Edición 697 - Desde el 30 de octubre al 12 noviembre de 2009
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“Martí: ¡Ah, no penséis que su voz es un suspiro! Que tiene manos de sombra”.
(Nicolás Guillén)

 

Es muy temprano, me dije. Un grueso candado cerraba la librería Divulgación, en el centro comercial Los Chaguaramos, de Caracas. Todo lo demás seguía igual que la última vez. En la puerta de vidrio, varias frases de Salvador Allende (“En Chile sólo hay un privilegiado: el niño”) y su último discurso. La vitrina, un poema-collage donde alternan, entre recortes y manuscritos, una fotocopia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un roído y oxidado titular: “Muertos y heridos colapsan Bagdad” sobre la foto de un niño con la cabeza vendada y una nota manuscrita fechada en 2003: “Este niño/ es el Irak/ obra del Hitler/ Bush II”. Más allá una foto de Bush y un titular: “Predador”. Luego, “Napalm y Genocidio” (fotocopia de Bertrand Russell) yuxtapuesta a “El horror de las torturas de Abu Gharaib”. Más acá un viejo afiche: “1er. Encuentro de Solidaridad Mundial con Cuba”. Por los espacios que dejan los recortes y entre los reflejos de un sol matutino cargado de montañas verdes y nubarrones rebosantes de cascadas de agua tibia, los libros tal como los dejó el portugués Sergio Alves Moreira antes de cerrar su local para irse a dormir: como cayéndose al azar de los estantes y queriendo gatear hacia la calle, Biografía no autorizada de Alvaro Uribe Vélez en yunta con Obispos o demonios; más al interior, la misma portada de Uribe al lado de En el bunker con Hitler. Más acá, El poder y la gloria emparejado con Los excluidos de la justicia en Venezuela. Sonrío. El viejo cronopio que me dijo en el viaje anterior que tenía el último número de Punto Final antes del golpe, pero que tener era un decir porque lo había prestado; el mismo que rechazaba furioso, a gritos en portugués y con furibundos “¡No!” que lo llamaran por teléfono desde Lisboa a dictar alguna conferencia porque lo que tuviera que decir lo decía aquí, en su librería; el librero de viejo que prestaba fotocopias de sus libros a los estudiantes de las vecinas Universidad Central de Venezuela y Universidad Bolivariana, cuya librería era un santuario, un oráculo, una cátedra y una Casa de Poesía, no había cambiado, era el mismo de siempre. ¿A qué hora abriría?
Entonces reparo que en la misma vitrina hay pegada por fuera una cartulina donde con bolígrafos y plumones de colores, personas anónimas han escrito frases que ya no son de su puño y letra: “Bravo a tan ilustre muerto; la cultura perdió un baluarte”. “Te respetamos, Sergio”. “Ese era un comunista hermoso. Que el Universo aprenda de él”. “Descanse en paz, ¡gracias, Portugal”. Y muy cerca, pegada por fuera, una hoja que ya se ha tornado sepia, arrancada a la revista A plena voz, donde está publicado su poema “Testamento”. Cito algunos versos:

Cuando yo me muera.

Puede ser una enfermedad grave.
Que no me lleven a una clínica.
Que me lleven a un hospital público, a
seguir viviendo, a seguir viviendo, o morir.

Yo exijo que se me respete el derecho de
una asistencia médica gratuita.

yo estoy en contra de los antros gangsteriles
de la medicina privada.

(…)

Decididamente no quiero curas ni cruz en mi entierro,
que dos mil años y la cruz no han salvado al mundo, pero han enriquecido a legiones
como la maquinaria mercantil del Vaticano ha parido a Bush, Blair y Aznarcito.

Si tengo entierro, si pueden canten La Internacional y Grándola, vila morena

Luego, tírenme al mar con una piedra al cuello
o al sucio y deprimido Guaire que está más cerca.

Caracas, 30 de septiembre de 2003, a las nueve de la noche.
(Escribo en castellano porque veo que me quedaré aquí.
Tal vez escriba este discursito en portugués, también, sin esperanza).
(Fdo.) Sergio Alves Moreira, portugués y solidario.

Quise saber algo más. Una trabajadora de una lavandería colindante, me dijo: “Murió en febrero; poco antes se había muerto su esposa…”. ¿Y tiene más familia? “Parece que tiene un nieto…”. ¿La librería no se ha abierto desde entonces? “Creo que no; está tal cual él la dejó…”. Un acomodador de autos que me ha visto tomando fotos y haciendo preguntas se escabulle cuando me acerco para hablarle. La quiosquera de la esquina me dice: “Murió hace tiempo… Pregunte al de la tienda de deportes, al lado de la panadería; él era su amigo”. Por hoy mi reporteo concluye ahí. Soy muy emotivo y llorón. El señor Sergio, como le decían los estudiantes, sabrá entender, ¿verdad, amigo?.

JUAN JORGE FAUNDES

(Publicado en Punto Final, edición Nº 697, 30 de octubre, 2009. Suscríbase a PF, punto@interaccess.cl)