pero de escaso valor material. A comienzos de la década de 1820, todo indicaba que era inevitable el derrumbe del imperio español. Argentina, Chile, Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, México y Guatemala, se habían liberado. La batalla decisiva se daría en el Alto Perú, donde se mantenía la mayor concentración de tropas realistas en estado de combatir. En esa coyuntura, Estados Unidos debía asegurar su posición. Necesitaba “redondear” su territorio, para lo cual ya había comprado Louisiana a Napoleón y negociaba con España la Florida. Esta operación le aseguraría el control estratégico del golfo de México.
El gran sueño de Bolívar
Después de los triunfos militares de 1822, el Libertador comenzó el avance hacia su gran objetivo: la federación de los nuevos Estados en un bloque que integrarían México y Guatemala, la Gran Colombia -que comprendía Venezuela, la actual Colombia y Ecuador- Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Un bloque de los Estados del sur, tal como en el norte se agrupaba y fortalecía Estados Unidos. En el proyecto bolivariano los Estados mantendrían su independencia pero desarrollarían estructuras de cooperación y aseguramiento de la paz, a la vez que sumarían fuerzas en caso de ataque exterior.
La idea de Bolívar recogía el pensamiento de los precursores y de la mayor parte de los libertadores. Entendían que la división significaba debilidad y peligros. Bolívar estaba en una posición de poder y gloria como para emprender el proyecto, que ya perfiló en la Carta de Jamaica. Se sumaba a ello la inquietud que provocaban la Restauración y la Santa Alianza en Europa y el peligro de invasión.
Hubo intenso ajetreo diplomático y búsqueda de compromisos que aseguraran el éxito a un Congreso que se realizó en Panamá. En una reunión preparatoria se modificó un acuerdo que convertía a la federación en un árbitro que resolvía conflictos, asignándole un papel diplomático que preparaba propuestas que debían luego ser votadas por los involucrados. Entretanto, Estados Unidos, ya acordada con España la cesión de la península de la Florida, adhería a la doctrina que James Monroe enunció en un mensaje al Congreso de la Unión el 2 de diciembre de 1823.
Al Congreso de Panamá asistieron la Gran Colombia, México y Guatemala, Perú y Bolivia, con dos delegados cada uno. Fueron observadores Inglaterra y Holanda. En el Congreso se aprobó un Tratado de Unión, Liga y Confederación entre los países asistentes y la conformación de un ejército conjunto en caso que se produjera un ataque español. Se acordó igualmente continuar las deliberaciones al año siguiente -1825- en México, donde llegaron menos representantes que a Panamá; salvo Colombia, ningún otro país había ratificado los tratados y las conversaciones no dieron mayor fruto. El contexto político había cambiado, el peligro de invasión disminuía, la posición de Bolívar se debilitaba, se producían guerras civiles y guerras entre los países latinoamericanos. Estados Unidos se perfilaba como un peligro en ascenso, como se demostraría en el decenio siguiente.
Años después, un político colombiano, José María Samper, escribió: “Bolívar creyó siempre que todos los peligros nos llegarían de Europa, principalmente de España; jamás pensó que los gérmenes de futuros conflictos se hallarían en el continente, de un lado en la democracia espúrea y degenerada de la más antigua de las repúblicas, la de Washington y Jefferson, y del otro, del militarismo y de todos los elementos contrarios al espíritu de la República”.
Chile: economía y
predominio inglés
Los países independizados estaban virtualmente en quiebra. Necesitaban empréstitos; el comercio estaba en la ruina, con los circuitos tradicionales de intercambio dislocados. Muchas zonas de guerra habían sido devastadas, poblaciones completas se habían desplazado, las víctimas sumaban decenas de miles y eran enormes los daños materiales.
En Chile, después del triunfo de Maipú, las fuerzas realistas se concentraron en Valdivia, Chiloé y desencadenaron una guerra en la zona de Ñuble, Arauco, Concepción y Bío Bío. La situación era dificilísima. Se había perdido el mercado peruano, afectando gravemente a la agricultura. La “guerra a muerte” desangraba el erario, ya agobiado por la expedición libertadora al Perú, clave en la estrategia de San Martín y O’Higgins para lograr la independencia del cono sur. Chile debió contratar un empréstito en Inglaterra, el primero de una serie, que marcó la subordinación a la economía británica. Entre 1822 y 1879, el déficit financiero de Chile fue cubierto por empréstitos contratados en Londres por un total de casi doce millones y medio de libras esterlinas.
En el comercio, pronto los ingleses reemplazaron a los españoles y los productos británicos, norteamericanos y franceses invadieron el país arruinando las nacientes manufacturas nacionales y afectando incluso al artesanado. Pero fue en la minería y en los préstamos de dinero donde los ingleses lograron la supremacía.
Hacia 1836 había en Chile unos cinco mil ingleses. Principalmente agentes comerciales y navieros. Inglaterra tenía el dominio absoluto del transporte marítimo y sus nacionales eran comisionistas, mineros, importadores, prestamistas. Estos últimos reemplazaron a los “habilitadores” en las zonas de La Serena y Copiapó donde empezaba a florecer la minería del cobre que llegaría a ser hacia 1860 la más importante del mundo. Los préstamos de los ingleses parecían menos usurarios que los de sus antecesores, pero la referencia a los precios del mercado era engañosa, ya que eran los fundidores y compradores ingleses quienes los fijaban. “Esto significa que tan pronto como dejamos de ser colonia de España, llegamos a ser una semicolonia del capitalismo inglés”, señaló Hernán Ramírez Necochea.
Inmediatamente después de la guerra de la independencia las actividades productivas chilenas se expandieron, especialmente en la agricultura y ganadería, que requieren bajas inversiones. En poco tiempo el sector agropecuario superó los niveles anteriores a 1810, a pesar de mantenerse incólume el latifundio. Hubo un auge exportador con destino a California y después a Australia. Fue importante para la economía nacional el descubrimiento del riquísimo mineral de plata de Chañarcillo. Cobre, plata, agricultura y comercio hicieron que la pequeña economía chilena se convirtiera en pocos años en la más dinámica del cono sur.
A pesar de ser Valparaíso el centro de la influencia británica en el Pacífico austral, el reconocimiento diplomático inglés tardó hasta 1831. Antes hubo un cónsul general y dos vicecónsules. Inglaterra era cuidadosa de sus relaciones con España. No necesitaba, por otra parte, relaciones plenas, ya que el comercio y los otros intercambios funcionaban con absolutas garantías para sus súbditos. En toda América Latina fue abrumadora la hegemonía de Inglaterra.
Estados Unidos al acecho
Desde su independencia, en 1776, Estados Unidos -que ocupaba una estrecha faja de territorio desde Canadá hasta Virginia y Georgia- se creyó predestinado por Dios para extenderse hasta el Pacífico, avanzar hacia el sur, en dirección a México, y jugar un papel determinante en el continente americano. Sus gobiernos miraron con simpatía el proceso (…)
(Este artículo se publicó completo en la la edición Nº 698 de Punto Final. 13 de noviembre, 2009. Suscríbase a PF. punto@interaccess.cl)
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