Vicente Pérez Rosales
Una vida
de novela
Autor: HERNAN SOTO
Asentado en Santiago, con la vida ordenada y aspirando al descanso, Vicente Pérez Rosales publicó Recuerdos del pasado. Reunió y adaptó publicaciones que ya había hecho, pero sobre todo hizo esfuerzos por recuperar la memoria borrosa de sus años de aventuras. Decidió abarcar el período entre 1814 y 1860, el más interesante de su vida. Buscó un título adecuado y decidió bien, porque aunque sea una reiteración, el lector entiende que se trata de recuerdos -antiguos o cercanos- que no se repetirán. Escribe para complacer a sus amigos y también porque piensa que sus memorias son útiles como ejemplo de la importancia de la voluntad y la constancia para afrontar vicisitudes.
Recuerda vívidamente algunos episodios de infancia. A los siete años, el niño Vicente vio allanar la casa de sus padres por los Talaveras, comandados por el capitán San Bruno que detuvo a su madre por “insurgente” y les dio bofetones a él y a sus hermanos cuando corrieron a defenderla. La familia, encabezada por su abuelo materno, Juan Ignacio Rosales y su padrastro, Felipe Santiago Del Solar, era reconocidamente partidaria de la independencia y sufrió persecuciones. El abuelo fue desterrado a Juan Fernández y los negocios familiares tuvieron serias dificultades por presión de las autoridades españolas.
Relata otro recuerdo, que vio como un pequeño misterio. Un día de enero, después de almuerzo, su padrastro se pasea por el zaguán como esperando a alguien. Pasa un vendedor de gallinas gritando su mercadería. Entra al vestíbulo y cruza algunas palabras con Del Solar. Esa tarde la casa recibe más visitas que de costumbre. Meses más tarde se revela el enigma, cuando le muestran un pequeño papel fino -como para ocultarlo en un cigarro- que dice: “15 de enero. Hermano S... Remito por Los Patos 4.000 pesos fuertes. Dentro de un mes estará con ustedes el hermano José”. Era el mensaje de la Logia que, desde Mendoza, anunciaba la partida del Ejército Libertador, cuyo cuerpo principal encabezado por José de San Martín cruzaría la cordillera por el paso situado cerca de Putaendo.
El triunfo de las fuerzas patriotas en Chacabuco provocó euforia en Santiago. La mayoría de la población era partidaria de la independencia. En la casa familiar se organizó un festejo para los vencedores. Asistieron San Martín, O’Higgins, Necochea, Soler, Las Heras, Freire y todos los oficiales. San Martín cantó la canción nacional argentina. Chile todavía no tenía himno patrio. Cada cierto tiempo un pequeño cañón disparaba en señal de júbilo. La música militar atronaba el ambiente. La comida fue suntuosa e impresionante la quebrazón de copas, vasos y platos para solemnizar la ocasión. El baile estuvo a tono con el festejo.
Todo parecía marchar bien hasta que una nueva expedición española encabezada una vez más por el general Mariano Osorio desembarcó en el sur, para intentar restaurar la dominación realista. La sorpresa de Cancha Rayada, que derrotó a las fuerzas patriotas, fue vista como un verdadero desastre. Miles de personas cruzaron la cordillera en busca de refugio en Mendoza, entre ellas la familia de Pérez Rosales. Vicente vivió su primera experiencia en una tierra extraña. Como se temía una invasión española, las autoridades alistaron hasta a los niños para labores de vigilancia. A los once años, con un fusil y rudimentarias nociones de marcha, el niño formó en el cuadro de soldados que rodeó el patíbulo en que fueron fusilados Juan José y Luis Carrera, a los que había conocido en la casa de sus padres. Nunca olvidó la macabra escena. Bajo la descarga de los fusileros, Luis cayó sin movimiento hacia delante y Juan José, se bamboleó un instante sobre el banquillo, murmuró algo ininteligible y se desplomó.
Años de formación
A su regreso desde Argentina, Vicente estuvo poco tiempo en Chile. Su carácter revoltoso y desordenado le jugó una mala pasada. Su madre, Mercedes Rosales, se quejaba de su hijo. Un amigo de la familia, lord Spencer, capitán de un barco inglés, le ofreció llevarse al joven para que en su nave fortaleciera el carácter, se hiciera ordenado y aprendiera inglés. La realidad fue muy distinta. Vicente tuvo que viajar junto a los marineros, fue tratado mal y para colmo, al llegar a Río de Janeiro, fue desembarcado en una playa y abandonado a su suerte. Unos chilenos que conocían a su familia lo auxiliaron. Con todo, vivió casi dos años en Río de Janeiro en plena soledad, lo que marcó para siempre su carácter.
Finalmente volvió a Chile. Fue por poco tiempo. El gobierno francés ofrecía a jóvenes aristócratas llevarlos gratuitamente a Francia para que estudiaran. Vicente se sumó a un grupo de hijos de las principales familias que acogieron la invitación. En París, estudió en el Liceo Hispanoamericano, creado y regentado por emigrados liberales españoles que huían de Fernando VII. Las clases estaban a cargo de excelentes profesores; fue alumno, entre otros, del matemático Andrés Gorbea y del famoso escritor Leandro Fernández de Moratín, que enseñaba literatura. Un día visitó el Liceo el general José de San Martín, que vivía exiliado en Francia. El joven no ocultó su alegría cuando el prócer recordó a sus padres y su condición de patriotas consecuentes. San Martín se aficionó a conversar con el joven chileno cuando visitaba el colegio. Un día le preguntó qué opinaban de él sus compatriotas. Vicente dudó unos instantes y finalmente le dijo: “Comentan que usted se quedó con mucho dinero de la expedición al Perú y lo responsabilizan por el fusilamiento de los Carrera”. San Martín se quedó un rato en silencio y como hablando para si mismo, murmuró: “¡Gringo badulaque, almirantito que cuanto no podía embolsicarse lo consideraba robo!”. Y agregó ya más calmado: “Dígame usted qué habrían hecho los chilenos con tres argentinos que pusieran en peligro la suerte de su país y derramaran sangre de chilenos. ¿Habrían necesitado ustedes de los consejos de un O’Higgins o de un pobre San Martín para hacerlos fusilar?”.
A diferencia de sus compañeros que estudiaban derecho, Pérez Rosales prefería las disciplinas técnicas. Buscaba conocimientos y destrezas para su vida práctica. Maduró rápidamente y se aficionó al teatro y a la música. Visitaba la ópera y las principales salas de teatro. Conoció a la bella actriz María Malibrán, que causaba furor en París. Se dice que fue su gran amor, pero no es seguro. Sus años en Francia fueron los propios de un joven de sociedad que disponía de dinero.
Volvió a Chile en 1829, quería ser comerciante, minero o industrial. Durante unos meses fue centro de atención en las tertulias santiaguinas, como portador de las últimas noticias de París. Pero cuando dejó de ser novedad, tuvo que trabajar. Quería ser independiente y demostrar que podía salir adelante con su propio esfuerzo.
Una vida de acción
Luego de algunas dudas, decidió iniciar negocios como productor de coñac. Tuvo éxito, porque las botellas decían “importado” y la gente lo creía francés. Orgulloso de su producto, Pérez Rosales cambió la etiqueta y lo identificó como chileno. Este rasgo de sinceridad mandó el negocio a la ruina. Debió cambiar de giro. Se dedicó a trabajos agrícolas, sin resultados esplendorosos. Puso una tienda, y hasta ofició de médico yerbatero. Se fue a Copiapó, donde explotó una mina de oro que escasamente permitió pagar los costos antes de agotarse. Partió a Argentina, donde le fue mejor. En Salta explora las serranías y pasos cordilleranos. Recorre la pampa negociando en ganado y a veces, huyendo (...)
(Este artículo se publicó completo en la edición Nº 688 de Punto Final, 26 de junio, 2009. Suscríbase a PF) |